Se puede entender al placer como aquello positivo que se
siente al satisfacer una
necesidad o
conseguir un objetivo. Existen, por lo tanto, múltiples fuentes de placer
de acuerdo al contexto.
Aquello que provoca placer se conoce como placentero.
Las relaciones sexuales, en este sentido, pueden calificarse como
placenteras. Las personas suelen disfrutar al estimular sus órganos
genitales, por lo que el sexo provoca placer físico.
Dentro de este tipo de placer, el sexual, hay que tener en cuenta que no
sólo se alcanza con la estimulación de los genitales sino también con la
excitación provocada al acariciar otras partes del cuerpo. Esas zonas que, de
igual modo, provocan placer son conocidas como zonas erógenas y entre ellas se
encuentran el cuello, el pecho, los lóbulos de las orejas…
Asimismo no hay que olvidarse que cada persona encuentra ese placer
sexual en distintas posturas, con diferentes fantasías e incluso con variadas
experiencias. Ejemplos de esto son quienes se excitan llevando a cabo acciones
de sadomasoquismo, los que necesitan vestir o que su pareja lleve determinadas
prendas…
Lo que está claro, como así lo demuestran distintos estudios, es que
experimentar el placer sexual ayuda a mejorar el sueño, a ponerle fin al estrés
o a contar con mayor autoestima.
La ingesta de una comida que nos gusta también puede
considerarse como un placer. Cuando el alimento ingresa al paladar, e incluso
antes a través de la vista y el olfato, podemos sentir algo agradable que surge
de los sabores y aromas.
Otros placeres no son físicos, sino que resultan más bien simbólicos.
Tener un hobby como coleccionar sellos postales; jugar a un
videojuego; leer un libro; dibujar; o escuchar música son algunas
actividades que pueden producir placer.
Cuando una persona persigue el placer como principal finalidad de su
existencia, se dirá que es hedonista. El hedonismo es la
doctrina que siguen aquellos que viven para maximizar los placeres y minimizar
el dolor. Hay que destacar, sin embargo, que ciertas posiciones morales
consideran que el hedonista es egoísta porque no piensa en los problemas del
prójimo, sino que sólo privilegia su placer.
El placer físico es una sensación correspondiente a una situación
positiva –operación, función, evento, estado– del organismo viviente. Se lo
puede mencionar también con verbos como gustar, gozar, sentir agrado,
disfrutar, etc. El placer no existe aisladamente, sino que está unido a una
situación vital buena percibida con una connotación sensible positiva. Por
ejemplo, una persona puede sentirse bien o a gusto mientras pasea, come, hace
deporte o descansa. Lo que gusta –el objeto del placer– se dice gustoso,
agradable, deleitable. La sensación contraria es el disgusto o desagrado,
que en su caso extremo es dolorosa, por lo que de ordinario placer y dolor
se ven como sensaciones físicas opuestas.
Agrado, gusto, placer, complacencia, son términos con
significados analógicos, es decir, indican algo común pero con connotaciones
diversas. Pueden usarse de modos variados en distintas circunstancias, no sólo
físicas, sino también psicológicas, espirituales, intelectuales, etc., como
cuando decimos "encuentro agradable esta novela", "me gusta
estudiar matemáticas". Términos cercanos a placer, aunque con matices
semánticos peculiares, son: deleite, gusto, complacencia, gozo, delicia,
agrado, disfrute, alegría, dicha, felicidad, beatitud, gratificación,
satisfacción, contento, bienestar, sentirse bien, sentirse cómodo.
Algunas de estas situaciones no son sensaciones, sino emociones, estados
anímicos o psicosomáticos, o situaciones de la voluntad. Podríamos llamarlas en
general sensaciones afectivas positivas, así como las negativas son el
dolor, el malestar, el sufrimiento, el cansancio, el aburrimiento, el disgusto
y tantas otras.
En términos generales, la complacencia es el sentimiento generado por la
posesión de un bien. En consecuencia, el placer físico es la sensación que
surge con el bien del organismo como un todo o en sus partes, cuando está en
reposo o cuando actúa. Es la vivencia o sensación del viviente cuando "se
encuentra bien" o cuando realiza bien sus operaciones naturales, o las que
se le han hecho connaturales por habituación. Por eso, si alguien realiza con
dificultad unas tareas (p. ej., habla mal un idioma), encuentra cierto malestar
("le cuesta"), y en cambio lo hace con gusto cuando las ejecuta bien
porque ya las ha aprendido.
La realización de funciones naturales biológicas, por tanto
–alimentación, respiración, destreza muscular, locomoción–, o la práctica de
hábitos adquiridos positivos –bailar, jugar–, siendo signo de salud corporal o
psíquica, se presentan a la sensibilidad como placenteras, mientras que la
enfermedad o la inhabilidad hacen sufrir. El mismo placer físico tiene un
sentido analógico variado: una cosa es el placer del gusto alimenticio, otra el
placer genital de tipo somático, otra el placer olfativo de un perfume, etc.,
así como se dan también placeres más espirituales, cuando vemos o escuchamos
cosas bellas, que nos da gusto contemplar u oír.
El deleite puede relacionarse así con la belleza, pues esta última
consiste en la condición armoniosa de algo visto u oído que es agradable ver
o escuchar. Lo bello en su sentido originario tiene que ver con lo placentero
en los sentidos que captan armonías, cosa que puede hacer sólo el hombre, ya
que sus sentidos están animados por la inteligencia. Al animal puede gustarle
ver algo en relación con sus instintos vitales, pero no porque contemple una
armonía.
Al gusto contemplativo lo llamamos estético.
Placer, salud y belleza se acompañan mutuamente. El
cuerpo sano goza de una belleza especial derivada de lo armonioso o bien
ordenado de la vida. Aunque estas características puedan separarse por
circunstancias especiales, de suyo están relacionadas intrínsecamente.
Un placer nocivo, que daña a la salud, al final acaba por causar
sufrimiento y afea el cuerpo, pues el cuerpo enfermo pierde belleza.
Estas nociones no deben entenderse como aplicadas al cuerpo en un
sentido sólo fisiológico, sino también en cuanto el organismo humano está
informado por dimensiones más altas de tipo psicológico, espiritual y personal
("cuerpo personal") (Sanguineti 2007b). Aunque comer, por ejemplo,
sea fisiológicamente placentero, lo es en un sentido más alto cuando comemos en
un contexto social y antropológico adecuado, como personas y no como animales.
Por eso repugna ver que alguien coma sin buen gusto o de modo inmoral, y así
diremos que cierto placer fisiológico "se envilece" si no es
incorporado a las dimensiones de la persona: amor a los demás, sociabilidad,
justicia, inteligencia. La persona humana tiene estratos jerárquicos y esto
afecta a los sentidos analógicos de los conceptos de placer, salud y belleza.
Un concepto relacionado con los anteriores es la limpieza,
contrapuesta a la suciedad. En un sentido primario, limpio –también
higiénico y saludable– es el cuerpo orgánico, y por derivación se dicen
"limpias" las cosas, los alimentos, el ambiente y el vestido. La
suciedad es el desorden nacido de una mezcla de cosas que se adhieren al cuerpo
y le resultan antiestéticos o nocivos (residuos, substancias extrañas). La
falta de limpieza es desagradable, insalubre e impide realizar bien el trabajo.
Como el hombre no puede vivir sólo con su naturaleza, sino que a ésta le añade
la cultura, son limpias especialmente las cosas artificiales que perfeccionan
el obrar humano y crean el ambiente típicamente humano: casas, instrumentos,
vestidos, transportes, etc. La limpieza y la higiene aseguran una buena
relación –bella, saludable y placentera– entre el cuerpo humano y su ambiente.
El "cuerpo personal" preserva su salud/belleza no sólo cuando
ejercita bien sus actividades naturales o cuando es alimentado, sino cuando
vive en un ambiente adecuado (dimensión ecológica), lo que incluye el
vestido (cuerpo vestido) y la limpieza (cuerpo limpio). Por esto, por ejemplo,
aunque el cuerpo humano desnudo tenga una belleza fisiológica propia, en el
ambiente ordinario de trabajo, convivencia social o familia, un individuo
desnudo resulta feo y desagradable, pues reduce su presentación ante los demás
a su pura naturaleza fisiológica.
El placer no indica una perfección inmanente cerrada o puramente
"subjetiva". Muchos placeres se comparten y el gusto está
precisamente en compartirlos. Cuando hay relaciones personales de amor, quien
ama intenta no sólo ayudar al amado, sino que se goza en complacerle, en darle
gusto, al unirse a su voluntad con amor benevolente. Los amigos se complacen
mutuamente y así se ve cómo el placer espiritual –gozo– tiene una dimensión
trascendente.