En el Siglo XIX unos sujetos llamados Monet, Renoir, Manet y otros nombres así se cansaron de las pinturas de imágenes perfectas que, encima, estaban a punto de ser superadas por la fotografía, y se inventaron un nuevo modo de ver el mundo: Pintaban con pinceladas medio nerviosas de color sobre la tela sin fondo oscuro. En los principales círculos de las artes de la época la cosa no cayó muy bien, y la verdad es que los echaron pulcra y graciosamente de todas las exposiciones.
Los pintores
Impresionistas, que en ese entonces no sabían que lo eran, porque el término es
posterior, se juntaron y armaron su propia exposición en un espacio al que se
denominó el “Salón de los rechazados”. Parece que los Muchachos de la crítica
fueron en tropel a ver de qué se trataba aquello, y se encontraron con las
pinturas, y con una multitud que había concurrido… a abuchear a los pintores.
Ahí nomás hicieron uso de sus respectivos talentos y defenestraron a más no
poder a los artistas, a los que trataban como a tontos, cuando los
calificativos eran piadosos.
Pasó mucho hasta
que a alguien se le ocurrió “mirar desde lejos” los cuadros impresionistas. Y
ahí fue cuando se dieron cuenta de que aquello que a simple vista aparecía como
un estropicio de pintura sin sentido, o formando bultos apenas identificables
se convertía en imagen cuidadosamente trabajada a través de la observación de
los efectos lumínicos, el movimiento, la descomposición del color, etc. Para
ese entonces, sin embargo, los cuadros de los rechazados ya eran furor en
Europa, y costaban mucha plata, mucha.
Reflexiona Ernest
H. Gombrich en su “Historia del Arte” que a los críticos que se burlaron de
aquellos que crearían uno de los movimientos estéticos más revolucionarios,
hubieran hecho un gran negocio comprando por pocas monedas algunas de sus
obras. Sin embargo todos ellos hoy habitan en el olvido, compartiendo
habitación con los que pagaron la entrada para reírse.
Cometieron un muy
sencillo error que ustedes ya advirtieron: No haber dado dos pasos atrás para
observar desde cierta distancia los cuadros del “Salón de los Rechazados”.
Bien, eso es lo que
tengo para decir sobre los pintores impresionistas, además de recomendar
algunos cuadros como el de Renoir, “Le Moulin de la Galette”, el de Pissaro,
“Le Boulevard Montmartre” o el de Monet, “Boulevard des Capucines”, por decir
algunos que a mí me gustan.
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