lunes, 3 de agosto de 2020

La Indiferencia


Odio a los indiferentes. Creo que vivir quiere decir tomar partido. Quien verdaderamente vive,
 no puede dejar de ser ciudadano y partisano. La indiferencia y la abulia son parasitismo, son cobardía, no vida. Por eso odio a los indiferentes.

La indiferencia es el peso muerto de la historia. La indiferencia opera potentemente en la historia. Opera pasivamente, pero opera. Es la fatalidad; aquello con que no se puede contar. Tuerce programas, y arruina los planes mejor concebidos. Es la materia bruta desbaratadora de la inteligencia. Lo que sucede, el mal que se abate sobre todos, acontece porque la masa de los hombres abdica de su voluntad, permite la promulgación de leyes, que sólo la revuelta podrá derogar; consiente el acceso al poder de hombres, que sólo un amotinamiento conseguirá luego derrocar. La masa ignora por despreocupación; y entonces parece cosa de la fatalidad que todo y a todos atropella: al que consiente, lo mismo que al que disiente, al que sabía, lo mismo que al que no sabía, al activo, lo mismo que al indiferente. 

Algunos lloriquean piadosamente, otros blasfeman obscenamente, pero nadie o muy pocos se preguntan: ¿si hubiera tratado de hacer valer mi voluntad, habría pasado lo que ha pasado?

Odio a los indiferentes también por esto: porque me fastidia su lloriqueo de eternos inocentes. Pido cuentas a cada uno de ellos: cómo han acometido la tarea que la vida les ha puesto y les pone diariamente, qué han hecho, y especialmente, qué no han hecho. Y me siento en el derecho de ser inexorable y en la obligación de no derrochar mi piedad, de no compartir con ellos mis lágrimas.

Soy partidista, estoy vivo, siento ya en la conciencia de los de mi parte el pulso de la actividad de la ciudad futura que los de mi parte están construyendo. Y en ella, la cadena social no gravita sobre unos pocos; nada de cuanto en ella sucede es por acaso, ni producto de la fatalidad, sino obra inteligente de los ciudadanos. 

Nadie en ella está mirando desde la ventana el sacrificio y la sangría de los pocos. Vivo, soy partidista. Por eso odio a quien no toma partido, odio a los indiferentes.


El Asombro De Filosofar


Si la filosofía es el diálogo del asombro a lo largo de los diversos períodos existenciales con el

arte y la literatura, con todo aquello que nos produce inquietud; de igual modo, la ciencia complementa esa búsqueda que nos da valor y nos insta a la acción.

Todas las ruedas son necesarias para llegar a buen puerto, ya que la ciencia por sí sola no puede dar respuesta al problema del significado de las cosas, pero tampoco la filosofía puede resolverlo todo desde las buenas intenciones.

Pongamos por caso, la sostenibilidad de la que tanto se habla en el momento actual. Es cierto que se requieren nuevas formas de pensar sobre nosotros mismos y sobre el planeta, nuevos modos de actuar, producir y comportarse, pero también se demanda de una divulgación científica capaz de reorientarnos a esa transformación del mundo.

Por ello, se me ocurre recomendar, si es que puedo hacerlo como voz del pueblo, especialmente dos moralidades o éticas: La primera, la de la valentía, capaz de proteger tanto a la filosofía como a la ciencia, en un mundo tan crecido por la falsedad y necesitado de sentido común: valor para pensar libremente y bravura para mantenerse firme en la autenticidad científica. Y la segunda, la de la humildad, con la que reconocernos seres limitados. A veces la manera cómo se presentan las cosas no es tal y como son.

Por otra parte, cuando los seres humanos nos creemos dioses solemos también degradarnos. No olvidemos que el secreto del verdadero saber radica en lo más humilde y sencillo, en esas gentes que no suelen ser tenidas en cuenta.

Pensemos que mientras la ciencia calma, la filosofía inquieta; o sea, que también se complementan, en la medida que sintiéndonos tranquilos, igualmente percibimos una sensación de ansia por saber más. En este sentido, la función que desempeñan los centros y los museos científicos va más allá de la mera transmisión de información científica.

Son lugares abiertos al público, donde los visitantes pueden aprender acerca de los misterios del mundo que nos rodea. Promueven la creatividad, divulgan el conocimiento científico, ayudan a los maestros a motivar e inspirar a los alumnos de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas, mejoran la calidad de la educación científica y fomentan la enseñanza dentro de un contexto social.

Contribuyen, además, a modificar posibles percepciones negativas sobre las repercusiones de la ciencia en la sociedad, atrayendo así a los jóvenes a las profesiones científicas y animándolos a experimentar y a ampliar nuestro conocimiento colectivo.

De la misma manera, la divulgación filosófica nos acrecienta en ese amor a la sabiduría, tan necesario en los tiempos presentes, con tantos adoctrinamientos que nos llevan a un callejón sin salida. 

En consecuencia, tanto la ciencia como la filosofía, hoy tienen la gran responsabilidad de que podamos florecer, ya sea a través del método científico de observar y experimentar, o mediante el filosófico del pensamiento y la cultura, con el atractivo perdurable del origen de la verdad, cuestión que ha de recuperar enérgicamente su vocación natural.

Sabemos de la importancia del papel de la ciencia y los científicos en la creación de sociedades sostenibles y la necesidad de informar a los ciudadanos y de comprometerlos. Además, la filosofía ha de tender a reafirmar la transcendencia del pensamiento crítico para enganchar fructíferamente las transformaciones de las sociedades contemporáneas tan diversas como todas vitales.


Cada día es más necesario el razonamiento reflexivo y la práctica del coloquio a esa apertura, tan enriquecedora, pero que puede hacer surgir tensiones. 

No cabe duda, que este pluralismo científico y filosófico es el que nos permitirá tener mejor vida, mejor convivencia, mejores perspectivas de futuro. 


domingo, 2 de agosto de 2020

Inquietudes


“Aquellos que están llenos de vanidad con la codicia penetran en una corriente que les atrapa como la tela que la araña ha tejido de sí misma. Por esta razón, el sabio corta con todo ello y se aleja abandonando toda tribulación” (Dhammapada)

Hay días en que uno se levanta y si no tiene bien puestas las orejeras puede ocurrir que caiga fulminado por el torrente de noticias envueltas en crisis.

Más o menos, casi todos nos hemos dado cuenta de que el origen de muchos desajustes actuales que afectan a nuestras circunstancias materiales cotidianas está en males anteriores, y que esos males tienen mucho que ver con la falta de valores éticos.

Caramba, qué coincidencia.

Los que creemos en la filosofía siempre hemos pensado que son los valores éticos los que conforman nuestra identidad como seres humanos y en su cultivo está la raíz de las soluciones que se manifestarán, igual que su ausencia fue la raíz de los problemas que afloran ahora a la superficie. Puede la filosofía, también, servir para encontrar una buena brújula para navegar en las procelosas aguas de la vida.

Esto, que suena tan rimbombante, no es ni más ni menos que lo que todo ser humano ansía interiormente por naturaleza, porque todos necesitamos saber para qué hemos venido a la vida, y si no queremos declararlo así, por lo menos nos gustaría tener un pequeño manual práctico de cómo ir capeando aquellas situaciones que nos provocan inquietud, esa inquietud que no es material, y que nos demanda insistentemente una meta que nos impulse hacia adelante y nos anime a no dejarnos aplastar por las olas cotidianas que ofuscan nuestra visión del horizonte.

Hemos conocido tiempos llenos de palabras. El mundo ya ha visto a dónde nos conducen. Es el tiempo de pasar a las acciones, pero no a las que son fruto del miedo, la inquietud, la desesperanza o el resentimiento. Es tiempo de reflexionar por un momento qué es lo verdaderamente importante, y sobre todo, qué es lo que depende de nosotros mismos, algo en lo que insistieron tanto los estoicos.

Tal vez podamos evitar el sentido trágico de nuestro momento e interpretar nuestro papel lo mejor posible, tal como nos sugirió el gran Epicteto.

Lo pasado ya pasó. Hemos de aprender a diferenciar las situaciones que no dependen de nosotros de aquellas otras en las que sí podemos ser protagonistas activos. Todo ello redundará en una mejor vida para todos. Tal vez no seamos más ricos, o no tengamos tantas comodidades materiales, pero sabremos qué camino hemos de tomar ante las adversidades.

Curiosamente, en la filosofía de los textos clásicos hay recetas que todavía no han caducado. ¿Qué tal si las echamos un vistazo?

“Mejor que mil disertaciones, mejor que un mero revoltijo de palabras sin significado, es una frase sensata, al escuchar la cual uno se calma”

Descubrir Y Entender


Para comprender a fondo nuestro ‘funcionamiento’ y resolver así nuestros conflictos, tenemos que aprender a descubrir, a entender, a investigar sobre nosotros mismos y sobre la realidad que nos rodea. Para ello necesitamos recobrar la curiosidad y la capacidad de aprender, si las hubiéramos perdido.

La verdadera capacidad de aprender no surge de memorizar, relacionar o teorizar, ni por seguir un método estricto o copiar a un experto. Aprender supone comprender, captar, darse cuenta o entender algo nuevo, algo que no comprendíamos previamente.

Para que esto ocurra, tenemos que permitir a nuestra mente que adopte un estado de no saber, sin ideas previas o dirección trazada, sin conclusiones preestablecidas, tampoco imitar o dejarse influenciar. Debemos actuar como un niño ante una novedad, no piensa, observa, con ánimo de entender.

Sin embargo, se suele tener miedo a no saber, temor al juicio de los demás, a que nos vean torpes, o a sentirnos nosotros mismos ignorantes. En ese caso, se pueden encontrar dificultades para permitir este estado de la mente. 

Esta dificultad para situarse en un estado de no saber, puede tomarse también como objeto de investigación. Por ejemplo, uno puede descubrir que le cuesta reconocer que no sabe algo o que no comprende algo, a sí mismo y/o a los demás, y tratar de explorar ese temor; o que ponerse en situación de no saber le atemoriza o incomoda, o se siente vulnerable. 

Esa emoción de temor, incomodidad, inseguridad… va a ser un obstáculo en su aprendizaje y, por tanto, debe explorarse de la misma manera que cualquier otro conflicto. Sobre cómo explorar las emociones hablaremos más adelante.

Recapitulando, aprender no es algo limitado a la infancia o juventud, ni a las aulas o academias. Aprender es vivir, vivir es aprender. 

Y para aprender algo nuevo, primero hay que partir de no saber, como quien viaja al extranjero por primera vez, con curiosidad y ojos nuevos.
Uno puede comenzar por preguntarse cómo va a hacer y por dónde comenzar su investigación de la realidad, que incluye a uno mismo, a todo lo que le rodea y, muy especialmente, la relación de uno mismo con lo que le rodea. Nuestra sugerencia es comenzar por lo más acuciante, por aquellas cosas que producen malestar. O bien por observar la vida cotidiana tal y cómo es, sin intervenir ni cambiar nada, observar cómo se relaciona uno con lo que le rodea, como actúa y como ocupa su tiempo. Sin obsesionarse, como quien da un paseo.

Corrupción Y Cultura


Y si nadie te enfrenta, ¿no sería mejor mantenerlo así? Al corrupto le convenimos como La corrupción y la ignorancia se han acompañado la una a la otra  desde  hace mucho.  Donde encuentras una, encuentras la otra. 

La corrupción es un fenómeno social, político y económico que perjudica a las instituciones democráticas, desacelera el desarrollo económico y contribuye para la inestabilidad política; es el abuso que se le da al poder.  La ignorancia es la falta de ciencia, de letras y de noticias.

“A los poderosos les resulta conveniente que haya ignorancia en el pueblo: así es más fácil someterlo”
 (Anónimo encontrado en la red)

Cuando un pueblo parece estar sumido en la ignorancia es más fácil para la corrupción avanzar lenta y silenciosamente, apagar las voces de los pocos que se dan cuenta  de lo que pasa o que reclaman. Las personas o el pueblo no las enfrenta por miedo o por lo tanto no la enfrentan, ignorantes que no saben abrir sus ojos para ver su crimen.

Pero no solo es el no saber qué pasa, contribuye también la existencia de la ignorancia política; bajo la opinión de muchos, la peor de todas. La gente piensa que es mejor para ellos desentenderse por completo de la política y esperar a que todo mejore, pero eso nos convierte en cómplices. Somos espectadores de un asesinato a sangre fría y no pensamos testificar. 


Siempre están ahí, donde hay corrupción hay ignorancia y viceversa. 

La corrupción está porque pocos son los que se enteran o se atreven a ver su existencia. La ignorancia no nos permite darnos cuenta del daño hasta que es tarde, y aun entonces nos mantiene con la visión borrosa al respecto. 

Todos lo días están y estarán, pero quien dice que no podemos sumarnos a la lucha e ignorar sus tentaciones. 

La corrupción y la ignorancia vienen juntas y lo más probable es que jamás desaparezcan por completo ya que tienen un gran peso en la sociedad.

El Autoengaño

El hombre, al ser batido por la adversidad, se siente con frecuencia tentado a huir. Sin embargo, cualquier vida es difícilmente gobernable si no hay un constante esfuerzo por estar conectado a la realidad, si o se permanece en guardia frente a la mentira, o frente la seducción de la fantasía cuando se presenta como un narcótico para eludir la realidad que nos cuesta aceptar.


La tentación de lo irreal es constante, y constante ha de ser la lucha contra ella.

De lo contrario, a la hora de decidir qué hay que hacer, no nos enfrentaremos con valentía a la realidad de las cosas para calibrar su verdadera conveniencia, sino que caeremos en algún género de escapismo, de huida de la realidad o de nosotros mismos. 

El escapista busca vías de escape frente a los problemas. No los resuelve, se evade. En el fondo, teme a la realidad. Y si el problema no desaparece, será él quien desaparezca.

El autoengaño puede presentarse en formas muy variadas. Hay personas, por ejemplo, que caen en él porque necesitan continuas manifestaciones de elogio y aprobación. Su sensibilidad al halago, al continuo "tiene usted razón" sin tenerla, hace desplegar a su alrededor servilismos capaces de idiotizar a cualquiera. 

Son personas difíciles de desengañar, pues exigen que se les siga la corriente, que se mienta con ellos, y acaban por enredar a los demás en sus propias mentiras.

Son presa fácil de los aduladores, que los manejan a su antojo, y aunque a veces adviertan que se trata de una farsa, no suele bastarles para salir de ella.

La verdad, y en especial la verdad moral, no debe acogerse como una limitación arbitraria al obrar libre de las personas, sino, por el contrario, como una luz liberadora que permite dar una buena orientación a las propias decisiones.

Acoger la verdad lleva al hombre a su desarrollo más pleno.

En cambio, eludir la verdad o negarse a aceptarla, hace que uno se inflija un daño a sí mismo, y casi siempre también a los demás. La verdad es nuestro mejor y más sabio amigo, siempre dispuesto y deseoso de acudir en nuestra ayuda. 

Es cierto que a veces la verdad no se manifiesta de forma clara, pero hemos de esforzarnos para que no resulte que esa falta de claridad sólo se da en nuestro pensamiento, al que aún no hemos impulsado lo necesario en búsqueda de la verdad.


Trascendencia


Trascender deriva de la palabra latina transcendentia y es aquello que está más allá de los límites naturales. La acepción que aquí recurre es ser más. La persona tiene la capacidad de trascender su propio ser y estar en el mundo. La dificultad de alcanzar la trascendencia se plantea desde el plano material y espiritual en el que ser más se obnubila frente a la realidad que agobia.


 Lo difícil, pues, de trascender radica en la realidad tal cual se muestra. El mundo globalizado permea en las personas la capacidad de ir más allá por medio de mecanismos enajenantes que coartan la capacidad creadora del ser, inhibiéndole su desarrollo cognitivo-espiritual. Lo que ocurre es que la persona queda atrapada en la red de medios de desinformación, lo embulle dentro de las corporaciones de comida rápida y lo cohíbe dentro de la burbuja de la inconsciencia del centro comercial con promociones de viernes negro.
 Y sin embargo, el ser humano, por antonomasia, siempre tratará de trascender, aun viviendo en la oscuridad de su pensamiento inhibido porque, incluso sin causa, la mera intensión de transgredir el orden establecido, se convierte en el llamado intrínseco del ser por alcanzar esa trascendencia. 

Mas ese intento transgresor se queda simplemente en el quebranto del orden social, no alcanza plantea la alternativa. Es así como la rebeldía lo lleva a buscar la libertad, aun sin comprenderla cabalmente, pero no la consigue, vuelve a quedar sumido en la corriente. Por lo tanto, la consciencia por un lado y la acción política por el otro, pero ineludibles entre sí, llevan al ser humano a la liberación definitiva, primero espiritual-cognitiva para, finalmente, alcanzarla en el plano material y hacer de la utopía una realidad. Una no puede actuar sin la otra pues no generaría cambio.

En síntesis, trascender no es alejarse de los placeres mundanos o la realidad tal cual, pues en ella la persona es y está. Simplemente significa no dejarse absorber por los mecanismos enajenantes que derivan en la incomprensión de los procesos históricos en los que se desenvuelven las sociedades y, por ende, las personas como individuos.

La persona es en el mundo en cuanto más humanamente consciente se percibe y busca transformarse a sí mismo y a todo lo que le rodea porque, como se dijo, la construcción y reconstrucción de la realidad forma parte de la naturaleza inacabada del ser humano, quien busca constantemente su libertad material y espiritual. Por lo tanto, esa continua búsqueda de ser libre lo encamina a su propia trascendencia, pues la libertad aquí entendida es aquella que lo desliga de las ataduras impuestas al pensamiento y a su comportamiento ético, desde esta asimilación se desencadena la liberación material.

Desde esta comprensión del ser, en su fundamento sociohistórico, es que la persona está en el mundo, porque estar en el espacio-tiempo implica la constante necesidad de cambiar lo que deba ser cambiado para recrearlo más humano; es, por tanto, la acción directa sobre la realidad –igualmente inacabada– la que motiva a la persona a ser más.


Trascender no es simplemente reconocer la realidad existencial del mundo, con sus injusticias, pobreza y desigualdad, es sobre todo movilizarse por transformarla, es ansiar la libertad, es la esperanza de un hoy y mañana mejor, es aceptar a otros, es amar a la humanidad y vivir al máximo este paso por la Tierra. 

Luchar por un mundo más humano, por la igualdad, la justicia y la libertad, se convierte en la razón de ser de la existencia de las personas frente a los horrores cometidos por la humanidad misma. 


Reconocer EL Talento

Una mayor capacidad de razonamiento incluso parece llevar a vivir más.
Pero Grossman descubrió que todas estas cualidades no tenían relación alguna con el CI.

"La gente muy inteligente suele generar, muy rápidamente, argumentos apoyando sus razonamientos, pero suelen hacerlo de una forma muy parcial", asegura.
De todas formas parece ser que la sabiduría no está tan determinada, independientemente por nuestro coeficiente intelectual.

"Soy un firme creyente en que la sabiduría puede entrenarse", dice Grossman.

Con un poco de suerte la inteligencia no se interpondrá en el camino.
autocompasivos que elabora nuestra mente, cabe esperar que también surja de forma espontánea la reconciliación con nuestro entorno.

Seguramente en la fusión de ambas experiencias emocionales  radique el mayor grado posible de conciencia plena y aceptación de lo que somos.




Estar Conectados


Cambiar nuestra forma de ser es mucho más complejo que una simple desconexión. Requiere una planificación equilibrada del tiempo de comunicación y de silencio. Todo individuo puede experimentar la fuerza dinamizadora de la soledad percibida no como un desierto improductivo, sino como una oportunidad real para la puesta a punto de las herramientas de autocontrol.

Sentirnos vivos cada día propicia tanto el deseo de compartir la vida misma como el de disfrutar íntimamente de la evocación de cualquier experiencia gratificante o de repartir la carga de una pena. 

El pretendido anonimato de un cibernauta, más real que ficticio pese a la gran cantidad de contactos que pueda mantener a lo largo de una conexión, no hace sino agudizar y poner de manifiesto la imperiosa necesidad de controlar todo lo que sucede en su entorno más inmediato y de transmitir sus sentimientos afectuosos con la esperanza de encontrar un interlocutor capaz de empatizar hasta donde el límite establecido por el sistema lo permita

Ambas partes de un proceso comunicativo son esenciales y complementarias, su densa porción suculenta donde reside todo el potencial energético de su alimento para el pensamiento y el espacio vacío reservado para alojar el silencio y también la profunda alegría de sentirse aceptado por los que disfrutan compartiendo su mensaje.

Desde esta perspectiva,  aprovechar el valor esencial de la comunicación positiva exige reservar tiempos específicos de reflexión meditativa personal para realizar trabajos de fortalecimiento espiritual  y consolidar la expresión de nuestras emociones.

Si en esos momentos de observación íntima percibimos con claridad los mensajes autocompasivos que elabora nuestra mente, cabe esperar que también surja de forma espontánea la reconciliación con nuestro entorno.


Seguramente en la fusión de ambas experiencias emocionales  radique el mayor grado posible de conciencia plena y aceptación de lo que somos.



Necesidad De Soledad


En la sociedad en que vivimos, la palabra “soledad” tiene muy mala prensa.
La pobrecita está muy mal vista y todo el mundo parece que huye de ella; en cambio, unos pocos han descubierto su lado tierno, amable y cautivador.

La soledad no siempre tiene que ver con el sentimiento de tristeza y la falta de compañía. Hay personas que encuentran en la soledad una sensación muy cercana a la libertad.

Si eres de los que piensan que hacer cosas solo es aburrido, triste y que indica carencia, te invito a que sigas leyendo y descubras otra forma de enfocar este tema.

Si eres de los que disfruta de esos momentos de intimidadsi saboreas esa sensación de conexión interior y sabes aprender al ritmo de tu propio ser, seguro que te gustará este artículo, porque te verás reflejado en él.

Todos, en algún momento, tenemos la necesidad de estar solos, aunque algunos sólo puedan soportarlo durante unos minutos.

Hay personas que nunca saldrían a comer solos; personas que, si no tienen amigos disponibles para ir al cine, prefieren ponerse una peli en casa antes que ir solos.

Estas personas jamás viajarían o pasarían un fin de semana fuera sin la compañía de alguien más. Puede que ellas no hayan descubierto el placer de estar con uno mismo.

Cuando uno se permite salir a dar un paseo, pararse a contemplar el mar o simplemente sentarse en un rincón de su casa sin más compañía que la suya propia, es posible que empiece a disfrutar de su intimidad, que valore un silencio y, con el tiempo, quizás hasta desarrolle la capacidad de ejercitar su vista, atender a los sonidos y, algo más hermoso todavía, escucharse a sí mismo.

Hay una parte de ti que necesita esos momentos para manifestarse; 

¿le vas a privar de hacerlo?

Ser Confiantes


La confianza en uno mismo es una manera sana de comunicarse. Es la capacidad de defenderse de forma honesta y respetuosa. Todos los días, nos enfrentamos a situaciones en las que tener confianza y seguridad en nosotros puede ser de gran ayuda; por ejemplo al invitar a alguien a una cita, al acercarse a una maestra para hacerle una pregunta o presentarse a una entrevista para la universidad o un trabajo.

No todos tienen confianza en sí mismos naturalmente. Algunas personas se comunican de manera demasiado pasiva. Otras personas tienen un estilo demasiado agresivo. Un estilo seguro es el equilibrio ideal entre estos dos extremos.

Ser seguro significa lo siguiente:
Puedes expresar una opinión o decir cómo te sientes.
Puedes pedir lo que deseas o necesitas.
Puedes expresar tu desacuerdo de manera respetuosa.
Puedes hacer sugerencias o dar a conocer tus ideas.
Puedes decir "no" sin sentirte culpable.
Puedes defender a otra persona.

Un estilo de comunicación seguro puede ayudarnos a hacer los que deseamos, pero es mucho más que eso. Cuando nos sentimos seguros de nosotros mismos, nos respetamos y respetamos a otros.

Las personas que hablan con seguridad y confianza demuestran que creen en sí mismas. No son demasiado tímidas ni demasiado avasalladoras. Saben que sus ideas y sus sentimientos son importantes. Tienen confianza.

Las personas seguras de sí suelen hacer amigos con más facilidad. Se comunican con respeto hacia las necesidades de las otras personas y a sus propias necesidades. Suelen ser buenas para resolver conflictos y desacuerdos. 

Las personas que respetan son respetadas.



Tu Propósito En La Vida


Es una pregunta muy directa y posiblemente, si te la preguntan sin contexto, empezarías una larga lista con todas las cosas que disfrutas, que te apasionan y que te gusta hacer.

El problema viene cuando le damos un contexto, cuando el sentido de la pregunta cambia: ¿qué te gusta hacer en la vida? ¿A qué te gustaría dedicarte? ¿Cómo te gustaría ganarte la vida?

Por culpa de ese contexto viene el cortocircuito, el bloqueo mental.

Normalmente no asociamos el trabajo a algo que nos guste o a una pasión. A decir verdad, pocas personas lo hacen. No contemplamos disfrutar de nuestro trabajo como si de un hobby se tratase…

No es que no queramos, es que simplemente ni nos lo llegamos a plantear. ¿Un trabajo tiene que ser divertido?

Nos hemos acostumbrado a que el trabajo sea una obligación y da igual si lo disfrutamos o no.

Ese pensamiento, obviamente, no viene de nosotros, nos viene impuesto. Ningún niño pequeño piensa así, todo el que quiere ser policía, bombero o astronauta piensa que es el mejor trabajo del mundo.

¿Por qué hay que conformarse con eso?

¿Y si te dedicaras a aquello que te gusta hacer? ¿Cambiaría en algo tu vida?


“Si vives cada día como si fuera el último, algún día tendrás razón”

Identidad En Crisis


Una Crisis de Identidad es un periodo en el que la persona experimenta profundas dudas sobre sí misma, acompañadas de sentimientos de vacío, soledad e incluso baja sensación de existencia.

Los seres humanos atravesamos varios periodos de crisis a lo largo de nuestra vida, y algunos de ellos, se den a la edad que se den, sirven para ir construyendo lo que somos como personas, pues la palabra crisis significa cambio y el cambio es, casi siempre, la antesala del crecimiento.

Entre las crisis más frecuentes están:
La crisis de identidad, donde la persona se siente como perdida y en ocasiones asustada ante la idea de no saber muy bien quién es.
La crisis por pérdidas personales; se trata de la elaboración de procesos de duelo ante divorcios, abandonos, traiciones, muertes, etcétera
Crisis de adolescencia; periodo emocionalmente convulso donde el ser humano conquista su intimidad y gestiona las similitudes y diferencias en referencia a sus grupos de pertenencia.


Las intervenciones en el tratamiento de una Crisis de Identidad son abordadas desde la Terapia Sistémica Constructivista, que contempla toda la influencia de los factores familiares y sociales sobre la creación de las diferentes narrativas personales y la manera en que cada individuo reconstruye su realidad.



Todo Lo Vulgar


La vulgaridad es el aguafuerte de la mediocridad. En la ostentación de lo mediocre reside la psicología de lo vulgar; basta insistir en los rasgos suaves de la acuarela para tener el aguafuerte.

Diríase que es una reminiscencia de antiguos atavismos. Los hombres se vulgarizan cuando reaparece en su carácter lo que fue mediocridad en las generaciones ancestrales: los vulgares son mediocres de razas primitivas: habrían sido perfectamente adaptados en sociedades salvajes, pero carecen de la domesticación que los confundiría con sus contemporáneos. 

Si conserva una dócil aclimatación en su rebaño, el mediocre puede ser rutinario, honesto y manso, sin ser decididamente vulgar. La vulgaridad es una acentuación de los estigmas comunes a todo ser gregario; sólo florece cuando las sociedades se desequilibran en desfavor del idealismo. Es el renunciamiento al pudor de lo innoble. Ningún ajetreo original la conmueve. Desdeña el verbo altivo y los romanticismos comprometedores. Su mueca es fofa, su palabra muda, su mirar opaco. Ignora el perfume de la flor, la inquietud de las estrellas, la gracia de la sonrisa, el rumor de las alas.

La vulgaridad es el blasón nobiliario de los hombres ensoberbecidos de su mediocridad; la custodian como al tesoro el avaro. Ponen su mayor jactancia en exhibirla, sin sospechar que es su afrenta. Estalla inoportuna en la palabra o en el gesto, rompe en un solo segundo el encanto preparado en muchas horas, aplasta bajo su zarpa toda eclosión luminosa del espíritu. Incolora, sorda, ciega, insensible, nos rodea nos acecha; deleitase en lo grotesco, vive en lo turbio, se agita en las tinieblas.

Los hay en todas partes y siempre que ocurre un recrudecimiento de la mediocridad: entre la púrpura lo mismo que entre la escoria, en la avenida y en el suburbio, en los parlamentos y en las cárceles, en las universidades y en los pesebres. En ciertos momentos osan llamar ideales a sus apetitos, como si la urgencia de satisfacciones inmediatas pudiera confundirse con el afán de perfecciones infinitas. Los apetitos se hartan; los ideales nunca.

El hombre sin ideales hace del arte un oficio, de la ciencia un comercio, de la filosofía un instrumento, de la virtud una empresa, de la caridad una fiesta, del placer un sensualismo. La vulgaridad transforma el amor de la vida en pusilanimidad, la prudencia en cobardía, el orgullo en vanidad, el respeto en servilismo. Lleva a la ostentación. a la avaricia, a la falsedad, a la avidez, a la simulación; detrás del hombre mediocre asoma el antepasado salvaje que conspira en su interior acosado por el hambre de atávicos instintos y sin otra aspiración que el hartazgo.

Pensar En Uno Mismo

Filosofar significa “pensar por uno mismo” ya que no solo deseamos conocer las ideas de otros, sino que debemos tener las propias. Por eso, la Filosofía se convierte en un inmenso campo de entrenamiento para ejercitar la mente.

Una especie de taller práctico que requiere una participación activa es lo que propone el filósofo alemán Robert Zimmer (Tréveris, 1953) en su libro “La filosofía como gimnasia mental” (Editorial Ariel), concebido como una tabla de ejercicios para que el lector lo utilice, pero sin necesidad de leerlo en el sentido habitual.

Para este autor de obras de divulgación filosófica, “la Filosofía es algo universal que trata temas con los que todos nos topamos en algún momento, está en todo lo que nos rodea” y por eso “la gente vuelve a la filosofía una y otra vez”, aunque algunos la consideren como algo “pedante y abstracto”.

Este libro no se dirige al filósofo de academia, “sino al aprendiz y aficionado a la filosofía que practica en casa” y a quien quiera plantearse el reto de resolver problemas filosóficos y rompecabezas mentales que ayudan a mantener en forma nuestra capacidad cognitiva.

“La mayoría de las veces, enfrentarse a un problema filosófico significa encontrar buenos y mejores argumentos, o bien poner a prueba la relación lógica y la ausencia de contradicciones en un enunciado”, explica Zimmer quien también pretende provocar una tormenta e intercambio de ideas.

Porque “la auténtica filosofía tiene lugar allí donde haya más gente, no en la torre de marfil académica, sino en la calle” ya que “no existe una filosofía privada”.

Definir Los Límites

Si alguien está faltándote el respeto, quejándose de ti e intimidándote, no trates de hacer algo para caerle bien. Eso solo producirá que tu campo de energía se reduzca y que te hagas dependiente energéticamente de su opinión. Es imposible que le caigas bien a todo el mundo. Si te quieres y respetas, crearás un campo de energía alrededor tuyo que te protegerá de ser afectada por las opiniones del resto.

Si dejas que alguien se quede en tu hogar el fin de semana, intentará quedarse la semana completa. Es muy bueno ser generoso, pero esto puede ser la base para dejar entrar a alguien en tu vida. Escoge muy bien, no querrás que alguien comience a contaminar tu vida.

Un parásito necesita un huésped para sobrevivir. Cuando le prestas atención a otra persona, le das energía. Es por eso que si sentimos que cierta persona nos trasmite sus frustraciones, debemos de tener la fortaleza y sutileza de decirle que no podemos seguir escuchándolo, ya que todas esas emociones se drenarán de diferentes maneras y formas que no serán productivas en nuestra vida. Escuchar a otras personas es maravilloso, pero hay una línea que debemos mantener a raya.

Acércate a la naturaleza, medita, relájate y respira en ella, debes purificar tu interior. La respiración aumenta la circulación del flujo sanguíneo en todo el cuerpo, ayudándote a prevenir absorber la mala energía de quienes te rodean. Camina con confianza, manteniendo la cabeza en alto y no permitiendo que cualquier persona te haga sentir inferior.


Tú eres 100% responsable de cómo te sientes. La percepción que tenemos de nosotros mismos es mayor que la percepción que otros tienen de nosotros. No eres una víctima, nadie tiene poder sobre ti. Considera cómo tus pensamientos o expectativas pueden haber manifestado la situación que te está molestando. 

Cuando te haces responsable de la forma en que respondes a algo, te conectas contigo mismo a un nivel más profundo. Cuando estas conectado contigo mismo a un nivel más profundo, nadie logrará sacarte de tu centro.