Tienes un problema y parece
que el mundo se desmorona a tu alrededor. Sientes la necesidad imperiosa de
hablar con alguien, pero no con cualquiera. Descuelgas el teléfono, marcas un
número y después de unos minutos te sientes mucho mejor. La voz del otro lado,
está a cientos de kilómetros de distancia, pero ha escuchado lo que te pasa, te
ha dicho lo que opina y te sientes reconfortado.
La amistad. Bonita palabra y
mejor sentimiento. Es ese lazo invisible que nos une a otros. Un vínculo de afecto que nace
con personas que se cruzan en nuestro camino y, de manera casi mágica, se
convierten en seres imprescindibles en nuestra vida. Es una relación entre iguales,
que nos otorga la satisfacción de compartir experiencias, sentirnos seguros y
confiar en alguien sin fisuras.
Existen varios tipos de
“amigos” y, por tanto, de amistad. Centrémonos en la amistad
verdadera. En esa que ni se impone, ni se programa. Se construye poco a poco, a
base esfuerzo y dedicación muta. Con el paso del tiempo, esta relación crea un
vínculo tan fuerte capaz de mantenerse y prolongarse en el tiempo.
Valores que cimentan la amistad
Nos refugiamos en nuestros amigos para que nos ayuden en
nuestros problemas, escuchamos sus consejos, porque no nos juzgan, no nos dicen
lo que queremos oír, sino lo que es mejor para nosotros. Les confiamos nuestros secretos,
nuestras inquietudes y nuestros proyectos. También son a quienes recurrimos
para hacerles partícipes de nuestras alegrías.
Una verdadera amistad no entiende de distancia, de horarios,
ni tiene fecha de caducidad. Es una relación donde buscamos y ofrecemos apoyo
mutuo. Un buen amigo nunca anula al otro, sino que lo ayuda a superarse. La amistad se basa en la empatía, es decir, la capacidad de
comprender y ponerse en la piel de la otra persona, de sufrir y alegrarse con
ella. Es un vínculo que nos capacita para “dividir las penas y multiplicar las
alegrías”.
Una relación sana y constructiva se cimenta en valores tales
como la sinceridad, la compresión, el afecto mutuo, el respeto, la comunicación,
la entrega, la preocupación por el otro, la confianza sin límites, la paciencia,
la capacidad de escuchar y el saber perdonar. La coherencia, la flexibilidad,
la generosidad, el agradecimiento y la lealtad son otros valores a tener en
cuenta para consolidar una relación de amistad.
Nuestra condición de seres
sociales es lo que nos crea la necesidad, casi imperiosa, de establecer
relaciones y vínculos con otras personas. La amistad, por tanto, es importante
en la vida de una persona por lo que aporta a nivel emocional. Dice el refrán
que “quien tiene un amigo, tiene un tesoro” y no le falta razón.
Sentirse querido por alguien con quien
no tenemos lazos de sangre, nos da satisfacción y apoyo emocional. Este vínculo
fortalece nuestra autoestima y el placer de sentirnos acompañados. Además, nos
otorga la confianza y seguridad de contar con el respaldo de alguien en los
momentos difíciles.
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