Las relaciones afectivas que mantenemos con
personas allegadas como nuestra pareja, amigos íntimos, padres o
hermanos se diferencian de las que mantenemos con compañeros de trabajo o
vecinos por el sentimiento de cercanía, de confianza mutua y lo mucho que
significan para nosotros.
La construcción de un vínculo adecuado
implica expresar abiertamente el afecto que sentimos, hacer sentir a
la persona querida y aceptada tanto por las cualidades que nos gustan de
ella, como por las que no. Conlleva crear espacios de intimidad, dedicar
tiempo e implicarnos activamente en conseguir el bienestar del otro,
escucharnos, abrazarnos.
Las
principales figuras vinculares para los niños y las niñas son aquellas
personas que se hacen cargo de su cuidado y protección sean o no sus
padres biológicos. Este proceso se da durante la interacción diaria entre el
niño o niña y sus cuidadores (cuando el adulto responde ante las
necesidades básicas de cuidado, afecto y protección) pero no
perdura por sí misma, es necesario alimentarla y dedicarle tiempo a
lo largo de nuestra vida.
Los
vínculos afectivos que se crean los primeros años de vida son esenciales
en la construcción de nuestra identidad y nuestro equilibrio emocional.
Aunque el niño o la niña al nacer dependa totalmente de sus cuidadores, a
medida que crecen y se hacen más autónomos siguen necesitando su
afecto y apoyo incondicional.
La imagen que vamos construyendo de nosotros
mismos es el reflejo de lo que nuestros seres más queridos nos devuelven y
condiciona las relaciones que tenemos con los demás, nuestra autoestima
y la forma de afrontar los problemas.
Un vínculo afectivo sano con tu
hijo o hija garantizará relaciones futuras de confianza, procurará en el niño o
niña mayor seguridad en sí mismo y servirá de “salvavidas” cuando surjan
los conflictos. Permite que el niño o la niña desde pequeño desarrolle
esquemas mentales en los que asocie a sus padres con sentimientos de
seguridad, afecto y tranquilidad, percibiendo así el mundo como un entorno
amable y poco amenazante.
El
vínculo no es un fenómeno rígido e inalterable en las relaciones humanas,
puede ir cambiando según el contexto social, la familia, el momento de
vida y la persona con la que surja la relación. Es posible que un niño
establezca un vínculo poco seguro con su madre o padre durante su
primera infancia, pero existe la posibilidad de que cambie,
tornándose más seguro y estable si existe voluntad y compromiso
real por parte del adulto en mejorar la relación.
Lo que el niño y la
niña aprende es aquello que prevalece en el tiempo, lo que se ha repetido
con sus principales figuras vinculares a lo largo de su vida.
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