domingo, 2 de agosto de 2020

Estar Conectados


Cambiar nuestra forma de ser es mucho más complejo que una simple desconexión. Requiere una planificación equilibrada del tiempo de comunicación y de silencio. Todo individuo puede experimentar la fuerza dinamizadora de la soledad percibida no como un desierto improductivo, sino como una oportunidad real para la puesta a punto de las herramientas de autocontrol.

Sentirnos vivos cada día propicia tanto el deseo de compartir la vida misma como el de disfrutar íntimamente de la evocación de cualquier experiencia gratificante o de repartir la carga de una pena. 

El pretendido anonimato de un cibernauta, más real que ficticio pese a la gran cantidad de contactos que pueda mantener a lo largo de una conexión, no hace sino agudizar y poner de manifiesto la imperiosa necesidad de controlar todo lo que sucede en su entorno más inmediato y de transmitir sus sentimientos afectuosos con la esperanza de encontrar un interlocutor capaz de empatizar hasta donde el límite establecido por el sistema lo permita

Ambas partes de un proceso comunicativo son esenciales y complementarias, su densa porción suculenta donde reside todo el potencial energético de su alimento para el pensamiento y el espacio vacío reservado para alojar el silencio y también la profunda alegría de sentirse aceptado por los que disfrutan compartiendo su mensaje.

Desde esta perspectiva,  aprovechar el valor esencial de la comunicación positiva exige reservar tiempos específicos de reflexión meditativa personal para realizar trabajos de fortalecimiento espiritual  y consolidar la expresión de nuestras emociones.

Si en esos momentos de observación íntima percibimos con claridad los mensajes autocompasivos que elabora nuestra mente, cabe esperar que también surja de forma espontánea la reconciliación con nuestro entorno.


Seguramente en la fusión de ambas experiencias emocionales  radique el mayor grado posible de conciencia plena y aceptación de lo que somos.



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