La
inteligencia no es solo un don, es también una práctica. Una práctica que se
ejercita como se ejercitan los músculos o la memoria. La única diferencia es
que su entrenamiento es algo más complejo, porque para desarrollarla hay que
aprender a combinar muchos componentes a la vez: imaginación, lógica,
retentiva, cultura, reflexión, experiencia…
Pero tratando de resumirlos todos, podría decirse que la
inteligencia se desarrolla a través del desligamiento. Uno debe separarse de
quien se supone que es, del lugar que ocupa en el mundo, de lo verosímil y de
lo esperable. Todo al mismo tiempo. Y también debe cuestionar las explicaciones
más inmediatas pues estas tienden a ocultar las más distanciadas, que son,
precisamente, las que ejercitan la inteligencia.
García Márquez contaba que en una ocasión un pequeño
ratoncillo salió de su escondrijo y vio por primera vez un murciélago
sobrevolando la zona. Extasiado, entró corriendo en la guarida en busca de su
madre y le gritó: «¡Mamá, mamá, he visto un ángel!».
No es que el ratoncillo fuera tonto, es que aún no se había
ejercitado lo suficiente como para llegar a asociaciones menos inmediatas.
Otro aspecto fundamental que desarrollar es la conciencia
del punto de vista. Es decir, el asumir siempre que lo que vemos no es la
realidad, sino tan solo una parte. Y que deberemos utilizar la inteligencia
para completar la imagen. A este respecto hay otra historia interesante.
Dos
profesores de ciencias exactas paseaban por el campus de la universidad en la
que trabajaban cuando un tranvía se les cruzó por delante. Al verlo, uno de
ellos le comentó al otro: «¿Se ha fijado, estimado colega? Han pintado los
tranvías de amarillo». A lo que el segundo le respondió de inmediato: «Sí,
cuando menos por el lado de acá».
Desligarse de lo probable y lo inmediato nos hace crecer en
inteligencia. Y solo cuando incrementamos esa capacidad es cuando somos capaces
de alcanzar niveles de disrupción que nos permiten evolucionar, como individuos
y como especie.
Un caso muy claro son los análisis no disruptivos que
hacemos de la realidad inmediata. Cuando vemos, por ejemplo, que el petróleo se
va a acabar, calculamos cuánto queda y llegamos a la conclusión de que todos
los coches serán eléctricos en el plazo de 40 años. Pero ese es un análisis
lineal que no tiene en cuenta el hecho disruptivo. Las cosas sucederán mucho
más deprisa y por otros motivos.
Porque si revisamos el pasado, vemos que cuando el hombre
descubrió el cobre enseguida comenzó a utilizarlo en lugar de las piedras. Y no
lo hizo porque las piedras estuvieran desapareciendo del planeta, sino porque
el cobre era más eficiente. Lo mismo sucedió con la llegada del automóvil.
La
gente tampoco sustituyó a los caballos por coches porque los caballos fueran a
extinguirse. Lo que sucedió en ambos casos es que tanto el cobre como el motor
de explosión interna fueron aportaciones de mentes más inteligentes que se
alejaron de lo evidente para llegar a soluciones disruptivas.
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