“El camino al infierno está construido de buenas
intenciones”
En ocasiones muchos de los buenos propósitos que tenemos
quedan vacíos si no van acompañados de actos que los dibujen sobre la realidad. Otras veces es mejor quedarse en las
buenas intenciones en lugar de pasar directamente al acto: podemos
predecir una consecuencia indeseada y suficientemente disuasoria como para
apartar el propósito.
Aunque muchos de los buenos deseos los
realizamos pensando en lo mejor para el otro, es posible que el resultado final
no sea el esperado. Muchas veces tomamos decisiones en base a sentimientos y,
con la ingenuidad de nuestro lado, pensamos que todo es posible si se acompaña
con el corazón.
Sin embargo no siempre salen las cosas como nos gustaría. Pese a los buenos deseos
nuestras acciones pueden hacer mucho daño. Antes
de pasar a la acción conviene reflexionar sobre
qué hacemos, si tenemos la capacidad necesaria para llevarlo a cabo y qué
consecuencias puede producir su materialización.
Cuando el acto es peor que la intención
Pese a los continuos mensajes que recibimos del tipo “para
conseguirlo solo necesitas soñarlo” o “no hay nada imposible”, lo cierto es que
sí hay cosas que no podemos lograr solo con
desearlas.
Si las buenas intenciones no
están apoyadas de los conocimientos necesarios pueden resultar peligrosas.
Las decisiones que tomamos pueden influir tanto en
nosotros mismos como en las personas que queremos y, sin intención de hacerles
daño, pueden acabar resultando perjudiciales.
Si quisiésemos operar a un familiar enfermo para salvarle la
vida necesitaríamos no solo buenas intenciones, sino también los conocimientos
necesarios; de lo contrario acabaríamos matándole (eso sí, lo habríamos hecho
con toda nuestra buena intención).
El conocido efecto Dunning-Kruger viene a decir que cuanto
menos sabemos de algo más creemos saber. Así, las personas que
poseen poco conocimiento sobre un área concreta pueden sentirse competentes sin
ser conscientes de su gran ignorancia. de hecho. Muchos psicólogos están cansados de escuchar: “si yo sé más de psicología que tú, aunque no haya
estudiado la carrera”.
Lo mismo puede pasar con las acciones que realizamos o
consejos que damos a otros pensando en lo mejor para ellos. Familiares, amigos
o personas desconocidas que construyen su negocio únicamente sobre los
cimientos de las buenas intenciones, sin reparar en el conocimiento,
normalmente están sellando su fracaso.
Encerrados en nuestras ideas
Cuando alguien solo mira en una dirección es complicado
abrirle los ojos a otros horizontes. Las ideas en conflicto no se llevan bien,
causan malestar y no son bien recibidas en nuestra mente. Por
eso mismo solemos desechar una perspectiva, acomodando la realidad a la visión
que más nos agrada.
El efecto de la disonancia
cognitiva explica que cuando
la persona tiene dos pensamientos contrarios, por ejemplo, “creo que lo que
hago es bueno para los demás” y “muchas personas dicen que lo que hago puede
ser perjudicial” sentimos un malestar interno que trataremos de eliminar.
Pese a que muchas personas se acercan a nosotros con buenas
intenciones recuerda que a veces no son suficientes. Reflexionar antes de actuar y
acudir a una opinión experta en
ocasiones puede ser más beneficioso que dejarse guiar por palabras que resultan
tan bonitas y seductoras como peligrosas.
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