A veces rendirse no es de cobardes, sino de valientes.
Piensa que no siempre rendirse significa falta de valor, sino todo lo
contrario: coraje, prudencia, inteligencia emocional. Es más, en algunas circunstancias
de la vida el valor necesario para poner un punto y final es mayor que el se
necesita para continuar con la historia.
Dejar de oponer resistencia
puede ser una buena solución y, en ocasiones, la única salida que tengamos. Y no, no significa que nos sometamos a
algo o a alguien ni que nos quedemos sin fuerza como dice el diccionario. Sin
embargo, ceder ante alguna adversidad suele ser juzgado por
los demás como un acto negativo que nos retrata como débiles, cuando no como
cobardes.
La cobardía y la prudencia son dos actitudes distintas
Casi por inercia muchos tendemos a calificar, etiquetar y confundir actitudes que podrían
explicar una misma conducta. Este es el caso de ser un cobarde y el de ser
prudente. Cualquiera de las dos actitudes podrían explicar que alguien
abandonara un proyecto. Sin embargo, si nosotros nos encontramos en este
proyecto será más fácil que expliquemos su marcha por cobardía para evitar una
disonancia cognitiva -una falta de sincronía entre lo que hacemos y lo que
pensamos- molesta para nosotros.
Prácticamente toda situación novedosa, responsabilidad o
cambio conlleva un miedo, menor o mayor, y todos somos conscientes de ese miedo
cuando estamos ahí. Sin embargo, hay personas que por encima de ese miedo
valoran que continuar es una mala opción para ellas y por ello no son cobardes.
De hecho en muchos casos son valientes porque para ellas quizás era más
sencillo continuar y lo complicado era no hacer lo que los demás esperaban.
“El que es prudente es moderado; el que es moderado es
constante; el que es constante es imperturbable; el que es imperturbable vive
sin tristeza; el que vive sin tristeza es feliz; luego el prudente es feliz”
-Séneca-
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