“No hay que
preguntarse si percibimos verdaderamente el mundo. Por el contrario, hay que
decir que el mundo es aquello que percibimos” (Maurice Merleau-Ponty).
La
percepción es un fenómeno complejo. No siempre ‘vemos’ las cosas como son en
realidad. La forma con que cada cultura interactúa con su entorno, el
aprendizaje o las emociones son factores que determinan cómo percibimos lo que
nos rodea, y nos predisponen a ver el vaso medio lleno o medio vacío. Las
ilusiones ópticas han sido un fenómeno de interés para los psicólogos desde
hace décadas, pero ¿quién no se ha preguntado alguna vez cómo de real es su
mundo?
La discrepancia entre el aspecto de un estímulo y su
realidad física es lo que conocemos como ilusión óptica. Nuestro sistema
perceptivo está preparado para ajustar ciertas características de los estímulos
antes de que sean procesados e interpretados por nuestro cerebro. Por ejemplo,
tendemos a agrupar y ver como una figura estímulos semejantes que se encuentran
próximos aun siendo independientes, o a completar figuras incluyendo las partes
que faltan porque nos resultan más fáciles de procesar que aquello que
consideramos incompleto o imperfecto
Además de estas tendencias naturales y universales, factores
como el contexto, la cultura o las diferencias individuales influyen en nuestra
percepción. Hay estudios que muestran una reducción en ciertas ilusiones
ópticas en niños autistas o en personas de más edad, igual que cierta
predisposición en algunas culturas para percibir ilusiones ópticas
determinadas. Quizá uno de los estudios transculturales más conocidos es el que
realizaron hace décadas Segall, Campbell y Herskovits (1963), en el que
presentaron la ilusión de Müller-Lyer a cerca de dos mil personas de culturas
diferentes en África y el mundo occidental.
Según Paulo Coelho no haría falta subir a la montaña para
saber si es alta, pero ¿la vemos siempre igual de difícil de escalar? Riener,
Stefanucci, Proffitt, y Clore (2011) realizaron un experimento en el que pedían
a los participantes estimar la inclinación de una pendiente bajo estados
emocionales diferentes. Un grupo de participantes escuchaba una canción triste
minutos antes y durante la evaluación de la pendiente, mientras el otro grupo
escuchaba una canción alegre. Los resultados mostraron que los participantes
que habían sido expuestos a la canción triste estimaban la pendiente como más
pronunciada que aquéllos que habían escuchado la canción alegre.
Y es que
cuando estamos tristes o desilusionados todo nos ‘parece’ más difícil, las
tareas se tornan más demandantes y tendemos a poner atención en los detalles
(vemos los árboles en lugar del bosque). Sin embargo, cuando nos sentimos
felices tendemos a procesar la información que nos rodea de una forma “global”
(ver el bosque en lugar de los árboles), somos más flexibles a la hora de
atender a la información y utilizamos mejor nuestros recursos.
Estos son sólo algunos ejemplos de
cómo nuestro cerebro interpreta de manera distintiva el mundo que nos rodea. Es
evidente que tener una percepción y comprensión acertada de la realidad no es
tan fácil como nos indica nuestro sentido común.
Hugo W Arostegui
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