Existen distintas maneras de entender la vida. Todos somos
conscientes de ello. Y esas maneras tienen mucho que ver con las diferentes mentalidades
que afloran y se extienden en nuestra sociedad.
Hay humanos que pasan la vida
buscando el provecho propio, la ventaja que le ofrece el acontecer...,
olvidando si las dichas ventajas perjudican a los demás…
Y hay otros humanos,
por el contrario, que cruzan por la vida intentando ser útiles, olvidándose de
egoísmos, rapiñas y corruptelas, y ayudando a los próximos y defendiendo al
grupo, a la tribu, eligiendo lo mejor para la mayoría, aun a costa de renunciar
a ventajas propias previsibles, o posibles.
También existen quienes, al margen de las preocupaciones
transcendentes, pasan por la vida ‘tirando palante’ sin pensar mucho en lo
que hacen y porqué lo hacen... Y es que “de todo hay en la viña del señor”.
Egoístas, altruistas, pancistas... Cada uno tiene una visión completa del
acontecer, una concepción del mundo que le da sentido a sus comportamientos.
Resulta que, de alguna manera, las mentalidades proliferan,
se extienden y, unas veces por imitación y otras por influencia natural, la
verdad es que no siempre somos lo que espontáneamente nos sale ser, sino que
nos comportamos como nos han dicho que debemos hacer, según lo que ‘se espera’
de nosotros, al modo ‘políticamente correcto’ y sin arriesgar mucho a la
búsqueda de lo que es mejor entre lo posible.
Y así tenemos una sociedad que
camina hacia su propia perdición. Decía Demócrates que “todo está perdido
cuando los malos sirven de ejemplo y los buenos de burla”. Solamente podremos
mejorar el mundo que nos ha tocado vivir si nuestra mentalidad nos mueve a la
ayuda mutua, al colaboracionismo, a la tolerancia, al esfuerzo compartido y
alentador, al caminar con los demás en la dirección del proyecto compartido.
Estamos viviendo una época en la que la clase política ha
dilapidado el prestigio de la labor hecha con mentalidad de servicio por muchos
de ellos, porque, en casos abundantísimos, ahora, estos responsables políticos
han optado por una mentalidad de privilegio. Y así, la inmensa mayoría de los
cargos electos, a cualquier nivel, no quieren dejar el statu quo alcanzado y,
flacos de memoria, pronto olvidan los compromisos adquiridos durante las
campañas electorales, dedicándose, no a la tarea de eficacia sino a la
aproximación al beneficio propio o de los suyos.
Churchil decía que la diferencia entre un ‘político’ y un
‘hombre de Estado’ radicaba en que mientras que el ‘hombre de Estado’ miraba permanentemente
a las próximas generaciones, los ‘políticos’ solo miraban a las siguientes
elecciones, centrando su labor en obtener apoyos y votos de nuevo para
perpetuarse en el poder.
Durante la crisis de 1929, la llamada Gran Depresión, la
secuencia seguida fue la siguiente: deterioro brutal de la economía, un
crecimiento del paro aterrador, descontento generalizado, crecimiento de
los populismos y autoritarismos, cierre de filas de las economías más poderosas,
deterioro de la solidaridad entre naciones… y ¡la guerra!, la más grande de
cuantas habían conocido los tiempos: la Segunda Guerra Mundial.
Las guerras comienzan en las mentes de los hombres. En todos los casos. Y las actitudes personales derivan a movimientos colectivos, que, en ocasiones, producen desgracias descomunales.
Aun a costa de que me tachen de utópico y ñoño, me permito
recomendar a quienes lean este artículo, especialmente a quienes detentan
poder, que, por el bien de todos, descartemos los egoísmos personales y las
opciones interesadas por las pequeñas ventajas alcanzables. Solo así cabe
esperar una opción manifiesta por la mentalidad de servicio.
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