Para comprender a fondo nuestro ‘funcionamiento’ y resolver así nuestros
conflictos, tenemos que aprender a descubrir, a entender, a investigar sobre
nosotros mismos y sobre la realidad que nos rodea. Para ello necesitamos
recobrar la curiosidad y la capacidad de aprender, si las hubiéramos perdido.
La verdadera capacidad de aprender no surge de memorizar, relacionar o
teorizar, ni por seguir un método estricto o copiar a un experto. Aprender
supone comprender, captar, darse cuenta o entender algo nuevo, algo que no
comprendíamos previamente.
Para que esto ocurra, tenemos que permitir a nuestra mente que adopte un
estado de no saber, sin ideas previas o dirección trazada, sin conclusiones
preestablecidas, tampoco imitar o dejarse influenciar. Debemos actuar como un
niño ante una novedad, no piensa, observa, con ánimo de entender.
Sin embargo, se suele tener miedo a no saber, temor al juicio de los
demás, a que nos vean torpes, o a sentirnos nosotros mismos ignorantes. En ese
caso, se pueden encontrar dificultades para permitir este estado de la
mente.
Esta dificultad para situarse en un estado de no saber, puede tomarse
también como objeto de investigación. Por ejemplo, uno puede descubrir que le
cuesta reconocer que no sabe algo o que no comprende algo, a sí mismo y/o a los
demás, y tratar de explorar ese temor; o que ponerse en situación de no saber
le atemoriza o incomoda, o se siente vulnerable.
Esa emoción de temor, incomodidad, inseguridad… va a ser un obstáculo en
su aprendizaje y, por tanto, debe explorarse de la misma manera que cualquier
otro conflicto. Sobre cómo explorar las emociones hablaremos más adelante.
Recapitulando, aprender no es algo limitado a la infancia o juventud, ni
a las aulas o academias. Aprender es vivir, vivir es aprender.
Y para aprender algo nuevo, primero hay que partir de no saber, como
quien viaja al extranjero por primera vez, con curiosidad y ojos nuevos.
Uno puede comenzar por preguntarse cómo va a hacer y por dónde comenzar
su investigación de la realidad, que incluye a uno mismo, a todo lo que le
rodea y, muy especialmente, la relación de uno mismo con lo que le rodea.
Nuestra sugerencia es comenzar por lo más acuciante, por aquellas cosas que
producen malestar. O bien por observar la vida cotidiana tal y cómo es, sin
intervenir ni cambiar nada, observar cómo se relaciona uno con lo que le rodea,
como actúa y como ocupa su tiempo. Sin obsesionarse, como quien da un paseo.
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