Cuando uno lleva un cierto tiempo en el camino de la vida
siempre echa un vistazo hacia atrás. Unas veces por recordar los buenos
momentos pasados que inevitablemente no se volverán a repetir. Otras por pensar
cuanto camino hemos recorrido y pensar que el final puede estar en la siguiente
curva.
Y otras veces reflexiona como ha llegado hasta este punto del camino, porque en este punto no estaría de no haber tomado ciertas decisiones.
Unas veces se acierta en la decisión que te lleva a la
felicidad y otras veces te lleva a un camino oscuro y exigente. Pero
independientemente de la decisión que se haya tomado, del camino elegido
siempre se puede obtener algo positivo.
Si no hubiera elegido un camino no habría vivido
estas experiencias, no habría conocido a estas personas y a veces por muy
amargo que sea el camino merece la pena recorrerlo.
Hay momentos en los que las personas parecen transitar
caminos con bifurcaciones. No momentos límites (que no es lo mismo), sino
momentos en que se hacen preguntas, y que dependiendo de las respuestas que se
den, irán hacia nortes diferentes.
Cuando cansadas las personas de su cotidianidad, habiendo
cumplido como pudieron con lo que se debe y habiendo cumplido algunas de sus
expectativas, se encuentran con que “todo eso” ya no tiene tanto valor. En ese
momento surge esta pregunta. Habiendo invertido decenios de vida y toneladas de
esfuerzo, en ese preciso momento “todo eso” casi no tiene sentido. La pregunta
surge sola: ¿esto es todo?, ¿vivir es sólo esto? Momentos en que los espejismos
se diluyen y los espejos históricos no devuelven imágenes demasiado valiosas.
En estas situaciones no hay maquillaje ni consumo de sustancia que la responda.
La visión es descarnada, pornográfica, “es lo que es y cómo es”. Como decía Roy
Batty, el personaje de esa maravilla llamada Blade Runner: “…todos esos
momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia”.
Preguntas semejantes suelen aparecer en los finales y
comienzos de cada decenio después de los 50 (la crisis de los 50, de los 60,
etcétera). Y como no podía ser de otra manera, cada persona la responde como
puede. Vivir plenamente, darse los gustos y ya no postergar son las respuestas
clásicas. Su ejecución ya es “harina de otro costal”, no es automática. Y habrá
quienes no la respondan pero ya se la formularon. Coincidamos en que “se hace
lo que se puede” cuando se formula la pregunta por el sentido de la vida.
Las personas pueden sentir soledad o desolación. Emociones
que suelen confundirse. La ausencia de alguien (por las razones que sean) deja,
como suele decirse, “un espacio vacío”. Si esa sensación, en lugar de ser
pasajera, transitoria, se fortalece haciéndose duradera, nos encontramos en el
campo de la desolación. Es la soledad exacerbada, multiplicada hasta que cambia
de cualidad. Es la persona y la nada conviviendo. Un vacío “interior” que
promete ser eterno y, por tanto, terrorífico. Una sensación que convierte al
cuerpo en un envase vaciable/llenable. Cuando llegamos a un lugar y lo
declaramos “desolado” es porque no hay vida a la vista y tenemos la perspectiva
de que no la habrá en un lugar donde la hubo.
La soledad, en cambio, es una efectiva ausencia física de
otros pero no por ello la sensación de total ausencia de vida. Las personas
desarrollan su vida tanto con otros como sin otros (no están físicamente
acompañadas las 24 horas). Y aunque los otros no estén, pueden sentirse
acompañadas por sus buenos recuerdos y por sus fotos y, figurativamente, por
ellas mismas. Hay formas conocidas de soledad: en las decisiones importantes,
en las situaciones límites, elegida por una desilusión y hasta puede sentirse
sola aún rodeada de otras personas, etcétera; pero todo esto no es desolación.
No es, como suele decirse, “la nada misma” que la desolación representa tan
vívidamente.
¿Acaso no se afirma que las ciudades hiperpobladas no
garantizan una mejor o mayor comunicación? Sobre este tema la queja es diaria.
Muchas personas buscan contactarse, y muchas son los que le huyen o evitan el
contacto tanto como lo necesitan (por mal manejo de esa necesidad, por temor o
por malas elecciones).
Sentir un sentimiento o el otro no es indiferente para el
curso de la vida de esa persona (algunos dicen que el vacío de la desolación se
llena con malas compañías). Su persistencia, menos indiferente aún.
La pregunta por el sentido de la vida, el sentir soledad o
desolación, el sinsentido de seguir hablando y la caída de la invulnerabilidad
son universales. Los puntos de no retorno y sus efectos sobre la vida de las
personas, las situaciones límites y los modos de resolverlas, son objetos de
estudio porque muestran las posibilidades y los límites de la condición humana.
Los recursos individuales para enfrentarlas varían de persona a persona. Es
cierto que a lo largo del proceso de la vida algunas personas son más
perjudicadas que otras porque atraviesan situaciones que las marcan para
siempre, y a veces repetidamente. Pero las bifurcaciones son para todos.
Hugo W Arostegui
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