No estamos acostumbrados a
tener mucha energía. Cuando vivimos una situación intensa, nuestra mente
intenta reducir la intensidad.
Tener un nivel alto de energía requiere entreno, o desentreno, según como se quiera entender.
El parto es una situación muy intensa (para la madre y el bebé). Los bebés tienen este nivel alto de energía. Todos pasamos por ello.
Pero luego, en nuestra
sociedad actual, aprendemos a que la intensidad no es buena.
Molesta el buen
funcionamiento de los ciudadanos de a pie. Por lo tanto, aprendemos a reducir la
intensidad.
Cuando un niño vive con mucha
intensidad (y por tanto, necesita moverse, tiene fantasía, sentimientos
fuertes), se le diagnostica hiperactividad y se le trata correspondientemente:
con tranquilizantes.
Aprender a tener un nivel
alto de energía requiere estar dispuesto a sentir la intensidad que significa.
La intensidad nos asusta, porque hemos
aprendido que la intensidad rompe:
Hemos vivido la intensidad
principalmente cuando algo horrible ha pasado: una muerte, un accidente, un
cambio violento en nuestra vida.
Por lo tanto evitamos la intensidad, como si
fuera el acontecimiento mismo.
Sin embargo, la vida es intensa de por sí.
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