Esto es algo que ocurre mucho en las áreas creativas, en donde, gracias
a este entendimiento erróneo de la humildad, podemos encontrar a ilustradores
que presentan su trabajo a los clientes como “dibujitos” o
diseñadores que dicen hacer simples “loguitos”.
La mala interpretación de la humildad se hace más patente aún frente a
la recepción de un halago. Cuando algún colega, amigo, familiar, o incluso, un
cliente felicita a un creativo por su trabajo, es probable que éste tenga el
impulso inmediato de desacreditarse, aludiendo a diferentes cosas sin
importancia. Un diseñador, por ejemplo, podría decir que Photoshop ayudó mucho,
un fotógrafo podría aludir a que con una luz de atardecer perfecta era
prácticamente imposible tomar malas fotos, un periodista podría decir que las
respuestas del entrevistado hicieron todo el trabajo o un diseñador web quizá
diga que no fue un proyecto complicado gracias a que WordPress ya
incluye todas las funcionalidades necesarias.
Para mucha gente es difícil recibir un halago y responder con un
simple “gracias”, sino que, de manera innata, buscan la forma de restarse
mérito.
Conozco esto bien porque yo solía ser así. Afortunadamente es un hábito
que he logrado cambiar con el tiempo.
Si tu trabajo es bueno, es inevitable que tu entorno y, sobre todo, tus
clientes lo noten y te lo hagan saber.
Entonces…
¿Por qué nos sentimos incómodos con los halagos?
Porque nosotros conocemos el tras bambalinas, todo aquello que los
clientes jamás verán, todas esas dudas que pasan por nuestra cabeza mientras
creamos.
Nosotros sabemos claramente cuáles fueron nuestras referencias, sabemos
en qué nos inspiramos y la cantidad enorme de bocetos deficientes que
desechamos antes de llegar al resultado final.
Desde nuestra perspectiva, podemos apreciar, a diferencia de nuestros
clientes, que nunca hemos sido genios, ni superdotados; que esas ideas que a
ellos les parecen magníficas, en realidad son cosas que leímos en un libro o
que dijo otra persona que probablemente sea más inteligente que nosotros.
Estamos en una posición tan cercana al proceso creativo que nuestra
visión está nublada por todas las imperfecciones del camino, sin embargo, eso
no es lo que ve la otra gente. Ellos ven el resultado final, la parte genial de
nuestro trabajo y están en todo su derecho de felicitarnos, si lo consideran
pertinente; mientras que, por nuestra parte, debemos estar abiertos a recibir y
aceptar esos halagos con la consciencia de que lo merecemos.
Con esto no quiero decir que debamos andar por allí como unos engreídos,
creyéndonos los mejores del mundo.
La verdadera humildad está en recibir los comentarios positivos con una
sincera gratitud y, sobre todo, en compartir el crédito con quienes
participaron en el proceso y contribuyeron a que el trabajo se llevase a cabo.