Del término ilusión, procedente de la palabra latina illusio (engaño),
se deriva el concepto de iluso, que viene a ser utilizado para definir a toda
aquella persona que tiene tendencia a ser soñador.
Así, cuando se dice que alguien es iluso lo que se pretende es dejar claro que no está apegado a la realidad sino todo lo contrario. Es decir, es propenso a dejar volar su imaginación y a pensar que todo aquello que le gustaría que sucedería en su vida va a tener lugar tal y como desea.
Una definición la anterior que viene a ampliarse o a
matizarse, mejor dicho, en el diccionario de
la Lengua Española donde al iluso se le añaden unos matices de bondad. Y es que
se establece que también se define de esta manera a toda aquella persona que se
deja engañar con cierta facilidad pues cree que todo el mundo actúa siempre de
muy buena fe.
De esta forma, es frecuente que se puedan realizar oraciones como
la siguiente que sirvan para describir a ciertos hombres y mujeres que tienen
dicha seña de identidad “es
tan iluso que se dejó engañar por el estafador”.
El problema de la actual sociedad es que perdemos la
perspectiva del otro; la panorámica de la pluralidad. Existe un proceso de
ceguera social. Nos agrupamos y nos encerramos en nosotros mismos. Las redes
sociales, los periódicos, las emisoras que consumimos; los amigos y circuitos
sociales que elegimos reproducen nuestro yo y minusvaloran lo ajeno. Evitamos
mezclarnos con aquellos que no son como nosotros. Como no los queremos ver, no
nos damos cuenta de que existen. Sin embargo, a la hora de votar nos tenemos
que mezclar en las urnas. Uno de los pocos espacios públicos comunes que
existen. Cuando éstas se abren, nos damos cuenta de que también existen
personas que piensan diferente a nosotros. Personas que tienen otra lógica
social, otros valores sociales.
Como diría el poeta: “Tu verdad no; la verdad y
ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela.”
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