Del latín arrogantia, arrogancia es
la cualidad de arrogante. Este adjetivo (arrogante), por su parte, refiere a alguien altanero o soberbio. Por ejemplo: “El actor se
paseó por las calles de la ciudad con su habitual arrogancia, sin responder a
los saludos de sus admiradores”, “Debes dejar la arrogancia de lado y admitir que te has
equivocado”, “La arrogancia no te llevará a ningún lado: te recomiendo estudiar
para seguir mejorando”.
Puede considerarse la arrogancia como un defecto de la
personalidad. El individuo arrogante siente un orgullo excesivo sobre su persona y exige un
reconocimiento desmedido, creyéndose con derecho a tener privilegios
que, en realidad, no tiene ni le corresponden.
Es importante diferenciar entre la arrogancia y la autoestima o la confianza en uno
mismo. Tener una elevada autoestima o confiar en las
capacidades personales de uno mismo no supone un defecto ni tiene connotación
negativa; por el contrario, resulta saludable y beneficioso para la persona. La
arrogancia es un exceso de dicho sentimiento.
El arrogante se atribuye una importancia desmedida basada en
su autoimagen. Por lo tanto, actúa en consonancia con esa imagen distorsionada de sí mismo y quiere
ejercer derechos que se atribuye en base a dicha supuesta importancia.
Imaginemos una entrevista con un escritor que acaba de publicar
un libro. El autor podría mencionar que está muy contento con el resultado
final de la obra, lo que refleja su buena
autoestima. En cambio, si agrega que acaba de presentar “el mejor
libro de la historia de la literatura
nacional” o
si comenta que “no existe
otro escritor con mi talento”, demostrará su arrogancia.
La arrogancia puede ser perjudicial tanto para quien la práctica
como para quien la recibe: a menos que existan intereses de por medio, ninguna
persona desea estar cerca de un arrogante; por otro lado, las palabras
hirientes que suelen desprenderse de esta forma
de ser pueden marcar
a ciertos individuos con baja autoestima y pronunciar sus falta de confianza en ellos mismos.
Es probable que la arrogancia surja de una o más carencias
afectivas que deriven en un nivel excesivamente bajo de autoestima; ante la
falta de protección y de apoyo por parte de los padres, por ejemplo, puede
generarse un profundo miedo al fracaso y a decepcionar a los demás, que muchas
veces se disimula a través de una personalidad de aparente amor
propio, aunque de fondo no exista más que desprecio y asco por uno mismo, de
culpa por creer que uno no ha sido suficiente como para recibir amor y para
enorgullecer a sus mayores.
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