jueves, 6 de diciembre de 2018

Cuando No Bastan Las Buenas Intenciones

“La acción más pequeña es mejor
que la intención más grande”

A veces, decir “lo que vale es la intención” no es suficiente. Tener la voluntad de ayudar a alguien puede causar problemas… Pero ¿cómo? ¡Si sólo estoy tratando de ayudar!

¿Has preguntado si el otro necesitaba tu asistencia?
Tal vez te haya ocurrido que has querido ayudar a alguien o una persona a intentado asistirte y los resultados no fueron como esperabas. A veces, los demás (y nosotros mismos) empujamos en la dirección contraria.

Las personas que más amamos son las que más nos quieren ayudar, en términos generales. Sin embargo, a veces esa fuerza no nos sirve, porque no nos lleva a donde queremos llegar.

¿Esto quiere decir que tus familiares y amigos son malas personas? ¡Por supuesto que no! Ellos creen que te están haciendo un favor cuando en realidad puede que te estén “hundiendo”.

Te voy a dar un consejo”, dice tu madre. “Tienes que hacer tal o cual cosa” indica tu padre. “¿Por qué no trabajas como yo?” pregunta tu primo. “Cuando tengas más experiencia lo comprenderás”, afirma tu abuela.

Cuando todos los que nos rodean empiezan a opinar sobre nuestra vida, nos están intentando ayudar. ¿Pero a qué precio?, ¿cómo hacemos para actuar como todos nos indican?, ¿y dónde reside lo que deseamos hacer nosotros?

Si nos dejamos llevar por las opiniones ajenas, aunquesolo estén tratando de ayudar”, corremos el riesgo de perder el rumbo, no saber hacia dónde nos dirigimos ni qué es lo que queremos lograr. Si a eso le sumamos que en ocasiones no somos muy seguros de nosotros mismos, el problema será peor porque sucumbiremos ante las presiones.

Es imposible agradar a todo el mundo, grábate esto a fuego. Los que te aman dirán que quieren ayudarte, pero en realidad, puede que quieran depositar en ti sus frustraciones o intenten cambiarte para moldearte a su manera.

El hecho de querer ayudar al otro, sin tener en cuenta sus verdaderas necesidades se puede extender a muchos ámbitos.

Por ejemplo, nuestra pareja ha dicho que hoy preparará la cena, que no os preocupéis por nada. En vez de quedarte sentada en el sofá mirando la televisión esperando a que tu media naranja termine la bendita cena, te levantas a cada rato y vas a “inspeccionar” lo que está haciendo: “¿Quieres que pele las patatas?”, “así no se corta la carne”, “mientras tanto voy lavando las ollas”, “¿pongo la mesa”?
¡No es así! Te ha dicho que te quedes en el sofá que desea agasajarte con una rica cena porque te lo mereces después de trabajar todo el día.

¿Por qué es tan difícil no intentar “ayudar”? puedes tener las mejores intenciones, sin embargo estás logrando que tu pareja se sienta un inútil, que no tenga la capacidad para preparar una cena o lo que es peor, que siempre tienes que controlarlo todo.

“Si sólo quería ayudar”… La mejor manera de hacerlo es quedarte sentada en el sofá mirando un programa o si no puedes resistir a la tentación de ayudarle, puedes darte un baño o salir a dar un paseo. A tu regreso, la cena ya estará lista y tendrán una velada maravillosa. ¡Si no era tan difícil!

No se trata de dejar de dar consejos ni tampoco de quedarnos de brazos cruzados cuando alguien necesita ayuda. Pero sí de saber qué momento es adecuado para ofrecer nuestra opinión o echar una mano. Una simple frase como por ejemplo “Si quieres, te digo lo que me parece, tú puedes tomarlo o dejarlo” o una pregunta sencilla “¿necesitas que te ayude?” son vitales para no entrometernos tanto en la vida de los demás.

Tratemos de no apabullar al otro y ayudarlo sin tener en cuenta si realmente lo necesita. Es verdad que existen personas muy orgullosas que no piden ayuda, pero quizás si encuentras la manera de analizar sus reacciones o actitudes, puedes comprender cuando le vendría bien que lo asistas.


En el caso de que alguien se entrometa demasiado en tu vida y desee “ayudarte” todo el tiempo, dile que aprecias su preocupación y sus intenciones, que valorarás sus consejos y luego analizarás todas las opciones antes de tomar tu propia decisión.

La Lucidez Mental

Se llama “foco de la conciencia” a la máxima concentración intencional de la actividad de la conciencia en algo, de manera tal que la percatación se logre con máxima claridad, nitidez y distinción.

Se llama “lucidez mental” al estado de la conciencia capaz de lograr la máxima concentración intencional normal de su actividad ordenada haciendo que sus contenidos posean claridad nitidez y distinción. Una persona tiene la conciencia lúcida cuando tiene todas sus funciones psíquicas normales, lo que la lleva a una correcta orientación auto y alopsíquica.

Desde el punto de vista práctico se puede considerar a la conciencia como un “escenario donde se celebra una representación teatral”. Allí los contenidos de la conciencia serían “lo representado” (objetos, yo) y la estructura de la conciencia sería “el marco de la representación” (escenario, decorado, iluminación, etcétera) con sus tres cualidades básicas:

1. Luminosidad de la vivencia (“iluminación de la escena”);
2. Amplitud del campo (“extensión del escenario”), y
3. Ordenación de la vida psíquica (“puesta en escena de una obra de desarrollo coherente”).
La estructura tiene dos dimensiones:

1. La horizontalidad o campo de la conciencia: estaría representado por el escenario en su extensión, decorados y sobre todo por su iluminación. Con respecto a esta último, los proyectores-focos (spots) centrarían su luz sobre el/los personajes y la escena principal del momento (foco), de tal manera que el actor-espectador (yo) se concentrará más. Dicha iluminación iría decreciendo hacia los límites del escenario, zona que constituiría la penumbra.
Lo vivenciado (“lo vivido en la escena”) estaría en el escenario, y “tras bambalinas” lo no vivenciado (“lo no representado”).
Esta dimensión podría considerarse como un corte sincrónico (en el mismo tiempo) de la representación teatral.
2. La verticalidad podría tomarse como un corte diacrónico (a través del tiempo) de la misma representación. Esta dimensión la constituirían los niveles (alturas, igualdades o desigualdades) de iluminación, claridad, ordenación, coherencia, fluidez, ritmo, novedad, magnitud o extensión, calidad, etcétera, de la “representación” que podría llevar el actor-espectador (yo) desde la vigilia al sueño, pasando por el cansancio o, en sentido inverso, hacia la hiperlucidez. Hay niveles que son alcanzados ante problemas mayores como:
a. Estrechamiento del campo: el “escenario” se achica, y entonces se captaría la escena parcialmente.
b. Que una niebla cubra el escenario (obnubilación), y entonces se confundiría la escena.
c. Que se queme la luz y/o se desprenda el decorado, provocando así el caos, que lleva a la suspensión de la escena (estupor, coma).
d. Que la excitación de los personajes y el director lleve a desordenar la escena y a que la representación pierda coherencia (hiperfrénico).
Sobre la base de los criterios sustentados en este trabajo, no concebimos ninguna psicosis con lucidez mental.

En el síndrome oligofrénico se observa hipolucidez en los débiles mentales, que se acentúa en la imbecilidad. Los idiotas tienen a conciencia.

En el síndrome demencial podemos encontrar desde hipolucidez hasta aconciencia.

En el síndrome confusional es evidente el trastorno de la conciencia caracterizado por obnubilación, que puede alcanzar el coma.

En el síndrome esquizofrénico en general hay hipolucidez; se puede alcanzar el estupor en los catatónicos.

En el síndrome delirante: en los delirios crónicos la hipolucidez es la norma, es menor en la paranoia y se intensifica en las parafrenias. Hay mayor hipolucidez a mayor polimorfismo. En los delirios agudos sintomáticos el síndrome es el confusional y por consiguiente hay obnubilación de la conciencia, y en los reactivos es variable la hipolucidez.

En el síndrome de excitación psicomotriz la conciencia está alterada y disminuida. La armonía de la conciencia (el movimiento interno de sus deseos y el desarrollo de su historia) está rota por un salto, la aceleración, la avidez, que devora el tiempo. La conciencia pierde su dirección, su sentido, su control del orden. Hay desestructuración de la actividad psíquica, pseudolucidez, hipolucidez.

En el síndrome de depresión psicomotriz hay alteración de la lucidez. Las funciones psíquicas están retardadas. Se produce una desestructuración ético-temporal de la conciencia. Hay hipolucidez hasta el estupor en una forma clínica de la melancolía.

En las neurosis hay en general hipolucidez o pseudolucidez; se puede alcanzar el estupor, la agitación y la confusión. Es copiosa la literatura de los estados crepusculares en la histeria.

En las personalidades psicopáticas existe la hipolucidez o pseudolucidez, explicada en general por las alteraciones afectivo-activas de su estructura.

miércoles, 5 de diciembre de 2018

La Mente Perversa


¿Qué es realmente un perverso? La definición de “perversión” presenta incontables dificultades. Al principio se asoció el termino de manera equivocada a supuestas “desviaciones” sexuales”. Sin embargo, este concepto está excluido actualmente.

La psiquiatría adoptó para casos relacionados con situaciones sexuales los términos de “disfunciones” o parafilias. Puede comprobarse que en los manuales de diagnóstico de los trastornos mentales (DSM-IV y CIE 10) se desvincula la denominación de perversión de las parfilias o disfunciones sexuales.

Una persona perversa se siente acechada por pensamientos obsesivos y destructivos, al considerar que las actitudes humanas no son sinceras.

Evidentemente, esta es una condición anormal de la personalidad, en la que el “perverso/a” desarrolla una destructividad hacia sus semejantes a través de pensamientos y actos de carácter maligno.

Numerosos estudios científicos indican que la conducta perversa puede ser congénita. Sin embargo, también afirman que la falta de afecto en etapas tempranas (en la infancia) puede propiciar la gestación de una mente de características perversas.

El perverso desarrolla una personalidad conflictiva, sus fantasías siempre son conscientes, y siempre trata de dañar, humillar y vejar a otras personas.

En los casos en que sí está asociada una perversión sexual (mejor llamada parafilia), es imprescindible para el perverso un escenario donde pueda desarrollar su deseo de destrucción y actividad con connotación obscena, o trasladar a ese lugar, las vejaciones recibidas de manera real o ficticia durante sus etapas de infancia y adolescencia.

Cuando la víctima del perverso es sometida y humillada, este experimenta sensaciones de triunfo, dominación y superioridad. En definitiva, necesita sentirse vengador y no víctima.

“El mal que provoca un perverso es indiscriminado, pero prefieren a las personas cercanas, como familiares o parejas sentimentales.”
-Paul-Claude Recamier-

Dejando a un margen los casos de parafilias, el psicoanálisis interpreta la perversión como un valor de las estructuras nosograficas: perversión, neurosis y psicosis.

Un perverso desarrolla una conducta en cierta medida psicopática, que se manifiesta desde la infancia hasta la edad madurez y que lo hace en todos los ámbitos de su vida, desde el ámbito familiar al laboral.

Hay rasgos comunes en las personas perversas. Son personas que presentan rasgos marcados de agresividad y de egoísmo. Son, además, personas impulsivas, con rasgos pronunciados de inadaptación y con comportamientos egoístas que pueden llegar a ser agresivos.

Manifiestan una escasa o nula comunicación con su entorno. Persiguen con ansias la perfección en todos sus propósitos, arrastrando a quien sea en el proceso. Son personas sin empatía, que manifiestan una falta de respeto absoluta por los demás.

“Solo el tiempo muestra al hombre justo, mientras que podrías conocer al perverso en un solo día.”
-Sófocles-


Según los psiquiatras, el aumento de la malignidad de estos sujetos se suele asociar a un aislamiento emocional, que va creciendo provocado por un  resentimiento social o afectivo, odios, fracasos etc.

Es un círculo vicioso que no para de retroalimentarse.

Prejuicios Generalizados


Hoy en día es frecuente escuchar las palabras estereotipo, prejuicio y discriminación en multitud de contextos sociales y profesionales. Este sobre uso de estos tres conceptos puede dar lugar a errores y malentendido sobre lo que realmente significan.

Debemos tomar conciencia de que son palabras que hacen referencia a realidades sociales importantes y cuyos efectos son la causa de dolor de miles de personas en el planeta.

Por ese motivo, es necesario conocer la naturaleza de estas realidades desde la definición que aporta la Psicología.

Los estereotipos son creencias o ideas organizadas sobre las características asociadas a diferentes grupos sociales: aspecto físico, intereses, ocupaciones, etnias, etc. Se trata de imágenes simplificadas sobre cómo son vistos los grupos y lo qué hacen. Las categorías están constituidas por interpretaciones, ideas y opiniones sobre los elementos. 

Desde la Psicología, estas cogniciones e interpretaciones sobre grupos sociales son los estereotipos. Todos tenemos estereotipos porque nuestra mente organiza los conceptos en categorías, y no son siempre negativos hay que entenderlos como dos caras de una misma moneda.

En definitiva, los estereotipos son generalizaciones muy difundidas sobre los miembros de un grupo social que provocan una tendencia a acentuar las semejanzas dentro del grupo, especialmente cuando la categorización tiene valor o importancia para quien la hace y las diferencias con otros grupos.
Si conocemos a una mujer negra y extranjera, le estamos clasificando en los grupos de mujer, 
extranjera y raza negra, debido a clasificarle dentro de estas categorías, surgen estereotipos hacia ellas de los tres grupos y en caso de que sean negativos se crean una serie de creencias e ideas sobre ellas que seguramente no se correspondan con la realidad.


La formación de estereotipos suelen ser de origen social a través del aprendizaje observacional. Esta es la razón por la que es frecuente la naturalidad y la espontaneidad con la que se aprenden los estereotipos en nuestra conducta social. En este caso, es preciso señalar que debemos ser capaces de anteponer la reflexión al heurístico que supone generalizar en exceso, sobre todo en el caso en que, más o menos inconscientemente, tengamos estereotipos negativos hacia un grupo de personas. 

Ampliar el foco y abstraernos del pozo cultural que nos impone ciertas ideas preestablecidas puede ser clave a la hora de mirar la realidad de forma natural y no estereotipada.

Infancias Robadas


A 700 millones de niños y niñas en el mundo —y probablemente a cientos de millones más— les han robado la infancia antes de tiempo. Esto se debe a muchas causas, como enfermedades, conflictos, la violencia extrema, el matrimonio infantil, el embarazo precoz, la desnutrición, la falta de acceso a la educación y el trabajo infantil.

La combinación de estos factores ha tenido un gravísimo impacto en la infancia de todo el mundo. Desde hace casi un siglo en Save the Children luchamos contra la pobreza y por acabar con la discriminación. Por eso hoy publicamos el informe "Infancias robadas", que pretende analizar en profundidad qué impide a los niños y las niñas disfrutar de su infancia. Este informe tendrá carácter anual y nos permitirá ver cómo la situación de la infancia mejora o empeora de cara a pedir a los responsables políticos que se comprometan a poner en marcha mejoras que impacten en la vida de los niños más vulnerables.

La infancia debería ser una etapa de la vida en que los niños y las niñas puedan crecer, aprender y jugar en un entorno seguro. Todos los niños merecen vivir una infancia con amor, cuidados y protección para poder desarrollar su pleno potencial. Sin embargo, al menos un 25% de los niños del mundo no puede disfrutar de este derecho.


La mayoría de estos niños y niñas viven en comunidades desfavorecidas en los países en desarrollo, donde el progreso ha dado una falsa sensación de mejora que no ha hecho más que incrementar la desigualdad. Estos niños sufren pobreza y discriminación. 

Viven marginados por ser quiénes son: niñas, refugiados, miembros de minorías étnicas o niños y niñas con algún tipo de discapacidad. Estos peligros para la infancia también están presentes en los países más desarrollados. Todos los países, tanto ricos como pobres, pueden hacer más de lo que están haciendo actualmente para asegurar que todos los niños y niñas disfruten de sus derechos.

La Irrupción Del Consumismo


Tras el final de la Primera Guerra Mundial, y como en cualquier periodo posbélico, comenzaron a ponerse en marcha toda una serie de dispositivos simbólico-materiales destinados a la reconfiguración del ordenamiento mundial. 

La guerra había dejado menguada la economía de muchas de las grandes potencias de entonces, avecinándose tiempos de pauperización, miseria y pobreza. Las crisis, como bien sabemos, suelen traer en sus entrañas a polizontes y oportunistas de toda calaña, dispuestos a hacer su agosto allí donde el terreno ha quedado arrasado por la tragedia. Es posible que podamos interpretar hoy este intermezzo pesimista que separó una guerra de otra como un laboratorio de pruebas en el que distintas estrategias de poder pujaban por quedarse con la tajada más grande del pastel. 

En Europa, legiones de jóvenes nazis y fascistas canturreaban los cánticos mesiánicos del Angelus novus, como preludio de la gran catástrofe que se agazapaba entre sus alas. En Estados Unidos, sin embargo, una nueva religión comenzaba a gestarse, de manera mucho más silenciosa y latente, mucho más sutil y estudiada. La gran era del consumismo de masas iniciaba, tímidamente, sus primeros pasos. Y para ello, se apoyó en las novedosas herramientas e instrumentos de cierta corriente científico-filosófica, procedente de Austria. Dicha corriente no es otra que el psicoanálisis, el cual iba a otorgar un innovador marco conceptual para la gestión de emociones y deseos.

Son escasos los manuales de marketing o de publicidad que recojan las enseñanzas de uno de sus más discretos fundadores. Nos referimos a Edward Bernays, austríaco de nacimiento, pero radicado en América, sobrino de Sigmund Freud y fundador de las llamadas Relaciones públicas. Siendo muy joven, Bernays iniciaría sus investigaciones en persuasión y técnicas de propaganda para el control y manipulación de la opinión pública. Viendo las consecuencias que tuvo la Primera Guerra Mundial, Bernays se preguntaría por la posibilidad de resignificar muchas de las técnicas propagandísticas utilizadas durante la misma, para así aplicarlas en períodos de paz. 

En una vuelta de tuerca clausewitziana, Bernays sentaría las bases del consumismo moderno apoyándose en estrategias bélicas de resolución de conflictos, manipulación, propaganda y domesticación de las mentes. Si somos capaces, se preguntaría Bernays, de convencer a la opinión pública americana de la necesidad de una guerra, mucho más sencillo será animarles a comprar todo tipo de productos y objetos innecesarios. ¿Por qué no utilizar la propaganda para el mero hecho de vender? De este modo, la economía se reactivaba, inoculando en el ciudadano la falsa premisa de la participación política a través del consumo. Incluso, podrían investirse algunos productos con determinadas categorías simbólicas, para producir en el consumidor la ilusión fetichizante de acceder a ciertos valores a través de la compra. 

Con estas técnicas de manual de psicoanálisis básico, debemos a Bernays la ocurrente perversión de empoderar con un discurso feminista a los cigarrillos de Philip Morris o de dar un aura de masculinidad a la industria automovilística. Los deseos más ocultos de la masa comenzaron a estimularse, gracias a las arrulladoras voces de los anuncios publicitarios y sus mundos de fantasía. 

Con pocas consignas, el consumo se transformó, para el americano medio, en casi una exigencia moral, dado que, solo participando del mismo, el ciudadano era capaz, de manera cuasi heroica, de apuntalar la maltrecha economía americana. De este modo, el consumidor se crea, se produce, se moldea, al mismo tiempo que el espacio democrático se reduce y banaliza, limitándolo al mero acto de la compra. El mundo deviene mercancía y la polis se transforma en un centro comercial.

Con un giro more copernicano, Bernays inaugura una modalidad de la publicidad entendida como dispositivo disciplinario, anatómico-político o biopolítico, en el que los cuerpos y las mentes son reducidas al único papel del consumidor. En su célebre manual de 1928, titulado Propaganda, no duda en recalcar que “la nueva propaganda no sólo se ocupa del individuo o de la mente colectiva, 
sino también y especialmente de la anatomía de la sociedad”. La finalidad, nos dice Bernays, no es otra que crear, dar forma, moldear un tipo de hombre nuevo: “producir consumidores, ése es el nuevo problema”. ¿Para qué vender coches con el lema “cómpreme usted este coche”, cuando podemos conseguir, a través de la persuasión, que miles de ingenuos nos reclamen y exijan “véndame, por favor, ese coche”?

La propaganda del dócil consumidor funciona con las mismas estrategias del poder, tal y como fue descrito por Foucault. Se trata de una suerte de dispositivo, viscoso e imperceptible, de tela de araña tan transparente como certera a la hora de cazar a su presa. Estamos ante una red de relaciones, de gestos, discursos y enunciados destinados a atravesar los cuerpos y los comportamientos. 

La “propaganda” está destinada a trabajar sobre la opinión pública a diversos niveles: tanto para vendernos una pasta de dientes, como para fomentar una actitud cívica por parte del ciudadano. “Pues hay que disciplinar al público para que gaste su dinero del mismo modo que hay que disciplinarlo en la profilaxis de la tuberculosis”, nos dirá Bernays. Para éste, puesto que la mente del grupo no piensa, es preciso dirigirse a sus impulsos, sus deseos y sus emociones más básicas para, desde allí, modificar sus hábitos. Y, si conocemos los motivos que mueven la mente del grupo, “¿no sería posible controlar y sojuzgar a las masas con arreglo a nuestra voluntad sin que éstas se dieran cuenta?”. Sobemos, pues, el lomo de la Gran Bestia. Alimentemos sus instintos y deseos más básicos a base de gadchets inservibles, automóviles, cremas antiarrugas y experiencias prefabricadas de emociones baratas. 

El éxito está asegurado y las colas para comprar el nuevo Iphone comenzarán a formarse días antes de que este salga a la venta.
La democracia del consumidor o, como la definió Chomsky, del “rebaño desconcertado”, se asienta en estas siniestras premisas pseudofreudianas de Bernays, para quien no sólo era posible la modificación consciente y la manipulación de las opiniones y costumbres de las masas, sino que dicha manipulación era la condición necesaria para el desarrollo de las actuales democracias. 

Se trata de organizar el caos. De esta manera, un estado ideal sería aquel en el que las decisiones estuvieran en manos de unos pocos, de un “gobierno invisible” lo suficientemente capaz como para gestionar a esa mayoría estupidizada e infantiloide, inmersa en universos de estimulación constante de deseos.


Tales fueron las ideas que tanto Walter Lippman como Bernays defendieron en el famoso Coloquio Lippman, celebrado en plena guerra mundial, en París, y que ha sido considerado el pistoletazo de salida del neoliberalismo. 

No es de extrañar que Hitler se sintiera atraído por las tesis de Bernays y solicitara sus servicios, propuesta que, al parecer, este rechazó. Huxley ya nos advertía que el nuevo totalitarismo no funcionaría de manera negativa, reprimiendo, prohibiendo, obstaculizando, privando, sino de forma positiva: constituyendo verdad. 

“Un estado totalitario eficaz —afirmaba Huxley—sería aquel en el cual los jefes políticos todopoderosos y su ejército de colaboradores pudieran gobernar una población de esclavos sobre los cuales no fuese necesario ejercer coerción alguna por cuanto amarían su servidumbre. Inducirlos a amarla es tarea asignada […] a los ministerios de propaganda”.

Insistir Sin Presionar


Si deseas una mariposa, cuanto más la persigas y vayas en su busca, más se te escapará entre las manos, en cambio, si la dejas libre, puede que ella sola se pose en tu hombro. Esta frase tan famosa, si la aplicamos a la vida real, podríamos compararla con las personas que tienen tendencia a presionar a otros. Si quieres o deseas algo, déjalo volar. Será mejor.

Lo más habitual cuando alguien persigue y presiona demasiado, es que al final, consiga el efecto contrario a su propósito. Para comprobar este efecto, piensa si has tenido alguna vez, alguna amistad o conocido que te ha presionado más de la cuenta y al final has deseado perder el contacto.

Por norma general, no nos gusta sentirnos obligados a nada, cuando algo nos apetece, por nosotros mismos correspondemos. Insistir demasiado, ya sea amistosamente, amorosamente, etc.. lo que a menudo produce, es que las personas deseen alejarse.

Por ejemplo, imaginemos que tenemos una amiga con la que solemos tener contacto a menudo, pero una temporada por falta de tiempo, exceso de trabajo o necesidad de intimidad, ya no nos apetece contactar. Ahí es cuando nos damos cuenta del tipo de persona con la cual nos estamos relacionando.

Si alguien te aprecia y dejas de contactar, te podrá insistir pero de una manera que no coarta tu libertad. Una manera sana de actuar sería haciendo comentarios como: “qué tal, hace tiempo que no hablamos, a ver si coincidimos pronto”, “espero que te estén yendo bien las cosas, a ver si charlamos, te echo de menos”, “como estás, cuando te vaya bien podemos quedar para tomar un café”.

Esta forma de hablar, denota ganas de volver a retomar el contacto, pero no hay presiones ni victimismo. Si no hay respuesta por la otra parte, la persona debería dejar “volar” al otro ya que está claro que por lo que sea, no hay ganas o tiempo de volver a contactar.

Una personalidad sana, cuando desea tener contacto con alguien intenta tenerlo, pero se da cuenta cuando no es correspondido y se retira dejando libertad, sin enfados ni presiones
Ejemplos de frases que podría decirnos alguien que no respeta nuestra libertad, con la que hemos decidido no seguir contactando: “Por qué ya no me escribes, ¿estás enfadado/a?”,  “hace tiempo que no sé de ti, no sé lo que te he hecho pero me estás haciendo mucho daño”, “llevo tiempo intentando coincidir contigo y sé que me estás esquivando”, “¿qué te pasa conmigo?”, “no entiendo esta actitud tuya de ignorarme, tenemos que hablar pero ya”.

Dar por supuesto que hay un enfado, que nos digan que estamos haciendo daño, insistir para hablar de inmediato, etc… son presiones para intentar hacer sentir culpable al otro, cuando en realidad los motivos por los que alguien deje de tener contacto pueden ser múltiples, por ello, sacar conclusiones anticipadas y presionar no suele dar buenos resultados. Déjalo volar, 

Presionar no hace que se pueda retener a otros. Lo que suele producir, es el efecto de querer alejarse porque se tiene la sensación de pérdida de libertad. En cambio aceptar las cosas sí que puede hacer que la persona que se aleja pueda volver cuando le apetezca.

Es el ejemplo de las buenas amigas, que no siempre tienen un contacto muy seguido pero si no hay presiones y se acepta el espacio personal de cada una, sabrán que son libres de alejarse cuando necesiten soledad, o tengan poco tiempo. 

Esa libertad de saber que aunque apetezca desconectar por un tiempo no será tomado de forma negativa por el otro, es lo que une más a las personas.

Cuando sentimos que se acepta nuestra manera de actuar, es cuando se afianzan más las relaciones porque sentimos la libertad de alejarnos sabiendo que es comprendido y hay alguien que está dispuesto a disfrutar de tu compañía cuando se puede, aceptando que no siempre será así, por diferentes circunstancias.

Si aprecias a alguien, déjalo volar en libertad, deja que la vida fluya de forma natural y el tiempo pondrá cada cosa en su sitio. La persona que sea para ti, volará a tu lado por voluntad propia, sin necesidad de presiones ni victimismos.


La mejor receta para atraer a personas que deseen disfrutar de tu compañía es: darse a conocer, enseñar lo mejor de ti, mostrar tu interés una vez y otorgar libertad para que el otro mueva la siguiente ficha, si la mueve enhorabuena y si no, da libertad y ve en busca de otra mariposa. 

Recuerda, no atrapes, déjalo volar y confía en la vida.

martes, 4 de diciembre de 2018

Vivir La Lectura

Leer, para mí, siempre ha sido un refugio contra las inclemencias de la realidad, a la vez que un vehículo fantástico con el que zambullirme en otros mundos posibles o imposibles, en otras vidas tan reales o imaginarias como la mía. Leyendo, puedo detener el tiempo y entrar directamente en otra dimensión sin moverme del sillón o de la cama en la soledad de mi casa, o rodeado de gente en la sala de espera del médico o del dentista, de la estación de tren o del aeropuerto, en el banco del parque o la mesa del café.

Nunca me he explicado cómo puede haber tanta gente (mucha más de lo que sería higiénico reconocer) que considera la lectura una actividad aburrida, demasiado formal, incluso fatigosa. Si bien aprendí a disfrutar del aburrimiento con esas dosis de imaginación tan entrenada en aquellos años de mi adolescencia sin ordenadores ni videoconsolas, sin móviles ni televisión por cable, siempre he buscado cualquier excusa para divertirme y esa fue, sin duda, la razón que me llevó a los libros.

Los libros, además, proporcionan un equilibrio vital para quienes, como es mi caso, abarcamos un amplio espectro de personalidades cuya cualidad más definitoria es el oxímoron, como por ejemplo: el transgresor perezoso, el charlatán introvertido o El viajero sedentario (Rafael Chirbes. Anagrama 2004).

Pero leer no es sólo una válvula de escape; me parece, sobre todo, una forma más de disfrutar con plenitud de la vida, una de las mejores, desde luego. Y es que, como le decía Martín Echenique a su hijo Martín (Hache), película de Adolfo Aristarain, a propósito de su falta de interés por la lectura: “Me daba bronca que te perdieras uno de los mayores placeres que hay en la vida”, “Y el que se pierde eso, es un tarado”.


Uno de los libros que, a mi modo de ver, mejor refleja, y de la forma más original que cabe imaginar, el mágico universo de la lectura y los lazos que unen y a veces enredan y confunden la realidad con la ficción, al lector con las tramas de las novelas, al escritor con sus personajes, es Si una noche de invierno un viajero, de Italo Calvino. Una novela llena de novelas y unos personajes que somos nosotros mismos, sus lectores. Con un sentido del humor muy cercano a G.K. Chesterton, Calvino convierte la vida en novela y la novela en una forma de vida. 

Y esa es la esencia de la lectura, al menos tal y como yo la entiendo: la vida misma. 

Cuando El Stress Nos Atrapa


Siempre utilizamos la expresión «el peor momento posible» para referirnos a los problemas y presiones que nos sacan -al menos aparentemente- de nuestras casillas. Las situaciones que nos estresan parecen multiplicativas, en una escalada en la que cada nuevo paso parece más insoportable que el anterior hasta llevar­nos al borde del colapso. Poco importa entonces que se trate de pequeños percances que normalmente afrontaríamos sin mayor dificultad porque, súbitamente, nos vemos desbordados ya que, como decía el poeta Charles Buckowski: «no son las grandes cosas las que terminan llevándonos al manicomio sino el cordón del zapato que se rompe cuando no tenemos tiempo para arre­glarlo».


Desde el punto de vista de nuestro cuerpo no existe ninguna diferencia entre nuestra casa y nuestro trabajo. En este sentido, el estrés se construye sobre el estrés, sin importar lo más mínimo cual fuere su causa. Porque el hecho de que, cuando estamos sobreexcitados, el más pequeño contratiempo pueda desencadenar una respuesta extrema, tiene una explicación bioquímica ya que, cuando la amígdala pulsa el botón cerebral del pánico, desencadena una respuesta que se inicia con la liberación de una hormona conocida como HCT [hormona cortico trópica] y finaliza con un aflujo de hormonas estresantes, principalmente cortisol.

Pero, aunque las hormonas que secretamos en condiciones de estrés están destinadas a desencadenar una única respuesta de lu­cha o huida, el hecho es que, una vez en el torrente sanguíneo, perduran durante varias horas, de modo que cada nuevo inciden­te perturbador no hace más que aumentar la tasa de hormonas estresantes. Es así como la acumulación puede convertir a la amígdala en un verdadero detonante capaz de arrastrarnos a la ira o el pánico a la menor provocación.

Las hormonas estresantes se vierten en el torrente sanguíneo, de modo que, en la medida en que aumenta la tasa cardíaca, la sangre se retira de los centros cognitivos superiores del cerebro y se dirige hacia otras regiones más esenciales para una movilización de urgencia. En tal caso, los niveles de azúcar en sangre se disparan, las funciones físicas menos relevantes se enlentecen y el ritmo cardíaco se acelera para preparar el cuerpo para la respuesta de lucha o huida. Así pues, el impacto global del cortisol en las funciones cerebrales cumple con una función estratégica para la supervivencia: abrir las puertas de los sentidos, detener la mente y llevar a cabo la acción a la que más acostumbrados estemos, ya sea gritar o quedarnos paralizados por el pánico.

El cortisol consume los recursos energéticos de la memoria operativa -del intelecto, en suma- y los transfiere a los sentidos. No es extraño pues que, cuando los niveles de cortisol son elevados, cometamos más errores, nos distraigamos más, tengamos menor memoria (tanto es así que, a veces, ni siquiera podemos recordar algo que acabamos de leer), aparezcan pensamientos irrelevantes y cada vez resulte más difícil procesar la información.

Lo más probable es que, cuando el estrés persiste, la situación termine desembocando en el burnout o algo peor. Cuando se sometió a ratas de laboratorio a una situación de estrés constante, el cortisol y otras hormonas estresantes relacionadas alcanzaron ni­veles tóxicos, capaces de dañar y terminar destruyendo otras neu­ronas. Y, en el caso de que el estrés se mantenga durante un tiempo significativamente largo, el efecto sobre el cerebro es fatal, llegando a provocar en las ratas la erosión y atrofia del hipocam­po, un centro clave para la memoria. Y algo similar parece ocurrir también en el caso del ser humano. No se trata, pues, tan sólo de que el estrés agudo pueda incapacitarnos provisionalmente sino de que su persistencia crónica puede tener un efecto entorpecedor permanente en nuestro intelecto.

El estrés es un dato con el que inexorablemente debemos contar, ya que resulta prácticamente imposible eludir las situaciones o las personas que nos desbordan. Consideremos, por ejemplo, en este sentido, el efecto que puede provocar un aluvión de mensajes. Cierto estudio realizado con trabajadores de grandes empresas demostró que éstos enviaban y recibían una media de ciento setenta y ocho mensajes al día y que su trabajo se veía interrumpido tres o más veces por hora por avisos que tenían un carácter de urgencia (habitualmente falso).

El correo electrónico, por su parte, en lugar de reducir la sobrecarga de información, no ha hecho más que aumentar el número total de mensajes que recibimos por teléfono, buzón telefónico, fax, correo ordinario, etcétera. Pero el hecho de vernos inundados de información nos coloca en una modalidad reactiva de respuesta, como si continuamente nos viéramos obligados a sofocar pequeños conatos de incendio. Y, puesto que cada uno de estos mensajes constituye una distracción, la función que se ve más afectada es la concentración, haciendo sumamente difícil volver a centrarse en una tarea que se ha visto interrumpida. Por esto, el efecto acumulativo de este diluvio de mensajes acaba generando una situación de distracción crónica.

Por ejemplo, un estudio sobre la productividad diaria en profesiones como la ingeniería reveló que las distracciones constituyen una de las principales causas del descenso de la eficacia personal. Sin embargo, un ingeniero sobresaliente encontró una estrategia que le permitía seguir enfrascado en su trabajo: ponerse auriculares. Y, aunque todo el mundo creía que estaba escuchando música, lo cierto es que no escuchaba nada porque ¡los auriculares sólo le servían para impedir que las llamadas telefó­nicas o los compañeros interrumpieran su concentración! No obstante, aunque este tipo de estrategias puedan ser relativamente útiles, lo que realmente necesitamos son recursos internos que nos permitan gestionar mejor los sentimientos que el estrés sus­cita en nosotros.


Moral Y Razón

Es valioso para el hombre ser capaz de entender el mundo, de entenderse a sí mismo, de entender la causa de sus acciones y omisiones. Tiene una mayor probabilidad de actuar bien, o de manera adecuada, un hombre que entiende por qué está actuando de esa forma. Que ha racionalizado el mundo a su alrededor, entiende las consecuencias (tanto dañinas como beneficiosas) que sus acciones tendrían en la realidad que lo rodea (gente, animales, plantas, el planeta entero y el universo).

No es necesario para alcanzar ese entendimiento el incorporar el concepto de Dios. Ateos en todo el mundo se comportan día a día de manera virtuosa, moral y cívica. El bien, o quizá más claramente el mal, es muchas veces evidente a los seres humanos.

Estadísticamente, la gran mayoría de las personas sabemos identificar el mal, o potenciales acciones “malas” por el daño que estas nos producirían a nosotros, a los humanos que nos rodean y al resto del mundo. Cuando el daño es evidente, como en el caso de un asesinato, la especie humana reconoce como mala dicha acción de manera transversal y transcultural.

En la duda de si algo es bueno o malo, por lo general dichas acciones son sujeto de debate, y un mayor esfuerzo debe ser puesto en entender la complejidad de la circunstancia en la cual se va a actuar. En dichas circunstancias complejas los conceptos de bien y mal se confunden y desvanecen, y la incapacidad de predecir las consecuencias de nuestras acciones nos hace evidente la falta de absolutismo que rige realmente el comportamiento moral del hombre.

La fantasía de la moral absoluta, de el “bien” ya sea revelado a un grupo de afortunados o incrustado en nuestra naturaleza por un Dios, es, y ha probado ser a lo largo de la historia de la humanidad, un concepto altamente peligroso. La creencia en el mandamiento, en una regla suprema, aleja al hombre de su bien más preciado y del origen verdadero de su moralidad: la razón.

El origen de la moralidad se encuentra en la razón y la experiencia. Supongamos el caso ficticio de un hombre común que matase a un hombre “santo”. Acto seguido se abre el firmamento, baja una carroza conducida por bellos ángeles para llevar al santo hombre al cielo, y el asesino puede ver a su víctima disfrutando de una vida perfectamente feliz por el resto de la eternidad. ¿Consideraría realmente el asesino que ha cometido un acto malo al ver que las consecuencias de su accionar en la víctima son infinitamente positivas? ¿Sería el acto de matar hombres santos realmente un crimen, si en vez de ver un cadáver inerte tendido en el pavimento, viéramos la supuesta “santificación de sus almas”? Sería muy razonable pensar que no.

Muchos de nosotros podemos recordar nuestra infancia. Durante ella formamos gran parte de nuestros hábitos conductuales. Es para muchos posible recordar la satisfacción que nos producía observar con nuestros propios ojos los beneficios de nuestras acciones “buenas”, y la mezcla de rabia y culpa que nos producía observar que nuestras acciones dañaban a quienes nos rodeaban. 

¿Hubiéramos podido adquirir y desarrollar nuestros códigos morales si no hubiéramos visto las consecuencias de nuestras acciones? No. La experiencia y posterior racionalización de la relación causa-efecto entre nuestras acciones y el beneficio o deterioro de la realidad que nos rodea son lo que nos moldea como seres morales.


En una época de constantes conflictos armados y tragedias originadas en fanatismos religiosos y nacionalismos a ultranza, es importante tornarnos hacia nuestra propia humanidad, confiar en nuestro criterio y, antes de aceptar cualquier afirmación como verdadera, pasarla por el colador de nuestra razón, nuestra herramienta más preciada, el motivo detrás de nuestra supervivencia en este mundo.

El Precio Y Su Costo


Uno de los errores más habituales a la hora de conocer el precio de un determinado producto o servicio es preguntar por su valor, en lugar de por el coste que nos supone su adquisición. Un error tan extendido que los propios comerciantes e incluso muchos expertos de las finanzas han cometido alguna vez a lo largo de su vida.

Como bien decía Antonio Machado, solo un necio confunde valor y precio. No quiero decir ni mucho menos que seamos necios pero, si bien nadie confunde un coche con una moto, no deberíamos confundir tampoco la noción de precio entendido como coste con la noción de valor porque, en realidad, tienen significados bastante diferentes.

¿En qué se diferencia el valor y el precio?
La diferencia fundamental entre precio y valor es la percepción que nosotros como usuarios tenemos de cada concepto. Mientras el precio es un dato objetivo y propio de cada producto que se pone en el mercado (la cantidad de dinero que pagamos por él), el valor es una valoración (valga la redundancia) subjetiva de la utilidad o beneficio que cada bien nos proporciona.

El precio de un producto puede venir determinado por numerosos factores: por el trabajo necesario para fabricar el producto, por el coste de producción o fabricación, por la escasez del producto en el mercado, por la existencia de monopolios u oligopolios, por los impuestos que la empresa en cuestión tenga que pagar o por factores más técnicos como la elasticidad precio del producto.

Sin embargo, el valor de un producto es un elemento subjetivo del mismo. Una persona puede dar más valor a un determinado producto por algún tipo de elemento sentimental, como un reloj que le ha regalado su pareja o un familiar. Es más, la misma persona puede valorar productos de forma diferente en función de la circunstancia en la que se encuentre. Una botella de agua en un desierto después de haber caminado durante varias horas será más valiosa para nosotros que un buen puñado de diamantes, a pesar de que en condiciones normales los diamantes tengan mucho más valor del agua.

El concepto de valor está relacionado con el concepto de precio en el sentido de que cuanto más sea la valoración que un conjunto de consumidores tengan sobre un producto mayor será su precio y viceversa. Las empresas, además, tienen que establecer un precio por producto superior a sus costes de fabricación ya que, de otro modo, obtendrían pérdidas que harían inviable continuar en el mercado. Si la valoración que un conjunto de consumidores hacen sobre un producto es inferior al coste de producción del mismo, no tendría sentido venderlo en el mercado ya que con toda seguridad la empresa tendría que echar el cierre.

De todos modos, si te das cuenta, la pregunta que realizamos cuando vamos a preguntar el precio de un producto es, generalmente, ¿cuánto cuesta? y no ¿cuál es el precio de este producto? Habiendo ya explicado la diferencia entre valor y precio, nos queda un paso más, que es explicar por qué la adquisición de un producto pagando por él el precio establecido por la empresa constituye un coste para nosotros como consumidores.

El concepto de coste también es aplicable a los consumidores
En nuestra vida cotidiana, el término coste de un producto hace referencia al esfuerzo necesario para la obtención de un determinado objetivo. Un atleta tiene que esforzarse en sus entrenamientos para obtener una marca que le permita ir a los Juegos Olímpicos. Un estudiante tiene que esforzarse para sacar la nota para estudiar la carrera que quiere. En general, nuestra vida cotidiana está compuesta de multitud de ejemplos que explican por qué las cosas cuestan lo que cuestan.

Lo mismo sucede con la adquisición de bienes o servicios. Para nosotros como consumidores el proceso de compra constituye un esfuerzo importante, ya no solo en términos monetarios sino en el proceso previo de compra que exige su adquisición, como el desplazamiento hasta el establecimiento comercial, la comparación de precio con otros productos e, incluso, la renuncia que hacemos cuando finalmente lo consumimos, el coste de oportunidad. De todos modos, el coste se suele asociar únicamente al valor monetario del bien y no tanto al resto de costes necesarios para su adquisición.

Es por esto por lo que el concepto de precio se asocia normalmente con el concepto de coste, y no tanto con el concepto de valor. Es más, en otros idiomas no existe tal ambigüedad. En inglés, por ejemplo, la expresión correcta sería How much does it cost? y todos asumen la diferencia entre el value (valor) y el price (precio).

En definitiva, y a pesar de que los ciudadanos utilizamos indistintamente ambos conceptos, lo correcto sería referirse al coste del producto para conocer su precio y no tanto a su valor, puesto que el valor de un producto es el que cada uno de nosotros le damos al mismo.


Cada Día Un Nuevo Día

Cada día es una oportunidad para superarnos, para comenzar nuestra lucha, para rectificarnos y para ser felices… es un regalo divino.

Te invito a que te des la oportunidad única de experimentar cuan valioso e importante eres:
Cuando despiertes, antes de abrir tus ojos respira profundo, estira tu cuerpo y repite: " gracias Padre porque estoy vivo", luego abre tus ojos y ve cuan brillante es el amanecer y las esperanzas de este nuevo día y repite "gracias padre por este nuevo día". Sí, un nuevo día para darte la oportunidad de ser mejor, para escribir nuevas páginas en el libro de tu vida con pura tinta de amor, fe, y deseos de vivir con palabras únicas y permanentes.

Un nuevo día para no pensar que ya lo has hecho todo en la vida a tras el conformismo porque de lo contrario te estarás negando la oportunidad de ser mejor que ayer. Abre bien los ojos de tu interior y el espíritu de lucha te va a impulsar por el camino del éxito. Recuerda que la felicidad comienza dentro de ti y no en lo que los otros puedan darte.

Un nuevo amanecer, un nuevo día toca a la puerta, con nuevos senderos hacia el éxito como recompensa por haberte dado la oportunidad de luchar, cuando; te caíste y te levantases con más bríos. Cuan profundo somos, ¿cuánto valoramos lo que nos rodea? Nos enseñan a enfocarnos en lo que no tenemos y vivimos toda una vida amargándonos por lo que no hemos conseguido.

Si miramos hacia atrás, podemos ver gente con muchas necesidades, falta de amor, y tú tienes mucho, gente sola, y tú estas acompañado, gente enferma y tú tienes salud, gente sin trabajo y tú tienes uno muy bueno, gente que no puede ver, y tú tienes vista. Te puedo seguir diciendo y te darás cuenta que no hay por qué estar, estresado, malhumorado, infeliz, triste, deprimido.


Has como los girasoles que siempre buscan la luz del sol, no te hundas en la oscuridad de la depresión y el pesimismo. Tienes las herramientas para luchar, para ver más allá del horizonte, 

Cuando vengan pensamientos de derrota anidarse en tu mente, no le des alojamiento, tu mente merece lo mejor, porque eres lo mejor de la creación, visualízate como el ser más perfecto, el más audaz, el más amoroso, sueña, vive, desea...convierte lo invisible en visible, lo difícil en fácil y lo imposible en posible...tu puedes...

Filosofía Del Buen Ánimo


Existe un prejuicio contra el humor entre los eruditos, que prefieren tratar de cuestiones “serias”. Este rechazo se remonta quizá a las figuras del payaso y del bufón, de baja condición social. Entre los filósofos clásicos, sólo Aristóteles trató acerca de la comedia, pero este texto se perdió.

La consideración moderna acerca del humor ha cambiado enormemente. El humor y la risa son considerados como actitudes propias del hombre, y que nos diferencian de los animales. El humor es una demostración de grandeza que pareciera decir que en última instancia todo es absurdo y que lo mejor es reír, como aquel condenado a muerte que llevan a la horca un lunes y exclama: “¡Bonita forma de comenzar la semana!”. El humor es una afirmación de dignidad, una declaración de superioridad del ser humano sobre lo que acontece.

Carecer de humor es carecer de humildad, es estar demasiado inflamado de uno mismo. El humor es una herramienta crítica de gran eficacia. El humor permite ver lo que los demás no perciben, ser consciente de la relatividad de todas las cosas y revelar con una lógica sutil lo serio de lo tonto y lo tonto de lo serio. A veces el mejor consejo es el que proviene de un chiste y no de una formulación teórica.

El chiste, el acertijo y la broma son excelentes y necesarios ingredientes de la sabiduría, ya que su esencia es precisamente la ruptura del orden lógico y del conocimiento formal con alguna salida que, como una chispa, ilumina bruscamente el entendimiento con una novedad, se desgrana en risa y deja un sabor de ingenio en la mente. Arthur Koestler ha mostrado repetidamente el cercano parentesco de la risa con el hallazgo y el descubrimiento en ciencia y en arte. ¡Ajá!, decimos en el momento en que se establece la claridad en la conciencia. ¡Ja, ja!, nos reímos cuando un chiste nos parece bueno por la inesperada ruptura con el orden esperado.

La filosofía y el humor están estrechamente relacionados. El sentido en el sinsentido, que caracteriza al chiste, es también la forma de las paradojas, aporías y acertijos de que se nutre la filosofía. Jugar con la polisemia y las múltiples acepciones, el disparate, los enlaces arbitrarios de dos representaciones contrastantes, diversas, ajenas, todo lo que a la filosofía le ocupa como alguna que otra clase de sofisma, equívoco o paralogismo, son descripciones de las técnicas del chiste.

Por otra parte, la actitud filosófica requiere de una mirada bromista. El planteamiento de un problema filosófico necesita una mirada que pueda superar dogmas, ir más allá de una evidencia, un tabú, un prejuicio o de otras inhibiciones propias del hombre. Filosofía, inteligencia, sin humor, es esterilidad, artificialidad, robótica pura. Humor sin inteligencia es mal gusto, zafiedad. De la unión entre filosofía y humor, nace la creatividad, la fantasía lúdica, el juego de la lógica.

El sentido del humor es el término medio entre la frivolidad, para la que casi nada tiene sentido, y la seriedad, para la que todo tiene sentido. El frívolo se ríe de todo, es insípido y molesto, y con frecuencia no se preocupa por evitar herir a otros con su humor. El serio cree que nada ni nadie deben ser objetos de burla, nunca tiene algo gracioso para decir y se incomoda si se burlan de él. El humor revela así la frivolidad de lo serio y la seriedad de lo frívolo. Se trata de una virtud social: podemos estar tristes en soledad, pero para reírnos necesitamos la presencia de otras personas.


Pero en el humor no todo vale, como escribe Comte-Sponville: “Se puede bromear acerca de todo: el fracaso, la muerte, la guerra, el amor, la enfermedad, la tortura. Lo importante es que la risa agregue algo de alegría, algo de dulzura o de ligereza a la miseria del mundo, y no más odio, sufrimiento o desprecio. Se puede bromear con todo, pero no de cualquier manera. 

Un chiste judío nunca será humorístico en boca de un antisemita. La ironía hiere, el humor cura. La ironía puede matar, el humor ayuda a vivir. La ironía quiere dominar, el humor libera. La ironía es despiadada, el humor es misericordioso. La ironía es humillante, el humor es humilde”.

lunes, 3 de diciembre de 2018

El Desborde Emocional


Cuando notes que las emociones te desbordan, detente y respira hondo. Todos hemos experimentado esa sensación en medio de una discusión o cuando la ansiedad, siempre atenta y al acecho, toma el control de una situación y nos hace prisioneros… Esos secuestros emocionales resultan devastadores; sin embargo, siempre tenemos a nuestro alcance herramientas para no perder el control.

Es posible que este tipo de realidades nos sean sobradamente conocidas. Hay quien es más vulnerable a las inundaciones emocionales, otros en cambio, hacen uso de un férreo autocontrol gracias al que gestionan una por una cada una de esas “amenazas emocionales”. Como quien se traga a la fuerza una pieza de comida, sin masticarla antes. Sin embargo, ninguna de las dos estrategias suele producir los mejores resultados.

“El cerebro emocional responde a un evento más rápidamente que el cerebro pensante”.
-Daniel Goleman-

La impronta de esos universos emocionales complejos seguirá ahí, en la superficie, robándonos la calma y el equilibrio. Así, un hecho común en la práctica clínica es ver cómo llegan a consulta pacientes que coinciden en sus quejas: el problema con mi ansiedad es terrible”, “no sé qué hacer con mi ira, me supera”, “tengo problemas con mis emociones, no sé qué hacer para que me dejen vivir”.

Este tipo de declaraciones nos demuestran una vez más el sesgo que evidencia la población en general al respecto de este tema. Seguimos pensando que las emociones son malas, que sentir angustia no tiene ningún propósito, que la vida misma sin la sombra del miedo sería una vida con mayor sentido. Se nos olvida, quizá, que esas dimensiones tienen siempre un claro propósito para nuestra subsistencia y adaptación.

Conocer, aceptar y gestionar las emociones mucho mejor, sin rehuir de ellas o negarlas, nos evitará esas inundaciones emocionales tan recurrentes.

Si las emociones te desbordan en un momento dado, busca la línea del horizonte y quédate ahí un instante. Deja que el mundo discurra con sus sonidos, que la discusión en el trabajo siga su curso. Permite que ese estímulo que te asusta quede congelado en el tiempo, atrapado en una dimensión inofensiva. Instala tu mirada en esa línea imaginaria de paz y concede a tu organismo unos segundos donde regular la respiración, los latidos del corazón, la tensión…

Tal y como suele decirse, cuando reina el caos el mejor bálsamo siempre es la calma. Si decimos esto es por un hecho muy concreto. Cuando el ser humano experimenta una inundación emocional quien rige ese mecanismo del pánico es la parte más instintiva de nuestro cerebro; y en esos instantes, todo es caótico, desordenado e intenso. Tanto es así, que en esas situaciones la corteza prefrontal, ahí donde se orquestan nuestra capacidad de análisis, la toma de decisiones y razonamiento lógico, queda “desconectada”.

Las personas que desarrollan trastornos emocionales se caracterizan, en esencia, por algo muy concreto: no pueden o no logran regular sus emociones. Esta situación va creando más angustia con el tiempo hasta dar forma a un tipo de indefensión donde todo escapa a su control. Por tanto, debemos tenerlo claro: las emociones que no regulamos hoy nos desbordarán mañana, y si esta situación se vuelve crónica pueden aparecer condiciones como la ansiedad generalizada y la depresión.

Asimismo, otro aspecto que debemos considerar es el siguiente: en estas situaciones no sirve de nada suprimir las emociones o bloquear los pensamientos. La clásica idea de “no voy a pensar en eso o mejor reprimo esta rabia o este enfado” lejos de ayudarnos nos puede generar más bloqueos y problemas a corto y largo plazo.

Cuando las emociones nos desbordan, de poco sirve decirnos a nosotros mismos aquello de “cálmate, no pasa nada”. Porque para nuestro organismo y cerebro “sí ocurre algo”. Por tanto, en esos instantes lo más adecuado es calmar al propio cuerpo mediante la respiración profunda. Respirar hondo y exhalar nos ayudará a regular el corazón, a quitar tensiones musculares… Y cuando el cuerpo se equilibra, podremos llamar entonces a la puerta de nuestra mente y conversar con ella.


Pongámoslo en práctica.

Trascender A Pesar De Todo


Todos nos equivocamos… somos seres humanos: reímos cuando somos felices, nos sentimos derrotados cuando algo no sale bien, lloramos nuestras tristezas, gozamos los triunfos…

En fin, vivimos muy a nuestra forma de ser, las emociones y vivencias del día a día.

Como cualquier persona, todo el esfuerzo que dedicamos en nuestro trabajo, nuestro esfuerzo, entrega y dedicación, son actitudes tenemos con el objetivo de trascender, ir más allá de lo que esperamos.

Sí, trascendemos por nuestros hechos, pero el término implica mucho más que esforzarse, lograr un ascenso en el trabajo, etc… Trascender realmente como persona, se da como resultado de nuestra capacidad de compartir y por lo que logramos desprender de nuestro entorno para entregárselo a los demás

Dejar una huella importante en los demás, saber que lo que hicimos ha sido importante para cambiar una actitud, solucionar un problema, es parte fundamental de lo que debe ser nuestra forma de actuar.

En muchas ocasiones, nosotros mismos nos negamos la oportunidad de compartir algo bueno con los demás, damos la espalda a los problemas que a alguien le aquejan pensando que “es su rollo”, sin tomar en cuenta que tal vez un poco de nuestra ayuda, o el simplemente escucharle y tratar de encontrar una solución, sería de gran utilidad.

Hoy son muchas las asociaciones, instituciones y dependencias que nos invitan a ser partícipes del hermoso regalo de la caridad, a través de proyectos destinados a dar un poco a los que más lo necesitan, y no precisamente algo material.

Como padres de familia, tratamos de ser papás y mamás ejemplares que trabajan, no descuidan su hogar, brindan cierta comodidad económica a sus hijos y se dan lujos de vez en cuando…Pero, ¿En qué momento ponemos el ejemplo de ayudar a alguien que necesita un poco de ayuda? ¿Cuándo ven nuestros hijos las necesidades reales que se viven en cuanto pobreza se refiere? ¿Cuándo les permitimos salir de su “burbuja” para que visiten hospitales, asilos de ancianos, orfanatos, etc.?

Creo que son pocos los que pueden jactarse de lo anterior, porque creemos que para eso está el gobierno: para ayudar, para eso se crean instituciones: para que les den, para eso hay ciertas asociaciones: para que atiendan necesidades de los más vulnerables.

Si realmente es nuestro deseo trascender, tenemos que primero que nada analizar nuestro alrededor y ver que nuestros problemas pueden ser enormes, pero tal vez ni se comparen con los de otros, que realmente viven una situación compleja.

Amemos nuestro trabajo; aportemos lo mejor de nosotros mismos para que nuestra pasión por la profesión que tenemos, nos permita aportar éxitos al logro de los objetivos de la empresa en la que laboramos.

Disfrutemos el tiempo con nuestra familia; vivamos cada instante con ellos, que de eso dependerá la unión, confianza y respeto con el que se pueda actuar después.

Seamos vecinos, compañeros y ciudadanos cordiales; fomentemos una sana convivencia que se traduzca en armonía.

Escuchemos a los demás, demos buenos consejos y estemos dispuestos a recibirlos.

Inculquemos en nuestras familias el valor de compartir algo con los demás; formemos niños sensibles y atentos a la problemática actual.

Pero, nunca por favor nunca, olvidemos la gran importancia de la labor social, la gran necesidad de aportar algo a la sociedad, algo de lo mucho que hemos recibido; seamos generosos y procuremos trascender con nuestros hechos, ya que ello deja una marca imborrable en muchas familias.

Sólo recuerde esa sonrisa que puede regalarle un niño huérfano, cuando compartimos unos minutos con él haciéndolo sentir importante, valorado.

Sólo imagine que “alguien” que no nos conoce bien pueda recordarlo con cariño y le esté mucho más agradecido que cualquier otra persona.

Trascender, debe ser un deseo de todos los seremos humanos… trascender en todos los sentidos, trascender a pesar de todo.

Ampliar Horizontes


“Si de veras queremos una visión verdaderamente extraordinaria, tenemos
que ampliar continuamente nuestros horizontes, tomar riesgos.
Si no empujamos nuestra orilla nunca vamos a expandir nuestra visión. 

Ir más allá de los propios límites no es infracción.”
— Dewitt Jones

Hay una vida más extensa esperándonos justo más allá de nuestra realidad actual. El Universo está ofreciéndonos perpetuamente un horizonte expandido — un pedazo más grande del cielo cósmico — donde todo es posible. Como han hecho todos los exploradores, debemos primero tener el valor de “empujar la orilla” de nuestro sistema actual de creencias e ir más allá de los límites (a veces) sacrosantos que nos hemos fijado.

Cuando moldeamos y abrazamos una visión interna de la vida que deseamos vivir y tenazmente personificamos esa visión dejándonos llevar fielmente a donde nos conduzca, se abren nuevos horizontes ante nosotros. Esto es lo que Emerson quiso decir cuando escribió: “La salud del ojo parece exigir un horizonte. Nunca nos cansamos mientras podamos mirar bastante lejos.” Para permanecer saludables en espíritu, mente y cuerpo, debemos continuar mirando hacia arriba y ver un nuevo territorio.

¿Puedes ver lo suficientemente lejos para captar la visión de la vida que aguarda, esperándote justo más allá de ese horizonte? ¿Puedes mantener tus ojos en esa visión y continuar hacia ella a través de tiempos buenos o malos?

Aun cuando no tengas la certeza de que puedes hacer el viaje, tu explorador interno conoce el camino y está listo para partir cuando tú lo estés. Actuar es el primer requisito. Lo asombroso es que un vez que alcanzas esa nueva tierra de oportunidades, habrá aún otro horizonte en la distancia llamándote, esperando tu llegada. 

Eso es todo lo que significan los nuevos horizontes. Nos muestran que hay algo más que conocer, más que hacer — y mientras permanezcamos en una piel humana, siempre lo habrá.