Estos, los de la vida
amarga, los que suelen comenzar su día como “chupando limones”, no serían
nada si no desacreditaran a quien “bienintenta” ganarse
la vida.
Son unos amargados, que necesitan contagiar su ira y
avinagramiento al resto de la humanidad. Porque cuando los demás comparten y
son generosos, la rabia les mata por dentro.
Y si pudieran, desaparecerían del
mapa y se desintegrarían con tal de perderse tu victoria.
¡No desistas! Ni se te ocurra, no te cambies de bando. ¿Y
sabes por qué? Porque hay cambios que en lugar de enriquecerte, te empobrecen y
te convierten en tan mediocre como los buitres. Lo bueno de ser bueno, es que
en algún momento tiene su recompensa, y el que es como tú, te descubre, se pega
a ti y generas sinergias.
He conocido a gente maravillosa, con ganas de
compartir, de sumar, de ofrecerse. Y solo por esto, vale la pena cualquiera de
las puñaladas recibidas.
Si buscas que tus actos tengan un efecto bidireccional, igual
equivocas el objetivo. Aquí no se trata de recibir, sino de comportarte de
forma honesta y coherente con tu escala de valores nada más.
No busques
recoger, solo sembrar. Tarde o temprano, algo vuelve a ti. Porque la buena
gente se siente cómoda con los de su misma escala de valores y poco a poco os
iréis encontrando.
Es cuestión de selección de personal.
Que no te dé pena perder a la gente que no vale
la pena, mantener este tipo de relaciones por no estar solo o porque te
conviene es más tóxico que estar solo, siéntete increíblemente bien por no ser
una persona mediocre. ¡Felicitaciones!
Ser una persona que hace el bien va más allá de
solo hacer cosas buenas por los demás.
Debes aceptarte y amarte tal como eres
antes de dar energía positiva al mundo.
Algunos creen que es tan sencillo como no hacer
daño a los demás. Pero no siempre se trata de lo que no haces, sino más bien de
lo que haces por otros. Ser una buena persona también incluye ayudarte tanto
como a los demás.
Debes decidir qué implica ser una
buena persona según tu punto de vista.
La característica más importante de todas, y que
gracias a la gran enfermedad contemporánea que es el déficit de atención es
cada vez menos frecuente.
No hay nada que nos haga más deseables que mostrar
auténtico interés en lo que la otra persona tiene que contarnos.
Algunos
psicólogos han llegado a establecer en un 30% el tiempo de conversación que debemos ocupar
en una charla con otra persona, aunque quizá simplemente con sonreír, no sacar el móvil del bolsillo cada cinco minutos o interesarse por aquello que la
otra persona está contando sea suficiente.
Hugo W Arostegui