viernes, 16 de marzo de 2018

La Agobiante Presencia “Del Otro”


El proceso de urbanización y la electrificación del territorio atraen la atención del hombre moderno hacia lo más inmediato y el interés mítico del hombre arcaico por el Cosmos, pierde su carácter poético y pasional para hacerse utilitarista y racional. 

La luz de la ciudad electrificada (colonizadora del ambiente rural como en el caso de la Canadiense y el ejemplo de la explotación del territorio leridano en aras de Barcelona) desplaza la atención humana del cielo nocturno estrellado a los anuncios luminosos y a las atracciones comerciales y lúdicas. 

El hombre moderno carece ya, a pesar de la nueva física, de mitologías sobre el origen y la estructura del universo. Sólo las mitologías del Mercado y del Consumo están hoy presentes en la llamada Sociedad el Bienestar.

Jamás ha tenido el ser humano más facilidad de desplazarse de un territorio a otro. Sin embargo, el contacto con el otro no exige ya que nos movamos de nuestro escritorio o de nuestra sala de estar. Requiere casi más esfuerzo entrar en contacto con el vecino de la casa de al lado que con un antípoda terrestre. Y cuando, a pesar de todo, nos desplazamos a territorios alejados, constatamos que todos los territorios se van pareciendo cada vez más unos a otros y que "en todas partes cuecen habas", siguiendo además la misma receta culinaria. Hasta las extravagancias, que por definición representan lo inusual, son exactamente las mismas en todas las urbes: las cabezas rapadas, los Hara Krisna, el pantalón vaquero andrajoso, la droga.

El desarraigo territorial del hombre moderno se advierte no menos en lo que respecta al conocimiento de los detalles de su ambiente más próximo. Cuando el desplazamiento geográfico todavía requería tiempo, el individuo humano tenía ocasión de ir registrando y estudiando con minuciosidad los pormenores de la naturaleza y de la ciudad que recorría a pie o en un transporte lento. 

Curiosamente, cuanto más rápidamente nos movemos, menos tiempo decimos tener. El ahorro de tiempo que suponen las comunicaciones y los transportes modernos ha hecho de la carencia de tiempo un rasgo definitorio de nuestra cultura.

Un tiempo que se medía en jornadas, pasó en nuestro siglo a medirse primero en horas y ahora hasta en décimas de segundo. En un solo día recorremos lugares que, tan sólo hace unos decenios, requerían muchos días de viaje. Nuestra capacidad cotidiana de recepción no ha aumentado, pero los objetos que reclaman nuestra atención son cada vez más numerosos.

La conciencia de los detalles desaparece así con la velocidad. La configuración del territorio se desvanece. Hemos adquirido la perspectiva del dinosaurio a que antes aludí, sin siquiera haber incrementado nuestro volumen corporal. 

Resultado de esta transformación de nuestra conciencia es la extraterritorialidad que nos caracteriza, un estar siempre en otra parte que hace del hombre moderno un ser desarraigado y un exiliado nato.




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