Como interpreto lo
que me pasa en el día a día? los sucesos no suelen ser ni buenos ni malos,
simplemente son.
Cuál es mi reacción
ante un día de lluvia? la manera en que reacciono a lo que me ocurre responde a
mi interpretación de lo ocurrido, no al suceso en sí.
Confundimos los
hechos con las ideas que nos hacemos sobre ellos. un día agradecemos
enormemente que el tren haya llegado con 10minutos de retraso porque esto nos
ha permitido tomarlo y, otro día, esos mismos 10 minutos de más del mismo tren
nos enfurecen porque van a hacer que lleguemos tarde a una reunión.
Cuando nos
enfadamos, cuando nos sentimos molestos, solemos buscar culpables, intentamos
identificar qué ha hecho el otro que nos ha producido este malestar, pero no se
trata tanto de analizar el comportamiento de los demás, sino de analizar
nuestras propias reacciones; poner
la mirada, el foco, dentro.
Nuestro bienestar (en el trabajo, en la vida) no depende tanto de lo que
tenemos que hacer, sino de la actitud con la que lo hacemos.
Solemos buscar la
razón de nuestro descontento, la culpa de nuestro sufrimiento, fuera, ya sea en
otra persona o en las circunstancias que nos rodean. sin embargo, pocas veces
son los otros el motivo. solo un 10% de nuestra felicidad depende de las condiciones
exteriores, un 10%! lo que pensamos sobre nosotros mismos y sobre el mundo
influye muchísimo más sobre nuestra felicidad/infelicidad que nuestras
condiciones reales de vida.
Vivimos en una
cultura del tiempo que se caracteriza por el "todo, siempre y ahora".
el tiempo ya no nos ayuda a establecer un orden en la vida y en el trabajo como
sí sucedía antes, que las estaciones, las horas del día y de la noche marcaban
los ritmos. ahora todas las barreras se han diluido, tenemos acceso a un sinfín
de herramientas que nos permiten ahorrar tiempo y, sin embargo, la sensación es
que cada vez disponemos de menos.
Internet y las
redes sociales nos permiten conectar con personas de todos los rincones del
mundo con aficiones e intereses similares y esto es emocionante y maravilloso.
a la vez, son una invitación constante a la dispersión, un runrún de fondo
continuo que muchas veces acaba por hacer que no podamos escucharnos, que no
nos oigamos a nosotros mismos.
En este mundo de
conexión permanente y murmullo incesante, de oferta ilimitada y siempre
disponible, perdemos la capacidad para callar: hablamos mucho y no decimos
nada, el silencio nos incomoda.
Comemos pero no saboreamos, oímos pero no
escuchamos, vemos pero no observamos. Es como si pasáramos por este mundo de
puntillas, sin ir a fondo realmente en nada, como si echáramos un vistazo desde
arriba, perdiéndonos todos los colores, todos los sonidos, todos los
matices.
Y con esta conexión
y parloteo constantes perdemos también la capacidad de estar solos. una soledad
que, vivida positivamente, fomenta que pensemos por nosotros mismos y fomenta
la concentración. Aprendiendo a estar en silencio, a estar solos, aprendemos
también a escuchar y, sobre todo, a escucharnos, nos encontramos con nosotros.
Estar en silencio nos permite darnos cuenta de lo que queremos hacer y de
cómo queremos hacerlo.
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