La frustración es la emoción que sentimos
cuando una expectativa no se cumple,
cuando lo que deseamos no es lo que obtenemos o simplemente cuando la cosas
tardan en llegar o no llegan.
Es la reacción que tiene un niño cuando le
impedimos hacer algo que quiere o no le damos lo que pide. La frustración nos
lleva a actuar de forma impulsiva, generalmente desproporcionada, con una alta
tasa de malestar y sin valorar las consecuencias de nuestros actos.
Normalmente va asociada a la rabia, pero también ir acompañada de miedo,
tristeza o decepción. En cualquier caso emociones con connotaciones negativas.
El control de la frustración es lo que se conoce como tolerancia
a la frustración.
Y desarrollar una buena resistencia a la frustración es algo
que lleva tiempo y marca la diferencia entre una afectividad infantil y
una adulta. Hay muchos adultos que frente a las contrariedades de la vida
tienen reacciones infantiles, auténticas rabietas. De hecho muchos de los
problemas que surgen durante la adolescencia y posteriormente guardan relación
con las dificultades para manejar la frustración.
Entrenar la tolerancia a la frustración favorece la
seguridad, la autoconfianza y la fuerza de voluntad. Las personas con mayor
tolerancia a la frustración resisten mucho mejor los reveses de la vida, son
más adaptativas y tienen muchas más posibilidades de conseguir éxito en aquello
que se proponen porque se rinden menos y aguantan mucho más.
Un buen socio de la tolerancia a la frustración es la motivación.
Si la primera nos permite seguir adelante a pesar de la adversidad y mantener
el rumbo fijo hacia nuestros objetivos y metas. La segunda nos carga las
pilas y nos llena de energía, ilusión y ganas. La tolerancia a la
frustración es la fuerza que nos permite resistir, aguantar y mantenernos en
los momentos difíciles o cuando las cosas no son como esperamos.
La motivación
a su vez, nos ayuda a seguir adelante, nos da ánimos y nos estimula a
continuar como si se un motor emocional se tratara.
Muchas personas creen que la motivación es algo que depende
de la actividad que hacemos, pero en realidad es una elección emocional más
o menos inconsciente. De hecho la misma actividad ni motiva a todo el mundo por
igual, ni a la misma persona durante toda su vida. Lo que nos motivaba en la
infancia, lo aborrecemos en la adolescencia, y en la juventud ya ha perdido
todo el interés. En realidad la motivación es algo qué cómo la tolerancia a la
frustración se puede entrenar y mejorar y poner a nuestro servicio
para construir el tipo de vida que queremos.
Esos dos factores: la capacidad de aguante y el impulso para
superar los retos son las claves de una personalidad fuerte que
consigue resultados a medio y largo plazo. Son el soporte que permite aplazar
la recompensa en espera de frutos más dulces. Son los ingredientes
necesarios para terminar unos estudios universitarios, educar un hijo, pagar
una hipoteca o tener resultados en un deporte competitivo. También son los que
nos permiten salir de una enfermedad, remontar una ruptura sentimental, rehacer
una vida profesional o superar la adversidad de una catástrofe.
La tolerancia a la frustración y la capacidad para motivarte son
recursos propios de una autoestima elevada y una buena inteligencia emocional.
Son la demostración conductual y con hechos concretos de que realmente te amas,
cuidadas de ti y tú compromiso por crearte una vida mejor no es solo una idea
sino que es sólido y tienes la firmeza de llegar a las últimas consecuencias.
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