domingo, 16 de diciembre de 2018

El Escudo De La Indiferencia


La indiferencia es justo lo que indica la palabra, una falta de deferencia. La simpatía o no de una persona pasa por si la tiene o no como atributo. Sabemos que la indiferencia que se reviste de soberbia o de un extraño orgullo de superioridad en el fondo oculto una inhibición ante el otro, una vergüenza incluso cuando no un temor a transparentarse ante la mirada, por tanto la indiscreción, ajena. 

A la llegada a un país, a una región, a un nuevo lugar, incluso a una nueva persona lo primero que salta a la vista es su cuota deferencial, que puede recorrer un heterogéneo arco: desde los excesos de atención a la absoluta anulación de ésta. Es el contacto con el punto exacto de este gradiente lo que hace emitir juicios prontos y repentinos  del otro o del recién conocido, no siempre tan inexactos como se podría suponer por su injusticia inmediatista. Es así que caemos simpáticos o antipáticos en función de nuestra capacidad de escucha y concentración por lo ajeno, la retención de sus detalles, el recuerdo memorístico de sus confidencias y, por supuesto, sus nombres. 

Sin duda la indiferencia/deferencia dependen de códigos culturales y de costumbres educativas. La excesiva deferencia –como la africana- es empalagosa, especialmente cuando se viene habituado  de ámbitos culturales en los que predomina la frialdad y la indiferencia. El excesivo saludo reverencial  -como el oriental- resulta chocante. Al revés, el excesivo silencio, la falta de trato y la nula mención de saludo o su vocalización inaudible es propio de quien no quiere tener demasiado trato con el prójimo. La curiosidad de este fenómeno es que el gradiente deferencia-indiferencia varía y se adapta a las circunstancias. Los demás como paisaje pasan por la criba de la selección. 

Toda la indiferencia que se puede tener y se recibe a nivel de calle queda compensada, supuestamente, por la alta deferencia que se recibe de las personas especiales con las que se ama, se vive o se trabaja.

El estudio de la indiferencia es crucial en el estudio de la psicología de las relaciones humanas. Las personas que forman parte del conglomerado, del entorno, de ese paisaje inasible de formas inicialmente van diferenciándose a partir de los mensajes y energías que se van recibiendo de ellas. 

Cuanto más te ignore alguien menos querrás saber de ésa persona. Pero ni siquiera eso es exacto. Es difícil crear una ley interpretativa universal que capture todos los comportamientos predecibles. Hay muchas razones de todo tipo y las que más utilitaristas para mostrar interés por los demás. 

La deferencia no deja de ser una puesta en escena de una acción calcula si se quiere instrumentar para un fin determinado.  Inicialmente ante un nuevo grupo humano en el que te zambulles todos sus miembros pueden ser parecidos. Basta un primer intercambio de impresiones  para empezar a individuar a cada uno del conjunto al que pertenece o del que se le saca. Nada obliga en principio a hacerse amigo de nadie pero parece que lo más lógico, desde un punto de vista de lógica recursiva pero también  de lógica comunicacional, tomar contacto con las personas que te encuentras y que estas lo tomen contigo si las coordenadas de coincidencia son nuevas y la información  mutua de las realidades recíprocas es escasa. Teóricamente cuanto mayores sean los contactos con los demás más puedes abastecerte de informaciones y de experiencias. Esto, que desde luego tiene un punto de saturación, marca la dinámica de las primeras aproximaciones. 

Cuando llego a un lugar por primera vez me fijo más que nunca en las caras que hay, la gente que está con sus distintas poses, las formas de andar. Hay un tipo de personalidades que arrastran los pies y miran al fuego. Si por azar te cruzas con su campo visual hacen todo lo posible por no verte o por aparentar que no te han visto. Tú estás seguro de que no eres transparente y que tu atractivo no es tan terrible como para ser metido en un lapsus visual automáticamente, a pesar de todo no eres mirado ni hablado.

Cuanta más civilizada es una persona en el sentido de más saturada está del mundo y de sus estímulos más se inviste de un rol de indiferencia. Hay razones psicológicas poderosas que la explican, las de la autoseguridad o autoprotección entre ellas, después de unos cuantos intercambios desfavorables con desconocidos se opta por no aceptarlos en el campo relacional. Lo que pasa es que los desconocidos nunca dejan de serlo si no se les trata. Es una anti metáfora la tesis de quedarse en la reserva. Hay otra cosa, la indiferencia como regla criterial constante convierte al mundo de los otros en general, por lo tanto al mundo, en algo a lo que se quiere acceder nunca y como mucho se acepta el contacto si la iniciativa viene de alguien muy singular del otro lado. 

He comprobado que hay gente que jamás escribe, jamás llama, jamás propone, jamás toma la iniciativa y que lo sabe y que además eso considera que es lo razonable para su posición social. Al mismo tiempo y antitéticamente recriminará en los demás que no la auxilien, no la salven, no la inviten, no la lleven o no le hagan dádivas.

Hay muchos procesos causales de la indiferencia y sin discusión alguna hay conclusiones que avalan actitudes de indiferencia impecables que no tienen objeción alguna. No son pocas las personalidades con las que te encuentras por la vida que lo mejor que puedes hacer con ellas es ignorarlas no porque no tengan un valor humano potencial sino porque no estás dispuesto a perder tu tiempo miserablemente con ellas. Pero una cosa es poner a alguien con quien se ha tratado en ese grupo del que distanciarse para no tener problemas o porque sus malas energías no te dañen y otra muy distinta es adoptar la indiferencia total con respecto al resto de la especie.


Confieso que cuando me he fijado en personas y que las encuentro por segunda o tercera vez y ellas siguen sin verme desde la primera me siento algo perplejo. He experimentado que al tomar la iniciativa de ahí donde había alguien blindado  puede resurgir una personalidad pletórica, sensual y maravillosa.  Mi hipótesis es que el común denominador de las indiferencias es el de la toma de distancia de los demás porque en el fondo los demás se les impugnan a priori. Si alguien vale la pena ya luchará por vencer las barreras de esa indiferencia, 

Lo malo es que alguien que vale la pena que sufre el rechazo sutil de la indiferencia no tiene por qué quedarse con ganas para vencer las murallas del indiferente tratando de descubrir una persona sensible detrás o al menos un hablante con interés.

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