Que no te engañe la cara que llevo. Porque sólo es una
máscara, una de las máscaras que temo quitarme y ninguna de ellas soy yo.
Aparentar es un arte que dominio, pero no te dejes engañar. Te doy la impresión
de ser fuerte, de que dentro y fuera de mí hay un día soleado y apacible, de
que mi nombre es “confianza” y que “control” es mi juego.
De que el mar está sereno y yo sereno al timón, de que no
necesito a nadie, pero no me creas. Mi exterior refleja serenidad pero sólo es
una máscara, siempre cambiando, siempre ocultando.
Detrás de ella hay confusión, temor y soledad, pero esto lo
escondo. No quiero que nadie lo sepa. Me da pánico que mi debilidad y mi temor
queden expuestos.
Es por eso el afán con que he creado una máscara en dónde
ocultarme. Una fachada indiferente y sofisticada que me ayude a fingir, que me
sirva de escudo ante una mirada conocedora. Pero precisamente, esa mirada es mi
salvación, mi única esperanza, lo sé.
Siempre y cuando venga acompañada de aceptación y de amor.
Es lo único que puede liberarme de mí mismo, de la prisión que yo solo he
construido. Es lo único que puede revelarme lo que yo mismo no me he podido
revelar, que soy alguien que valgo. Pero esto no te lo digo. No me atrevo.
Tengo miedo que tu mirada no venga acompañada de aceptación y de amor.
Temo rebajarme ante ti, que te rías. Tengo miedo de que me
rechaces. Por eso es que juego mi juego, mí desesperado juego de aparentar, con
una fachada de seguridad por fuera, y un niño temeroso por dentro.
Así empieza el desfile de máscaras, y mi vida se coloca al
frente, con caretas destellantes pero vacías. Inútilmente platico contigo en
los tonos suaves de una plática superficial. Te digo todo acerca de nada, y
nada acerca de lo que es todo para mí.
Así que cuando te hable, no te dejes engañar por lo que te
diga. Por favor escucha cuidadosamente, trata de oír lo que me gustaría decir,
pero que no puedo manifestar abiertamente. No me gusta esconder. No me gusta
jugar al impostor. Quiero dejar de aparentar. Quiero ser auténtico, espontáneo,
pero tienes que ayudarme. Entiéndeme tu mano aun cuando parezca ser lo último
que necesito. Cada vez que eres amable, cada vez que tratas de comprenderme, mi
corazón hace crecer unas alas, unas pequeñas alas, unas alas frágiles ¡Pero
alas!.
Una arraigada convicción de que valgo poco me ha hecho
construir una muralla a mí alrededor. Mientras más te acerques a mí, con más
ímpetu te rechazaré. Es irracional pero, contrario a lo que dicen los libros
acerca del hombre, frecuentemente soy irracional.
Se me ha dicho que el amor es más fuerte que cualquier
barrera, y en ello está mi esperanza. Por favor
trata de derrumbar esa muralla con manos firmes pero gentiles, ya que mi niño
interior es muy sensible.
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