La vida está hecha de decisiones. Desde el momento en que
llegamos a este mundo comenzamos a moldear nuestro camino en función de las
decisiones que tomamos; estemos conscientes de ello o no.
Muchos pensadores a través de la historia han coincidido en
que lo único peor que una mala decisión, es la indecisión.
Quizá algunos
pensamientos detrás de esta conclusión, son que «quien no decide, deja que
otros decidan por él», que «no decidir, enajena a la persona de su propia vida»
o que «no decidir, también es una decisión». En cualquier caso, existe un hecho
innegable: se tomen decisiones o no, el tiempo seguirá su curso y las cosas o
eventos ocurrirán. Esto crea la sensación de que tomar
decisiones es algo obligatorio o inevitable en la vida. Quizá
el tema central sea, qué tanto las personas están dispuestas a intentar influir
es sus posibilidades a futuro, a partir del conocimiento de su pasado y su
situación presente.
Algunas decisiones pueden tener un profundo impacto en la
vida de las personas. Piensa en lo que implica elegir una carrera profesional,
elegir una pareja o en invertir en algún negocio. Una decisión, puede ser la
diferencia entre una trayectoria vital satisfactoria o una de frustración y
desencanto. Las decisiones son fundamentales en el desarrollo de las personas y
es frecuente que no se tengan elementos para evaluar la conveniencia de tomar
una u otra decisión. Pero ¿es posible aprender a decidir? Un grupo creciente de
científicos se encuentra en la búsqueda de esta respuesta, que está lejos de
ser sencilla.
En primer lugar, habría que plantearnos si es posible
decidir de manera libre y consciente, lo cual ha sido tema de debate por
cientos de años en el campo de la filosofía. Hay quienes piensan que estamos
determinados por una serie de influencias materiales, sociales, culturales o
incluso inconscientes, que se ubican de manera silenciosa, pero poderosa,
detrás de nuestras decisiones. Por otro lado, existen quienes se declaran en
favor de la posibilidad del libre albedrío,
como una facultad humana que hay que conquistar; es decir, el simple hecho de
ser, no hace libre a una persona. Es en el ejercicio voluntario de conocerse y
conocer a los otros, de donde puede emanar cierta libertad. En este sentido, la
libertad se acerca a la concepción heideggeriana o del budismo zen, cuando
decían que la libertad incluye a los otros.
Si no es posible predecir el resultado de una decisión,
¿cómo saber si una decisión es buena o mala?
Aprender a decidir, entonces, requiere en primera instancia
el auto-conocimiento en relación con el mundo, para tener claridad respecto a
los propios deseos, anhelos y pasiones, así como sus alcances o matices. Sólo
entonces se puede realizar, lo que recomiendan algunos psicólogos sociales: tomar
decisiones en función, no del resultado que se espera obtener al final (p. ej.
Ingresar a una universidad), sino del proceso requerido para lograrlo.
Esta recomendación parte del principio de que el resultado de una decisión,
depende de muchas variables que están fuera del control de quien decide. En
realidad, una persona sólo puede controlar los pasos que componen el proceso,
no el resultado en sí. Pero, si no es posible predecir el resultado de una
decisión, ¿cómo saber si una decisión es buena o mala? ¿Cómo saber si estudiar
en tal o cual universidad ofrecerá mejores oportunidades laborales? ¿Cómo saber
si implementar una nueva política empresarial generará un incremento en las
ventas? De acuerdo con el Dr. Utpal Dholakia, la respuesta es simple: no es
posible saberlo con certeza.
Sin embargo, sí es posible tomar decisiones informadas y/o
consensuadas con otros, que promuevan el sano desarrollo de las personas y que
generen planes de acción bien delimitados que incrementen la probabilidad de
conseguir lo que se desea de manera individual o grupal. Actuar de esta manera
incrementa la motivación y el compromiso de una persona hacia su plan de
acción, pues lo ha realizado en congruencia con sus valores, principios y deseos.
Finalmente, ya sea que el resultado obtenido sea el esperado o no, las acciones
tomadas habrán sido satisfactorias desde un punto de vista ético y axiológico.
Algo fundamental es que, dentro de este esquema para la toma de decisiones,
exista apertura al cambio, creatividad en la
resolución de dificultades o búsqueda de alternativas y flexibilidad,
de otro modo se dificulta adaptarse a las cambiantes condiciones de la
realidad.
Esto nos acerca a aquello que numerosos poetas, como Rudyard
Kipling o Constantino Cavafis, intentaron transmitir: lo
más importante es aprender a disfrutar el camino.
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