A menudo la gente, o incluso la vida misma, no te aconsejan ser
ingenuo. “No seas ingenuo”, seguro que te han dicho esta frase más de una
vez, acompañada de una leve sonrisa y una apropiada caída de ojos. “No
seas ingenuo”, te dicen, perdonándote la vida. La verdad es que no soporto que
me perdonen la vida. En ningún caso.
Creo que una pizca de ingenuidad es importante. De otro
modo, la existencia se empobrece. Se hace más triste.
Por eso, yo diría: “Sé ingenuo”, porque significa que vives
sin malicia.
A pesar de los múltiples golpes de la vida, hay que resistir
y vivir sin malicia. La ingenuidad nos permite abrirnos al mundo y a su
incerteza. Sin la ingenuidad, uno no puede de verdad aceptar que no controla nada.
Es cierto, por otro lado, que un ingenuo es más frágil. Un
ingenuo es vulnerable porque se muestra tal y como es, sin segundas
intenciones, sin pliegues. En potencia, un ingenuo puede llevarse más
golpes, puede tener más problemas, puede llevarse más desilusiones…
En definitiva, puede potencialmente sufrir más.
Por eso, buscando la seguridad, pronto aprendemos que la
ingenuidad no es buena y que más bien es peligrosa. Así que la abandonamos.
Cerramos esa puerta, porque la incertidumbre que encierra es posible que nos
traiga padecimientos. Mostrarse sin malicia al mundo y a los demás no siempre
conlleva cosas buenas.
Y, sin embargo, cerrando esa puerta nos perdemos
muchas cosas. Cosas que tal vez sean las más importantes. La
verdadera ingenuidad, la ingenuidad cuyo significado alude al linaje libre, a
la nobleza espíritu, exige valentía.
Ser ingenuo y exponerse a los golpes de la vida puede ser
una experiencia que nos permita conectar más con otras personas, experimentar
la vida de forma más cercana a nosotros mismos.
Por eso hay que ser valientes para llevar una existencia
vivida con sinceridad, con sencillez. Una existencia ingenua y con pureza de
ánimo.
¿Que es difícil, que sufriremos?
Pues claro. La ingenuidad es cosa de valientes.
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