domingo, 4 de junio de 2017

Bifurcaciones



Cuando uno lleva un cierto tiempo en el camino de la vida siempre echa un vistazo hacia atrás. Unas veces por recordar los buenos momentos pasados que inevitablemente no se volverán a repetir. Otras por pensar cuanto camino hemos recorrido y pensar que el final puede estar en la siguiente curva.

Y otras veces reflexiona como ha llegado hasta este punto del camino, porque en este punto no estaría de no haber tomado ciertas decisiones. 
Unas veces se acierta en la decisión que te lleva a la felicidad y otras veces te lleva a un camino oscuro y exigente. Pero independientemente de la decisión que se haya tomado, del camino elegido siempre se puede obtener algo positivo.

Si no hubiera elegido un camino no habría vivido estas experiencias, no habría conocido a estas personas y a veces por muy amargo que sea el camino merece la pena recorrerlo.

Hay momentos en los que las personas parecen transitar caminos con bifurcaciones. No momentos límites (que no es lo mismo), sino momentos en que se hacen preguntas, y que dependiendo de las respuestas que se den, irán hacia nortes diferentes.

Cuando cansadas las personas de su cotidianidad, habiendo cumplido como pudieron con lo que se debe y habiendo cumplido algunas de sus expectativas, se encuentran con que “todo eso” ya no tiene tanto valor. En ese momento surge esta pregunta. Habiendo invertido decenios de vida y toneladas de esfuerzo, en ese preciso momento “todo eso” casi no tiene sentido. La pregunta surge sola: ¿esto es todo?, ¿vivir es sólo esto? Momentos en que los espejismos se diluyen y los espejos históricos no devuelven imágenes demasiado valiosas. 

En estas situaciones no hay maquillaje ni consumo de sustancia que la responda. La visión es descarnada, pornográfica, “es lo que es y cómo es”. Como decía Roy Batty, el personaje de esa maravilla llamada Blade Runner: “…todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia”.

Preguntas semejantes suelen aparecer en los finales y comienzos de cada decenio después de los 50 (la crisis de los 50, de los 60, etcétera). Y como no podía ser de otra manera, cada persona la responde como puede. Vivir plenamente, darse los gustos y ya no postergar son las respuestas clásicas. Su ejecución ya es “harina de otro costal”, no es automática. Y habrá quienes no la respondan pero ya se la formularon. Coincidamos en que “se hace lo que se puede” cuando se formula la pregunta por el sentido de la vida.

Las personas pueden sentir soledad o desolación. Emociones que suelen confundirse. La ausencia de alguien (por las razones que sean) deja, como suele decirse, “un espacio vacío”. Si esa sensación, en lugar de ser pasajera, transitoria, se fortalece haciéndose duradera, nos encontramos en el campo de la desolación. Es la soledad exacerbada, multiplicada hasta que cambia de cualidad. Es la persona y la nada conviviendo. Un vacío “interior” que promete ser eterno y, por tanto, terrorífico. Una sensación que convierte al cuerpo en un envase vaciable/llenable. Cuando llegamos a un lugar y lo declaramos “desolado” es porque no hay vida a la vista y tenemos la perspectiva de que no la habrá en un lugar donde la hubo.

La soledad, en cambio, es una efectiva ausencia física de otros pero no por ello la sensación de total ausencia de vida. Las personas desarrollan su vida tanto con otros como sin otros (no están físicamente acompañadas las 24 horas). Y aunque los otros no estén, pueden sentirse acompañadas por sus buenos recuerdos y por sus fotos y, figurativamente, por ellas mismas. Hay formas conocidas de soledad: en las decisiones importantes, en las situaciones límites, elegida por una desilusión y hasta puede sentirse sola aún rodeada de otras personas, etcétera; pero todo esto no es desolación. No es, como suele decirse, “la nada misma” que la desolación representa tan vívidamente.

¿Acaso no se afirma que las ciudades hiperpobladas no garantizan una mejor o mayor comunicación? Sobre este tema la queja es diaria. Muchas personas buscan contactarse, y muchas son los que le huyen o evitan el contacto tanto como lo necesitan (por mal manejo de esa necesidad, por temor o por malas elecciones).

Sentir un sentimiento o el otro no es indiferente para el curso de la vida de esa persona (algunos dicen que el vacío de la desolación se llena con malas compañías). Su persistencia, menos indiferente aún.

La pregunta por el sentido de la vida, el sentir soledad o desolación, el sinsentido de seguir hablando y la caída de la invulnerabilidad son universales. Los puntos de no retorno y sus efectos sobre la vida de las personas, las situaciones límites y los modos de resolverlas, son objetos de estudio porque muestran las posibilidades y los límites de la condición humana.

Los recursos individuales para enfrentarlas varían de persona a persona. Es cierto que a lo largo del proceso de la vida algunas personas son más perjudicadas que otras porque atraviesan situaciones que las marcan para siempre, y a veces repetidamente. Pero las bifurcaciones son para todos.

Hugo W Arostegui


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