lunes, 19 de marzo de 2018

Conocer Tus Emociones


Algunas emociones son positivas: como sentirte feliz, cariñoso, seguro de ti mismo, inspirado, alegre, interesado, agradecido, o incluido. Otras emociones pueden parecer más negativas: como sentirte enojado, resentido, asustado, avergonzado, culpable, triste o preocupado. Tanto las emociones positivas y negativas son normales.

Todas las emociones nos dicen algo acerca de nosotros mismos y de nuestra situación. Pero a veces nos resulta difícil aceptar lo que sentimos. Podemos juzgarnos a nosotros mismos por sentirnos de cierta manera, como cuando nos sentimos celosos, por ejemplo. Pero en lugar de pensar que no debemos sentirnos de esa manera, es mejor darse cuenta de lo que realmente sentimos.

Tratar de evitar los sentimientos negativos o fingir que no nos sentimos de la forma en que lo hacemos puede ser contraproducente. Es más difícil superar sentimientos difíciles y que puedan desaparecer si no nos enfrentamos a ellos y tratamos de entender por qué nos sentimos de esta manera. 

No tienes que vivir obsesionado con tus emociones o hablar constantemente de cómo te sientes. La conciencia emocional significa simplemente reconocer, respetar y aceptar tus sentimientos a medida que ocurren.

Crear conciencia emocional
La conciencia emocional nos ayuda a conocernos y aceptarnos a nosotros mismos. Así que ¿cómo puedes ser más consciente de tus emociones? Comienza con estos tres sencillos pasos:

Trata de revisar lo que sientes en diferentes situaciones durante el día, hazlo una práctica diaria. Puedes notar que te sientes emocionado después de hacer planes para ir a algún lugar con un amigo. O que te sientes nervioso antes de un examen. Puedes sentirte relajado cuando escuchas música, inspirado por una exposición de arte, o contento cuando un amigo te dice un cumplido. Simplemente observa cualquier emoción que sientas, y dale un nombre a esa emoción en tu mente. Hacer esto solo toma unos segundos, pero es muy buena práctica. Date cuenta de que cada emoción pasa y deja espacio para la siguiente experiencia.

Califica qué tan fuerte es el sentimiento. Después que observas y le das un nombre a una emoción, llévalo un poco más lejos: Califica cuán fuerte sientes la emoción en una escala del 1 a 10, siendo 1 el sentimiento más leve y el 10 el más intenso.

Comparte tus sentimientos con las personas más cercanas a ti. Es la mejor manera de practicar poner las emociones en palabras, una habilidad que nos ayuda a sentirnos más cerca de amigos, novios o novias, padres, entrenadores, cualquier persona que nos rodee. Haz que el compartir sentimientos con un amigo o miembro de la familia sea una práctica diaria. Podrías compartir algo muy personal o algo que es simplemente una emoción cotidiana.


Al igual que cualquier otra cosa en la vida, cuando se trata de emociones, todo mejora con la práctica. Recuerda que no hay buenas o malas emociones. 

No juzgues tus sentimientos, solo sigue notando y dándoles un nombre

Conocer Mucho Y Saber Muy Poco


Nos estamos perdiendo. Cada día más. Algo un poco cínico en la era de la información y la tecnología. Y es que es esta una de las principales razones, al contar con tanta información tan accesible se ha perdido más la cultura del esfuerzo. Nuestros jóvenes han nacido siendo “niños pantalla”, a un clic del universo.

Para aprender hay que descubrir, hay que hacerse preguntas -muchas preguntas-, equivocarse y, para ello, hay que salir. La tecnología es un medio altamente beneficioso, pero no lo es todo. Casi todos recordamos como hacíamos largos trabajos con múltiple tomos de enciclopedia, con libros y periódicos, elaborando la información. Nuestra sociedad, cada día más, nos aporta un sinfín de información que los más pequeños -o incluso nosotros- ni saben digerir ni muchos tienen a nadie que les enseñe cómo hacerlo.

¿Qué implicación tiene en nuestras vidas? Conocemos todo, pero sabemos muy poco. Tenemos nociones básicas o especializadas, pero en la mayoría de los casos no sabemos su aplicación o utilidad o cómo sacarle el máximo beneficio posible a ese conocimiento. Nuestra asignatura pendiente es la más importante, aprender a aprender y enseñar a enseñar.

Si queremos que nuestros pequeños sean unos adultos de provecho -o nosotros ser unos referentes dignos- deberíamos retomar los mapas para encontrar una ciudad, cultivar garbanzos en un yogur para explicar la fotosíntesis, hacer pan pare entender la fermentación o acercarnos a la historia de nuestra cuidad visitando los museos. Buscar en Internet “guerra civil española” es fácil y rápido, pero no nos servirá de nada si no empleamos de forma efectiva y útil esa información.

Howard Gardner (1993) y sus colaboradores del proyecto “Zero” de la Escuela Superior de Educación de Harvard dejaron atrás el concepto de inteligencia como algo innato. 

Ellos conceptualizaron la inteligencia como algo dinámico, es decir, que las cualidades con las que nacemos se pueden potenciar o desarrollar a lo largo de la vida. Desde esta perspectiva ha habido mucho desarrollo teórico posterior que ha integrado nuevos conceptos y dimensiones.

La diversidad y la integración es lo que nos enriquece y lo que verdaderamente define nuestra cultura. Busca tu destreza y la de tus hijos, lucha por ella. Nos hacen falta personas creativas con firmes convicciones, entusiasmadas y apasionadas con lo que hacen, algo que no implica necesariamente una formación académica universitaria.

Todos conocemos a personas brillantes académicamente que luego dejan mucho en el aspecto humano. La trampa reside en que muchas de estas personas, habitualmente con escasa o nula empatía hacia la realidad de los demás, dejan anidar sus ideas en la sociedad con la etiqueta de “expertos”.

Pero el conocimiento y la excelencia son inútiles si no impulsan realmente cambios y mejoras en la calidad de la vida de las personas, ya que la búsqueda del progreso y la mejora de la humanidad fueron las ideas que impulsaron a cualquier dominio científico y espiritual.

En tiempos de continuo cambio y confusión, los profesionales de cualquier ámbito no deben olvidarse de que la máxima de cualquier sociedad progresista y humana es la bondad. Si ésta desaparece de las “altas esferas” intelectuales, el ejemplo y estímulo de mejora que se dará al resto de la sociedad será vacío y peligroso.

Toda excelencia profesional no puede tener como fin el éxito individual por encima de todo porque el mundo se queda ausente de buenos valores. Es por ello que si el conocimiento no sirve a la bondad, es una trampa para el mundo.


Nuestra Identidad


Identidad: algo que nos define
Con un simple vistazo a diferentes perfiles en las redes sociales podemos ver las pequeñas descripciones que hacemos de nosotros mismos. Hay quien se define como estudiante, futbolista, reportero, cinéfolo; mientras que otros se definirán como una persona alegre, simpática, divertida, curiosa, pasional, etc.

Como puede observarse, estos dos tipos de definiciones son las más comunes y presentan una diferencia fundamental entre ellas. Unas personas se definen por los grupos de los que forman parte, mientras que otras se definen por sus rasgos personales. La Psicología define el autoconcepto, el yo o “self” como un mismo constructo formado por dos identidades diferentes: La identidad personal y la identidad social.

La identidad social
La identidad social define al yo (el autoconcepto) en términos de los grupos de pertenencia. Tenemos tantas identidades sociales como grupos a los que sentimos que pertenecemos. Por tanto, los grupos de pertenencia determinan el grupo un aspecto importante del autoconcepto, para algunas personas lo más importantes.

Pongamos como ejemplo a un famoso cantante latino. Ricky Martin forma parte de numerosos roles, y él mismo podría definirse como hombre, artista, moreno, cantante, homosexual, millonario, hijo, latinoamericano, padre, etc. Él podría definirse con cualquiera de ellos, pero seleccionará identificarse con aquellos adjetivos que sienta que le diferencian más y le aportan un valor diferencial al resto.

Otro ejemplo representativo lo podemos ver en las pequeñas biografías que cada uno de nosotros tenemos en la red social Twitter. Definirse en base a los grupos de pertenencia es tan humano como juzgar a otras personas en función de su atuendo y conducta no verbal.

Al formar una parte tan amplia de nuestro autoconcepto, de forma irremediable, los grupos determinan nuestra autoestima

Recordemos que la autoestima es una valoración emocional-afectiva que realizamos de nuestro propio autoconcepto. 

Por ello definirse en base a grupos de alto estatus social supondrá una alta autoestima, mientras que quienes formen parte de grupos poco valorados socialmente, tendrán que utilizar estrategias de apoyo en la identidad personal para lidiar el decremento en su valoración.

De esta forma vemos el alto impacto que tienen en nuestra autoestima y autoconcepto, los distintos grupos a los que pertenecemos.



Siempre Aprendiendo


Vivir es muchas cosas. Puede ser un gran viaje visitando bellas cumbres, secas llanuras e incluso sucios lodazales. También es una gran escuela que nos enseña mucho. Lo que no quiere decir que seamos capaces de aprenderlo todo. Nos informa bien, nos aporta conocimientos, y, como hay que vivirla, también nos permite adquirir habilidades prácticas y algunas buenas actitudes; pero a veces no las aprendemos.

Seguro que conocen algunas personas que tras un daño cerebral por ictus o traumatismo no pueden hablar, los médicos dicen que tienen “afasia”. Pues bien en la vida es más frecuente otra situación y no se considera ni siquiera una enfermedad. Está presente en muchas personas que son incapaces de dialogar; es así porque no son capaces de oír, o mejor oyen pero no escuchan. 

Son constructores de monólogos y circulan por la vida hablando ellos solos, porque lo de los demás no les interesa. No le prestan atención.

Comenté que otros prefieren tener razón a ser felices. Discuten todo y no ceden y se esfuerzan en tener razón, lo que les evita o dificulta ser felices, pero se afanan en ello, discuten sin límite y ello les impide alcanzar la felicidad.

Otros no tienen claro la jerarquía o importancia de los verbos. Priorizan el tener al ser. Se afanan en adquirir más, en acumular lo material, más que esforzarse en ser algo más, y sobre todo mejores, en crecer como personas. En enriquecerse en valores, y les será más fácil transitar por este mundo ligero de equipaje.

Les he referido a que con frecuencia no valoramos lo que tenemos, y especialmente sólo somos conscientes de ello, cuando lo perdemos o estamos a punto de perderlo. 

Por ejemplo la salud. Es un bien muy grande que poseemos y no la valoramos aunque somos nosotros, no los sanitarios, los que debemos cuidarla. Erramos si nos arriesgamos a perderla por falta de sentido común, si nos implicamos en actividades de alto riesgo, ingerimos tóxicos o hacemos malas dietas.

Otras personas deciden hacer de la queja su bandera. Lamentarse y sentirse mal les da protagonismo social y así caminan por la vida, sin entender que a medio plazo pueden ser rechazados porque nublan su entorno, agobian a sus congéneres. Los aburren e incluso les abruman. Podríamos decir que sólo hablan para contar ruinas. O que sólo están bien cuando están mal.

No hemos aprendido que el que más da es el que más recibe. Pregúnteselo si no a los voluntarios; en cualquiera de sus actuaciones uno de ellos les explicará cómo se siente al hacer el bien.  

También suele ser negativa nuestra visión del esfuerzo, y no lo vemos como una gran oportunidad. Sigmund Freud decía: “He sido muy afortunado; todo en la vida me ha costado mucho”. Sin duda, de no haberse esforzado su aportación, su legado al mundo hubiera sido menor.

También nos enseña Descartes que muchas veces sufrimos por cosas que nunca nos sucederán. En lenguaje llano: nos ponemos el parche antes de que salga la herida. Sufrimos con anticipación. Así sucede por ejemplo con los vómitos por recibir quimioterapia; sabemos que algunas quimioterapias los causaran, pero lo curioso es saber qué en muchas ocasiones algunas personas que iban a recibir quimio tienen los vómitos antes de iniciar su toma, antes de que se les administre; y eso es lo que llaman vómitos anticipativos y son debidos a que nuestro estado de nervios los provoca.

Importa saber lo costoso de fingir. Les aseguro que no compensa; cuanto más acerque lo que piensa, lo que dice y lo que hace, le será más fácil ser feliz.

También conviene recordar que el tiempo pasa para todos, los minutos, las horas, los días o los años, y al vivir lo vamos consumiendo todos; es un error plantearse ese consumo cuando uno es mayor o anciano. 

El momento que importa que valore es el ahora. Les he comentado a veces que el pasado fue, nos enseña, pero es irrecuperable, y el futuro es impreciso. Por eso él ahora es clave; hay que vivir todos los momentos con plenitud; como si fueran a ser el último.

También es importante soñar y lo hacemos poco. No digo que no seamos realistas, pero sí que elevemos nuestras miras. Hacerlo embellece el paisaje de la vida por el que debemos transitar. Dicen que los sueños suelen ser caros; yo pienso que es más caro no tener sueños.

Por otra parte le recuerdo que la mentira es un paso erróneo, como una salida en falso, con frecuencia le lleva a un corredor que retorna al mismo camino del que se parte y tendrá que volver a enfrentarse con la situación por la que mentimos. 

Por otra parte mantener esa irrealidad cuesta mucho esfuerzo. Yo no se lo aconsejo como vía de tránsito. La verdad abre ventanas, da luz y embellece el camino.


Frustración Y Motivación Adecuada


La frustración es la emoción que sentimos cuando una expectativa no se cumple, cuando lo que deseamos no es lo que obtenemos o simplemente cuando la cosas tardan en llegar o no llegan. 

Es la reacción que tiene un niño cuando le impedimos hacer algo que quiere o no le damos lo que pide. La frustración nos lleva a actuar de forma impulsiva, generalmente desproporcionada, con una alta tasa de malestar y sin valorar las consecuencias de nuestros actos. Normalmente va asociada a la rabia, pero también ir acompañada de miedo, tristeza o decepción. En cualquier caso emociones con connotaciones negativas.

El control de la frustración es lo que se conoce como tolerancia a la frustración. 

Y desarrollar una buena resistencia a la frustración es algo que lleva tiempo y marca la diferencia entre una afectividad infantil y una adulta. Hay muchos adultos que frente a las contrariedades de la vida tienen reacciones infantiles, auténticas rabietas. De hecho muchos de los problemas que surgen durante la adolescencia y posteriormente guardan relación con las dificultades para manejar la frustración.

Entrenar la tolerancia a la frustración favorece la seguridad, la autoconfianza y la fuerza de voluntad. Las personas con mayor tolerancia a la frustración resisten mucho mejor los reveses de la vida, son más adaptativas y tienen muchas más posibilidades de conseguir éxito en aquello que se proponen porque se rinden menos y aguantan mucho más.

Un buen socio de la tolerancia a la frustración es la motivación. Si la primera nos permite seguir adelante a pesar de la adversidad y mantener el rumbo fijo hacia nuestros objetivos y metas. La segunda nos carga las pilas y nos llena de energía, ilusión y ganas. La tolerancia a la frustración es la fuerza que nos permite resistir, aguantar y mantenernos en los momentos difíciles o cuando las cosas no son como esperamos. 

La motivación a su vez, nos ayuda a seguir adelante, nos da ánimos y nos estimula a continuar como si se un motor emocional se tratara.
Muchas personas creen que la motivación es algo que depende de la actividad que hacemos, pero en realidad es una elección emocional más o menos inconsciente. De hecho la misma actividad ni motiva a todo el mundo por igual, ni a la misma persona durante toda su vida. Lo que nos motivaba en la infancia, lo aborrecemos en la adolescencia, y en la juventud ya ha perdido todo el interés. En realidad la motivación es algo qué cómo la tolerancia a la frustración se puede entrenar y mejorar y poner a nuestro servicio para construir el tipo de vida que queremos.

Esos dos factores: la capacidad de aguante y el impulso para superar los retos son las claves de una personalidad fuerte que consigue resultados a medio y largo plazo. Son el soporte que permite aplazar la recompensa en espera de frutos más dulces. Son los ingredientes necesarios para terminar unos estudios universitarios, educar un hijo, pagar una hipoteca o tener resultados en un deporte competitivo. También son los que nos permiten salir de una enfermedad, remontar una ruptura sentimental, rehacer una vida profesional o superar la adversidad de una catástrofe.


La tolerancia a la frustración y la capacidad para motivarte son recursos propios de una autoestima elevada y una buena inteligencia emocional. Son la demostración conductual y con hechos concretos de que realmente te amas, cuidadas de ti y tú compromiso por crearte una vida mejor no es solo una idea sino que es sólido y tienes la firmeza de llegar a las últimas consecuencias.

domingo, 18 de marzo de 2018

Reflexionar Antes De Opinar


Si no piensas antes de hablar lo más probable es que pierdas buenas oportunidades para conocer, apreciar y poderte comunicar verdaderamente. ¡Qué fácil es echar leña al fuego, hablar por hablar y decir cosas sin pensar!

Las palabras son herramientas importantes que pueden construir y fortalecer relaciones o bien, pueden destruir hasta los lazos más íntimos. Comentarios que en un momento parecen ser insignificantes e inofensivos pueden tener un gran impacto. Hay ocasiones que uno habla sin darse cuenta que se está provocando un desacuerdo, otras veces, uno proyecta sus propios sentimientos que no tiene nada que ver con lo que sucede y sin querer, se termina estropeando relaciones personales.

“La energía, las palabras y las emociones son contagiosas para bien y para mal, ten mucho cuidado”

Un comentario insignificante, una sugerencia sin conocimiento previo de la situación o circunstancia o hasta una recomendación sin fundamentos puede ser el detonador que lastime para siempre las relaciones de cualquier persona, sobre todo si esta no considera primero el valor de sus palabras y la influencia que pueden tener.

Existen ocasiones que las personas tienen una agenda particular, por la que dicen las palabras que dicen, y a pesar de que pareciera que están verdaderamente preocupados por el individuo o la situación, en realidad solo están buscando las mensajes que comprueben sus prejuicios o presentimientos.

En realidad hay muchas “amigas” que no son tan lindas, ni tan sinceras y sus comentarios están plasmados de envida y de falsedad, por lo que sus observaciones podrían ser un tanto venenosas, interesadas y hasta equivocadas.

En otros casos, son los intereses personales o económicos podrían confundir a la persona y tristemente llevaran a ocasionar rupturas familiares e íntimas.

Los comentarios al aire y sin pensar o premeditados y con deseo de lastimar o sacar provecho… son muy dañinos hay que estar consciente de esto y no hablar por hablar. 

La responsabilidad y la conciencia del valor de la palabra son muy importantes. NO lo olvides.
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Hacer El Bien



Evidencias científicas muestran la aversión natural del ser humano a dañar –expresada con el principio universal de no hagas a otros lo que no querrías que te hicieran a ti– aflora desde dos sistemas cerebrales íntimamente conectados: uno emocional y otro cognitivo. La faceta racional, más lenta, ayuda cuando no basta el atajo natural inmediato de los sentimientos, sino que hay que deliberar y calcular.

Reveladoras también las investigaciones del equipo de Antonio Damasio publicadas en Nature. Estudian cómo solucionan dilemas éticos personas con un daño cerebral en la región que conecta lo emotivo y lo analítico. 

Estos pacientes siguen un patrón utilitarista fuera de lo común y deciden con rapidez matar –empujar a la vía– a una persona para salvar a cinco. Sin embargo, en un contexto más impersonal, como accionar las agujas, su conducta es normal. Por esa lesión del cerebro, estas personas carecen de la guía innata que supone la alarma de la emoción en el juicio moral, aunque el sistema deliberativo se mantiene. 

Los sentimientos desagradables, la repugnancia a hacer daño que constituye una señal de precaución, les dejan imperturbables.

Si hay contradicción entre ambos componentes de la racionalidad humana, ¿cómo se impone el sistema analítico? El caso del tren resulta de nuevo ilustrativo. Cuando los dilemas de empujar a alguien o cambiar las agujas se presentan a voluntarios utilitaristas –entrenados en el cálculo riesgo/beneficio como norma de conducta– resuelven tanto empujar como cambiar las agujas en el mismo tiempo. 

En tales casos usan los dos segundos más necesarios en esta actividad mental para ajustar racionalmente el coste/ beneficio, y así evitan seguir el atajo emocional, intuitivo y natural hacia lo correcto.

Los animales nunca se equivocan acerca de lo que les conviene o no: su instinto sólo les permite acertar. Sin embargo, a las personas, liberadas del encierro en el automatismo biológico, se les plantean dilemas y están abiertas a equivocarse al decidir.

Los códigos de conducta aportan una escala jerárquica de los valores que se consideran relevantes para calificar algo como bueno o malo. 

No están biológicamente determinados, y por ello difieren en aspectos normativos de unas culturas a otras. Como regulaciones sociales, humanizan cuando lo legal y lo ético convergen para premiar lo bueno (ayudar, curar) y penalizar lo malo (matar, no prestar asistencia en un accidente). Por eso mismo, existe una esquizofrenia social cuando leyes y ética divergen.

Aun con las cautelas propias de investigaciones sobre algo tan complejo como la mente humana, las neurociencias apuntan hoy al modo en que está registrado en el cerebro el principio natural, y por ello universal, de no hacer a los demás lo que no quiero para mí. El atajo emocional innato ante dilemas con vidas humanas en juego supone una predisposición natural al buen hacer.
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