jueves, 27 de diciembre de 2018

El Ser Inteligente


La inteligencia no es solo un don, es también una práctica. Una práctica que se ejercita como se ejercitan los músculos o la memoria. La única diferencia es que su entrenamiento es algo más complejo, porque para desarrollarla hay que aprender a combinar muchos componentes a la vez: imaginación, lógica, retentiva, cultura, reflexión, experiencia…

Pero tratando de resumirlos todos, podría decirse que la inteligencia se desarrolla a través del desligamiento. Uno debe separarse de quien se supone que es, del lugar que ocupa en el mundo, de lo verosímil y de lo esperable. Todo al mismo tiempo. Y también debe cuestionar las explicaciones más inmediatas pues estas tienden a ocultar las más distanciadas, que son, precisamente, las que ejercitan la inteligencia.

García Márquez contaba que en una ocasión un pequeño ratoncillo salió de su escondrijo y vio por primera vez un murciélago sobrevolando la zona. Extasiado, entró corriendo en la guarida en busca de su madre y le gritó: «¡Mamá, mamá, he visto un ángel!».

No es que el ratoncillo fuera tonto, es que aún no se había ejercitado lo suficiente como para llegar a asociaciones menos inmediatas.

Otro aspecto fundamental que desarrollar es la conciencia del punto de vista. Es decir, el asumir siempre que lo que vemos no es la realidad, sino tan solo una parte. Y que deberemos utilizar la inteligencia para completar la imagen. A este respecto hay otra historia interesante. 

Dos profesores de ciencias exactas paseaban por el campus de la universidad en la que trabajaban cuando un tranvía se les cruzó por delante. Al verlo, uno de ellos le comentó al otro: «¿Se ha fijado, estimado colega? Han pintado los tranvías de amarillo». A lo que el segundo le respondió de inmediato: «Sí, cuando menos por el lado de acá».

Desligarse de lo probable y lo inmediato nos hace crecer en inteligencia. Y solo cuando incrementamos esa capacidad es cuando somos capaces de alcanzar niveles de disrupción que nos permiten evolucionar, como individuos y como especie.

Un caso muy claro son los análisis no disruptivos que hacemos de la realidad inmediata. Cuando vemos, por ejemplo, que el petróleo se va a acabar, calculamos cuánto queda y llegamos a la conclusión de que todos los coches serán eléctricos en el plazo de 40 años. Pero ese es un análisis lineal que no tiene en cuenta el hecho disruptivo. Las cosas sucederán mucho más deprisa y por otros motivos.

Porque si revisamos el pasado, vemos que cuando el hombre descubrió el cobre enseguida comenzó a utilizarlo en lugar de las piedras. Y no lo hizo porque las piedras estuvieran desapareciendo del planeta, sino porque el cobre era más eficiente. Lo mismo sucedió con la llegada del automóvil. 

La gente tampoco sustituyó a los caballos por coches porque los caballos fueran a extinguirse. Lo que sucedió en ambos casos es que tanto el cobre como el motor de explosión interna fueron aportaciones de mentes más inteligentes que se alejaron de lo evidente para llegar a soluciones disruptivas.

Sin embargo, cuando estas mentes aparecen, la realidad se transforma a una velocidad vertiginosa. La inteligencia actúa como un catalizador que todo lo revierte. Volviendo a los coches, Tesla Motors lanzó al mercado su primer vehículo cien por cien eléctrico hace tan solo ocho años, y en estos momentos ya tiene una enorme cantidad de futuros compradores en su lista de espera. Ninguno de ellos ha aguardado, en contra de lo que pensaban otros fabricantes de automóviles menos disruptivos, a que el petróleo se acabara para comprarse un Tesla.

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