Con el resurgir, por un lado, de los prejuicios racistas,
integristas y fundamentalistas y, por otro, con la acentuación de los procesos
de deshumanización y de destrucción de las riquezas ecológicas y culturales del
planeta, vuelve a resultar necesario reflexionar sobre la clásica cuestión de
la unidad y diversidad del género humano (Daraki 1984). En este sentido, creo
que el pensador francés Edgar Morin ha desarrollado, a lo largo de su extensa
obra, interesantes reflexiones al respecto, algunas de las cuales expondré a
continuación.
Unidad biológica de la especie humana y crítica al humanismo
idealista
La biología ha puesto de manifiesto cómo todas las
poblaciones humanas descienden de un mismo grupo inicial (monofiletismo),
poseen un origen común. A partir de esta unidad originaria, se produjo una
diáspora y un proceso de diferenciación y de enfrentamiento entre culturas. La
noción de hombre pasó de este modo (según Morin 1982: 188-189) a depender de un
«doble conocimiento»: por un lado, existe un «saber natural», un
«reconocimiento espontáneo», de la pertenencia del otro, del extranjero, a la
misma especie que yo; por otro, se le niega al otro el calificativo de hombre, reservándolo sólo para los miembros del grupo y, en casos de conflicto y
enemistad, el otro es calificado de «perro», «cerdo», etc., insultos que
pretenden reducirlo al estado animal y excluirlo de la humanidad --reducido a
animal, se justifica que sea tratado como tal--. La unidad de la especie humana
ha sido continuamente cuestionada a lo largo de la historia por el
etnocentrismo, el sociocentrismo y el racismo.
Frente a estas tendencias, el
humanismo ha afirmado la idea de la unidad del hombre y ha considerado al
hombre como un ser superior, digno de honra y respeto y poseedor de un elenco
de derechos (derechos humanos) inalienables. Las ideas humanistas de unidad del
hombre y de derechos humanos, en tanto que suponen una defensa de la igualdad y
de la libertad de todos los hombres y en tanto que han servido de fundamento
para diversas reivindicaciones y luchas emancipatorias (abolición de la
esclavitud, emancipación del proletariado, liberación de los pueblos
colonizados, etc.), son elogiables y han resultado positivas.
Ahora bien, la idea humanista de la unidad del hombre es,
según Morin, criticable, entre otras razones, porque no ofrece «un fundamento
bioantropológico de la unidad humana» (Morin 1982: 191).
El humanismo considera que, por esencia, el hombre no
pertenece a la naturaleza; lleva a cabo una «divinización del hombre», lo
separa de la naturaleza y lo concibe como un sujeto absoluto en una naturaleza,
mero universo de objetos, que ha de ser conquistada y dominada. Lleva a cabo
esta escisión porque es deudor del paradigma disyuntor que separa y opone el anthropos biológico del anthroposcultural.
El humanismo
idealista funda al hombre aislándolo de la naturaleza; no funda la unidad del
hombre en la idea de naturaleza humana, en la unidad biológica de la especie homo, sino que la postula por derecho
y de modo ideal. La idea de la unidad del hombre postulada por el humanismo es
una noción ideal, constituye «una tentativa abstracta y jurídico-moral para
fundar la unidad del hombre al margen de toda consideración biológica, es
decir, de la idea de naturaleza
humana» (Morin 1982: 190).
Al prescindir de la idea de naturaleza humana, la idea
humanista de unidad del hombre adolece de «una especie de vacuidad física y
biológica» (Morin 1982: 190). Al ser biológicamente vacío, el humanismo rellena
su concepto de hombre con la imagen y el prototipo de hombre preponderante en
el Occidente moderno, produciéndose así «la identificación de la idea del
hombre con el concepto supuestamente racional del hombre blanco, procedente del
mundo occidental, técnico, adulto, masculino; de suerte que el «primitivo», el
no industrial, el joven, la mujer, etc., figuraban como tipos inacabados, no
consumados, imperfectos, pervertidos o decadentes de la humanidad» (Morin 1982:
190). De este modo, la supuesta unidad e igualdad de los hombres termina
autodestruyéndose y la imagen de hombre concretizada sirve a la explotación y
al dominio de unos pueblos sobre otros, de unos hombres sobre otros u otras
(mujeres).
Según Morin, al humanismo idealista le subyace el temor a
que la biología pudiese, como pretende el racismo biologicista, revelar
diferencias jerarquizantes entre los hombres y las «razas». Este temor
inconsciente --e infundado-- le conduciría a rechazar la dimensión biológica y
a afirmar que el hombre es esencial y fundamentalmente cultura y que mediante
ésta se superan las posibles diferencias biológicas y se establece la igualdad
de todos los hombres sujetos de derechos humanos.
Sin embargo, según Morin,
contrariamente a lo que puedan creer el humanismo idealista y el racismo
biologicista --inconscientemente el primero y con pretensiones científicas el
segundo--, lo que la biología moderna pone de manifiesto y proclama es la
unidad biológica (no sólo morfológica, anatómica y fisiológica, sino también
genética, cerebral y psicoafectiva) de la especie humana.
Es, pues, posible dar «un fundamento bioantropológico de la
unidad humana».
No se puede prescindir de la idea de naturaleza humana, es
decir, de la idea de «unidad biológica de la especie humana».