Lo que nos enoja de cierta actitud de alguien o lo que nos molesta de una determinada situación que nos toca enfrentar, es que nos muestran, tal como si fueran un espejo, un rasgo o un conflicto que en realidad son nuestros, que forman parte de nuestro mundo interior.
La situación o la persona que nos enojan, recrean frente a nosotros una característica propia, de nuestra personalidad. Pero no una característica cualquiera, sino una con la que no estamos conformes, que nos resulta especialmente desagradable y a la que combatimos en nosotros mismos.
La interpretación de cuál es la verdadera causa del dolor
que experimentamos durante un conflicto, es una tarea exclusivamente personal.
A veces otras personas (un terapeuta, por ejemplo) pueden ayudarnos con una
interpretación acertada, pero esa ayuda nos será de utilidad sólo si nos
conduce a una comprensión personal acerca
de la verdadera causa de nuestro malestar. Con esta salvedad y sólo como una
guía muy general para tratar de interpretar correctamente qué rasgo nuestro nos
está mostrando una determinada situación externa, te propongo una sencilla
clasificación. Se trata de tres formas muy frecuentes que adopta el mecanismo
de la proyección para “ocultarnos” alguna característica nuestra que aún no
hemos podido aceptar:
1) Con frecuencia encontramos
especialmente desagradables algunos rasgos de la personalidad de otras personas
que también podemos observar en nosotros. Por ejemplo, si somos impuntuales y
esa es una característica nuestra que nos disgusta o nos avergüenza, tal vez
también nos moleste mucho ver ese “defecto” en los demás.
2) A veces las características de otras
personas que nos disgustan exageradamente no son rasgos de nuestra
personalidad. De hecho, nunca y bajo ninguna circunstancia nos permitiríamos
actuar de esa manera “tan desagradable”. Bien, probablemente sí se trate de una
característica nuestra, pero de una que hemos reprimido, tal vez como estrategia
defensiva durante el proceso de educación, si nos resultó muy estricto. Por
ejemplo, los padres de hoy que se enojan por lo desordenados que son sus hijos
adolescentes, educados en un entorno más tolerante. Sin lugar a dudas hay
rasgos de la personalidad que efectivamente son valiosos y que ciertamente es
conveniente tener. Así, es preferible que seamos ordenados, responsables,
honestos o generosos, antes que desordenados, irresponsables, deshonestos o
egoístas. Pero sólo si hemos podido desarrollar una
determinada cualidad, a lo largo de un proceso de maduración o crecimiento,
podemos realmente considerarla nuestra y ser indiferentes a lo que hagan los
demás. No si la adoptamos por temor.
3) Por último, solemos ser especialmente
susceptibles a ciertas formas de trato desconsiderado o de maltrato. En estos
casos es muy probable que estemos siendo tratados exactamente de la misma
manera en que nos tratamos habitualmente a nosotros mismos. Y lo que el enojo
que sentimos hacia el otro pretende ocultar es el profundo malestar que nos
causa la falta de una relación sana y amorosa con nosotros mismos.
Si esta materia continúa indicándonos que permanece “en el
debe” dentro de las cualidades que deberíamos superar, esperamos que encuentres
el modo adecuado de incorporarla a tus realizaciones personales.
Hugo W Arostegui