A menudo, los neurólogos y los biólogos nos recuerdan
aquello de que nuestro cerebro está preparado evolutivamente para sobrevivir a
todo tipo de adversidades. Ahora bien, cada vez que llaman a nuestra
puerta la amargura y el sufrimiento siempre nos preguntamos eso de “por
qué a mí”. Cuando ocurra, intenta sustituir esa pregunta por otra mejor: “para
qué”.
Dicen que es de valientes sonreír mientras uno está hecho a
pedazos, pero valentía es ante todo ser capaz de recoger cada retazo de esos
sueños rotos y reconstruirnos de nuevo, para ser más fuertes, más dignos, más
hermosos.
Pocos instantes vitales van a demandar tantos recursos
internos como esos en los que de pronto sentimos como si todo nuestro ser se
hubiera derrumbado por dentro y solo quedaran tristes escombros. Las
depresiones, los traumas, las decepciones o las pérdidas son momentos de gran
dificultad. Instantes
en los que se pone a prueba valentía personal.
En Japón existe una técnica ancestral llamada “Kintsugi“ mediante la cual se reparan objetos rotos de
cerámica. Se realiza utilizando un adhesivo fuerte, sobre el que después se
aplica polvo de oro. El Kintsukuroi es un arte delicado y excepcional donde
no se busca que la pieza rota y fragmentada recobre su forma original.
Al contrario, para la cultura nipona, unir esos
pedazos mediante el oro o la plata le confiere una vitalidad y una historia
única a dicho objeto. Además, un hecho notable a tener
en cuenta es que estas piezas de cerámica antes tan frágiles, ahora, además de
bellas, son increíblemente resistentes. El sellado de sus heridas con oro las
hace irrompibles.
Como dijo Ernest Hemingway, “la
vida nos rompe a todos en algún momento, pero solo unos pocos logran hacer
más fuertes sus partes rotas”. Así pues, merece la pena integrar en
nuestro ser esta sencilla pero maravillosa metáfora: cuando algo valioso
se quiebra, se rompe o se pierde, una forma de
superarlo es no esconder nunca nuestra fragilidad, nuestra debilidad.
Porque esos vínculos
lastimados pueden repararse gracias a la resiliencia, a esa
aptitud para sobreponernos de toda dificultad para sellar con oro cada
herida, cada hueco, cada sueño roto, y alzarnos así como criaturas aún
más fuertes.
Según nos explica la psiquiatra Rafaela
Santos en su libro Levantarse y
luchar, a pesar de que
la neurociencia nos diga que todos podemos ser ‘resilientes’, esta
capacidad no parece tan sencilla de poner en práctica. De hecho, según sus
propios datos citados en el libro, solo un 30%
de la población logra, por ejemplo, superar un trauma.
Recoger nuestros “pedazos rotos” no es fácil, pero no por ello
imposible. El cerebro humano tiene cerca de 100.000
millones de neuronas que crean a su vez un billón de conexiones neuronales. Es
algo maravilloso.
Si aceptamos que todos, de algún modo, somos
arquitectos de nuestros cerebros, también aceptaremos que
somos muy capaces de encender nuestra valentía personal, nuestra fuerza y
optimismo para favorecer el cambio.
Así, se producirá la sanación que refleja
el arte de Kintsukuroi, a
través de la que nos convertirnos en personas mucho más fuertes gracias a los
hilos dorados de la resiliencia
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