Es curioso cómo detrás de muchas dolencias con las que
me he encontrado, y encuentro, está la idea de “calor humano“. O,
mejor dicho, la falta o insuficiente cantidad de calor humano
.
Aunque no lo reconocemos demasiado, mira que nos apetece
sentirnos acogidos, acompañados, escuchados y entendidos, si eso es posible, en
la mayor parte de las ocasiones. En definitiva, buscamos el calor humano,
tanto físico como emocional.
Si algo hay que decir, es que el fuego se inventó (en
realidad, más bien nos topamos con él. Lo que aprendimos fue a gestionarlo)
para comer calientes los alimentos, evitando digestiones algo pesaditas, y por
simple cuestión de supervivencia ante las extremas temperaturas exteriores. Y
alguna que otra importancia tuvo este descubrimiento en que aún sigamos dando
vueltas por este planeta. Si, de nuevo, algo hay que decir, es que el calor humano se diseñó
para alimentarnos como especie y permitirnos seguir vivos siglo tras siglo.
También es cierto que tanto calor, en muchas ocasiones, nos
hace saltar la línea y machacarnos entre nosotros a base de bien, guerras
mundiales, locales, discusiones territoriales, posesivas, etc., pero se trata
de otro calor mucho más relacionado con la combustión generada por la
información genética, instintos, pasiones, emociones, necesidades
internas, déficits, excesos, expectativas personales y sociales, vivencias,
sentido de pertenencia… El otro, el que se transmite y se busca a través
de la relación, comunicación, y va enfocado a completar y complementarnos
mediante el encuentro, también puede surgir de esas fuentes, pero no es
guerrero, ni busca el dominio o la posesión. A menos que sea el lobo anterior
vestido de corderito intentando darnos gato por liebre.
Y es que somos, que yo sepa, un animal, porque, seamos
humildes, seguimos siéndolo, con nuestro viejo cerebro reptiliano envuelto por
los más modernos límbico y neocortex. Eso sí, un animal muy, muy complejo. En
realidad, estamos lejos de comprender ni medianamente bien nuestro
comportamiento. De hecho, llevamos milenios preocupándonos de aspectos
relacionados con la psicología, pero ésta, como disciplina formal, anda por el
siglo y medio.
El calor humano lo sentimos
cuando tenemos desde la sensación hasta la certeza, pasando por el estoy casi
seguro, de que se nos valora. Y
esto no se refiere sólo a la transferencia de calor entre dos o más cuerpos
humanos con distinta temperatura, sino, además, al calor de saberse, insisto,
valorado, escuchado, preguntado…, respetado. Que contamos, en
definitiva. Y, así, a casi todo
lo negativo que ocurra después, se le irán encontrando atenuantes y
explicaciones favorables al transmisor de ese calor humano. Esa sensación nos
predispone en positivo y nos hace vivir la pertenencia a algo. Vaya, pues no
está mal el botín.
Sonrisas y lágrimas son
consustanciales a nuestra naturaleza. Tenerlo en cuenta es
caminar con pie más firme a través de un camino largo y desconocido, pero
enormemente sorprendente si levantamos la vista del suelo y de nuestros
pensamientos y nos decidimos a mirar lo que nos rodea y, casi más importante, a
querer verlo.
Vámonos a la calle un rato a mirar, ver e interactuar, que
todo está ahí para nosotros, a nuestra disposición.
Hugo W Arostegui
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