Cuando notes que las emociones te desbordan, detente y respira
hondo. Todos
hemos experimentado esa sensación en medio de una discusión o cuando la
ansiedad, siempre atenta y al acecho, toma el control de una situación y
nos hace prisioneros… Esos secuestros emocionales resultan devastadores; sin
embargo, siempre tenemos a nuestro alcance herramientas para no perder el
control.
Es posible que este tipo de realidades nos sean sobradamente
conocidas. Hay quien es
más vulnerable a las inundaciones emocionales, otros en cambio, hacen uso de un
férreo autocontrol gracias
al que gestionan una por una cada una de esas “amenazas emocionales”. Como
quien se traga a la fuerza una pieza de comida, sin masticarla antes. Sin
embargo, ninguna de las dos estrategias suele producir los mejores resultados.
“El cerebro emocional responde a un evento más rápidamente que el
cerebro pensante”.
-Daniel Goleman-
La impronta de esos universos emocionales complejos seguirá ahí,
en la superficie, robándonos la calma y el equilibrio. Así, un hecho común en
la práctica clínica es ver cómo llegan a consulta pacientes que coinciden en
sus quejas: “el problema
con mi ansiedad es terrible”, “no sé qué hacer con mi ira, me supera”, “tengo
problemas con mis emociones, no sé qué hacer para que me dejen vivir”.
Este tipo de declaraciones nos demuestran una vez más el
sesgo que evidencia la población en general al respecto de este tema. Seguimos
pensando que las emociones son malas, que sentir angustia no
tiene ningún propósito, que la vida misma sin la sombra del
miedo sería una vida con mayor sentido. Se nos olvida, quizá, que esas
dimensiones tienen siempre un claro propósito para nuestra subsistencia y adaptación.
Conocer, aceptar y gestionar las emociones mucho mejor,
sin rehuir de ellas o negarlas, nos evitará esas inundaciones emocionales tan
recurrentes.
Si las emociones te desbordan en un momento dado, busca la línea
del horizonte y quédate ahí un instante. Deja que el mundo
discurra con sus sonidos, que la discusión en el trabajo siga su curso. Permite
que ese estímulo que te asusta quede congelado en el tiempo, atrapado en una
dimensión inofensiva. Instala tu mirada en esa línea imaginaria de paz y
concede a tu organismo unos segundos donde regular la respiración, los latidos
del corazón, la tensión…
Tal y como suele decirse, cuando reina el caos el mejor
bálsamo siempre es la calma. Si decimos esto es por un hecho muy concreto.
Cuando el ser humano experimenta una inundación emocional quien rige
ese mecanismo del pánico es la parte más instintiva de nuestro cerebro; y
en esos instantes, todo es caótico, desordenado e intenso. Tanto es así,
que en esas situaciones la corteza prefrontal, ahí
donde se orquestan nuestra capacidad de análisis, la toma de decisiones y
razonamiento lógico, queda “desconectada”.
Las personas que desarrollan trastornos emocionales se
caracterizan, en esencia, por algo muy concreto: no pueden o no logran regular
sus emociones. Esta situación va creando más angustia con el tiempo hasta dar
forma a un tipo de indefensión donde
todo escapa a su control. Por tanto, debemos tenerlo claro: las emociones
que no regulamos hoy nos desbordarán mañana, y si esta situación se vuelve
crónica pueden aparecer condiciones como la ansiedad generalizada y la
depresión.
Asimismo, otro aspecto que debemos considerar es el
siguiente: en estas
situaciones no sirve de nada suprimir las emociones o bloquear los pensamientos.
La clásica idea de “no voy a
pensar en eso o mejor reprimo esta rabia o este enfado” lejos de ayudarnos nos
puede generar más bloqueos y problemas a corto y largo plazo.
Cuando las emociones nos desbordan, de poco sirve decirnos a
nosotros mismos aquello de “cálmate, no pasa nada”. Porque para nuestro
organismo y cerebro “sí ocurre algo”. Por tanto, en esos
instantes lo más adecuado es calmar al propio cuerpo mediante la respiración
profunda. Respirar hondo y exhalar nos ayudará a regular el
corazón, a quitar tensiones musculares… Y cuando el cuerpo se equilibra,
podremos llamar entonces a la puerta de nuestra mente y conversar con ella.
Pongámoslo en práctica.
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