Lo que vemos hoy es
algo ya alucinante pero nadie se asombra de lo que está por venir con el cambio
tecnológico. Empezamos a estar curados de espanto.
Nos encontramos en
el umbral de una revolución que altera nuestra forma de vida, trabajo y
relaciones. Probablemente ante unos cambios nunca experimentados – si cabe aún
más – que van a transformar a la humanidad.
La primera
revolución industrial utilizó el agua y el vapor para mecanizar la producción,
la segunda la electricidad para la producción en masa y la tercera la
electrónica e informática para su automatización. Estamos ahora ante ¿una
cuarta? caracterizada por la revolución digital que bordea los límites entre lo
físico, lo biológico y desde luego la digitalización.
Seguramente la
transformación viene de la mano de la velocidad y su impacto en todos los
sistemas y lo hace de forma exponencial transformando los sistemas de
producción, administración y gobierno.
Hoy ya las
posibilidades de billones de personas interconectadas a través de teléfonos
móviles con una capacidad de proceso inimaginable, capacidad de almacenamiento
y acceso al conocimiento son casi ilimitadas. Y estas posibilidades se expanden
en campos como la inteligencia artificial, robótica, vehículos autónomos,
nanotecnología, biotecnología… etc
.
La pregunta que nos
hacemos es cómo nos afectará en lo general y en lo particular. Esta nueva era
industrial va a cambiar no sólo lo que hacemos sino cómo somos. Afectará a
nuestra identidad y a todo lo asociado a ella: la privacidad, la noción de
propiedad, las forma de consumo, el tiempo dedicado al ocio y al trabajo, en
definitiva a nuestras relaciones, en una lista interminable de posibles, sólo limitado
por nuestra imaginación. Nos encontramos ante cambios imprevisibles.
Y también, las
nuevas tecnologías van a incidir en la forma de gobernar empresas y naciones
posibilitando a los ciudadanos enlazar con Gobiernos, manifestar sus opiniones,
coordinar esfuerzos e incluso supervisar directamente la gestión de los asuntos
públicos de igual forma que los Gobiernos podrán incrementar su control sobre
la población mediante sistemas de vigilancia y el control de la infraestructura
digital.
Sin duda, la capacidad
de los sistemas de gobierno para adaptarse a todo este entorno es lo que va a
determinar su supervivencia. En esta nueva era de rápidos cambios los
legisladores y gobiernos tienen ante sí el reto de adaptarse o fenecer.
Por supuesto que
también afectan estos cambios a la naturaleza de la propia seguridad y defensa,
en conflictos en los que lo “hibrido” se acentúa combinando las técnicas
clásicas de la guerra con actores no estatales produciéndose una bruma entre lo
que es guerra y paz, combatiente y no combatiente, o incluso violencia o no
violencia, como es el caso de la guerra cibernética. A medida que este proceso
se impone y las nuevas tecnologías, como por ejemplo, las armas biológicas se
hacen más fáciles de usar, al alcance de individuos y pequeños grupos, la
cooperación entre Estados se hace perentoria para evitar daños masivos.
Para evitar males
imprevisibles se hace necesario desarrollar una visión global y compartida de
todo cuanto he expuesto y cómo afecta a nuestras vidas modelando nuestra
evolución social, cultural y humana.
Nunca ha habido seguramente tales tiempos
de esperanza o de peligro descontrolado como ante el que nos enfrentamos.
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