“Cada persona que pasa por
nuestra vida es única. Siempre deja un poco de sí y se lleva un poco de
nosotros. Habrá los que se llevarán mucho, pero no habrá de los que no nos
dejarán nada. Esta es la prueba evidente de que dos almas no se encuentran por
casualidad” Jorge Luis Borges
Nuestra vida se encuentra
repleta de encuentros con los demás, ya sea con un familiar, un
amigo, nuestra pareja o incluso un desconocido. Andamos continuamente encontrándonos
con los otros,
interaccionando con ellos, sin embargo, pocas veces nos
detenemos a reflexionar sobre la naturaleza y riqueza de estos contactos. Ya
sea un pequeño instante, como largas horas conversando, cada uno de estos
encuentros, lleva consigo mucha riqueza y crecimiento si nos detenemos a
observarlos.
Dos personas se encuentran,
dos mundos se encuentran
El encuentro entre dos personas, ya sea a través de la
amistad, el amor o cualquier otro motivo, es algo complejo. Cada persona es un mundo,
un misterio, con sus experiencias pasadas, sus características personales y sus
miedos. Las relaciones con los demás por lo tanto son un misterio, un enigma.
Cuando dos personas se encuentran, es como si se creara un
nuevo mundo a partir de ellas, con tan solo reunirse, una nueva existencia
aparece, y es a través de este fenómeno cuando ambas personas comienzan a
cambiar y transformarse, fruto de la relación que ha comenzado entre ellas. Así
lo señalaba el famoso psiquiatra suizo Carl G. Jung, “El encuentro entre dos personas es como el
contacto de dos sustancias químicas: si hay alguna reacción, ambas se
transforman”.
Y aunque en el comienzo tan solo se reúnan las
periferias o superficies de éstas, si se gana intimidad o se vuelve más cercana,
poco a poco pueden llegar a unirse sus centros o profundidades.
Es decir, ya no son una persona y otra, desde el momento en el que se
relacionan se forma como un compedio de todas sus interacciones, la esencia de
la relación en sí misma.
La importancia de las
interacciones
Cada persona responsable de un encuentro colabora con una
palabra, una frase, un gesto o su silencio. Lo importarte es que nunca dejamos de comunicarnos,
porque aun cuando no lo pretendemos y callamos, ya estamos enviando un mensaje
al otro con nuestro silencio. Y sin embargo, muchas veces pasa desapercibida la
riqueza de todo esto. Ya sea un encuentro agradable como uno desagradable, todo
lo que sucede nos influye, permitiéndonos crecer de una u otra manera. Lo
importante es que nos demos cuenta, que vivamos la interacción, y saquemos el
jugo que ésta nos ofrece para avanzar en nuestro aprendizaje.
No es solo preocuparnos qué
hay de bueno o malo en el otro, sino de ver cómo nos afecta, y
qué podemos extraer de todo ello hacia nosotros. Sumergirnos en ese encuentro,
y aprovecharlo para ir creciendo, dándonos cuenta de dónde erramos, cómo
acertamos, que enseñamos o nos enseñan, siendo capaces de apreciar la belleza
de la interacción, la capacidad de compartir.
Lo importante no es trabajar solo con nuestra experiencia,
sino enriquecernos con la que nos enseñan, y aprovechar el momento para disfrutar de esa
vivencia, positiva o negativa, pero que si somos conscientes jamás nos dejará
indiferente porque aprenderemos de ella.
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