La práctica social debe ser considerada como expresión de
toda la humanidad del ser humano representada en sus imaginarios sociales; esto
es, que debe reconocer, en primer lugar, que el ser humano, quien realiza la
práctica social es un ser socializado, o sea que cuando interactuamos con alguien,
ese alguien es de por sí y por herencia social, un sujeto con un complejo
entramado socio/histórico el cual influye en una práctica social.
En segundo lugar, que la relación con el mundo de quien
realiza la práctica social está mediada por la dimensión simbólica e imaginaria
que ese ser humano socializado ha configurado sobre el mundo, el ser humano, la
vida y la muerte. O sea, quien realiza la práctica social se basa en esa
dimensión simbólica / imaginaria del mundo, la cual subsume las otras dimensiones
racionales y conjuntistas (ensídicas).
Si bien se debe reconocer la
existencia de las dimensiones racional, ensídica y conjuntista del mundo, no es
sobre ellas que el ser humano configura su realidad y define sus acciones e
interacciones, pues cada una de estas acciones en interacciones corresponde a
una significación que da sentido a dicha acción.
En tercer lugar, es importante considerar que, pese a esa
fuerza de la historia y la tradición en la práctica social, los sujetos
particulares matizamos los acuerdos sociales con nuestras propias
significaciones sobre el mundo, el ser humano, la vida y la muerte. Los sujetos
damos sentido particular a los acuerdos desde la imaginación radical que cada
uno construimos, gracias a esas fuerzas psicosomáticas que permiten ver el
mundo con nuestros propios lentes, lo que implica una radical creación, aunque
en una relación magmática con lo social.
Y por último las prácticas sociales no son linealmente
(unidireccionalmente) producto de nada ni generan condicionalmente nada, sino
que estas fuerzas se presentan articuladas a manera de magmas, que configuran
significaciones imaginarias sociales en las cuales se funden las formas de
ser/hacer, decir/representar de los actores sociales que realizan una práctica
determinada.
En consideración a ello, pese a su capacidad de generar
comportamientos e incluso grupos sociales, son también generadas desde ese
magma de significaciones sociales que involucran lo racional, lo ensídico, lo
particular (psicosomático) y lo social; pese a estar dinamizadas por los
acuerdos sociales (en un aparente estado de inmovilidad respecto de cómo debe
ser la práctica) en ella misma existe ebullición constante que hace posible
permanentes transformaciones por parte de los sujetos particulares o grupos
sociales que la realizan.
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