Puede que conozcamos a alguien o puede que nosotros mismos
formemos parte de ese grupo de personas que están permanentemente
obsesionadas con quedar bien. Y, en algunos casos, el adjetivo
es precisamente ese: obsesionadas.
A (casi) todos nos preocupa quedar bien y queremos ayudar a los demás; es
normal y forma parte de nuestra presencia en la sociedad, pero hay una barrera
bastante fina entre estar preocupados por los demás y que nos preocupe la
imagen que tengan de nosotros y que nuestra vida se vea trastornada por ello. Hemos tomado un caso extremo, hablando con
una persona que ha sufrido este problema y con la terapeuta que la ayudó a
sobrellevarlo, para que arrojen un poco de luz sobre un asunto
que afecta a más personas de las que pensamos.
A todos nos gusta quedar bien. Que los demás tengan buena
opinión de nosotros, formar parte de ese grupo de gente de los que todos dicen
«es muy buena persona» y sentirnos satisfechos con lo que hacemos por los
demás. A priori, no tendría por qué haber un problema en todo esto. Pero, en
ocasiones, lo hay. Es lo que le ocurrió a M.P., una mujer de 33 años que, en un
momento de su vida en que todo parecía ir bien, empezó a sufrir episodios fuertes de ansiedad
y decidió pedir ayuda.
En la consulta de su terapeuta, encontró una respuesta que
ella ya imaginaba.
«Vivía completamente obsesionada por quedar bien con los
demás. Era algo a medio camino entre ayudar a la gente
que quiero y reforzar la imagen que tenían de mí como alguien servicial.
Si me enteraba de que se había muerto la tía abuela de una conocida, me
escapaba al sanatorio en la hora de comer; si una amiga estaba enferma, aunque
solo fuera un catarro, sacaba horas de donde fuera para ir a verla, a llevarle
una revista o una sopa; si cualquier amigo me pedía que lo acompañara a un
lugar, por muy aburrido que me pareciera, no tenía la capacidad de decir que
no».
El problema de M.P. se encontraba, como ella misma reconoce,
y como su terapeuta le hizo ver, a medio camino entre la obsesión por quedar
bien y el complejo de
rescatador, es decir, la constante necesidad de cuidar de los demás.
«Llegó un momento de mi vida en que me di cuenta de tres cosas: la primera, que el
estrés que nunca me había generado ni el trabajo ni ninguna otra cosa me
lo estaba generando la necesidad de quedar bien con los demás; la segunda, que mi
vida estaba a la cola de mis prioridades, y las de los demás siempre le pasaban
por encima; y la tercera, que fue la que me hizo espabilar, que no me
apetecía absolutamente nada todo lo que hacía.
Se había convertido en una
tortura ir a visitar a amigos enfermos, llamar constantemente para preguntar
por la salud de sus familias y estar informada de si podía hacer algo por
ellos. Y eso me hacía sentir hasta mala persona».
M.P. considera que haber buscado ayuda fue la mejor
decisión de su vida.
Había sufrido un par de episodios de ansiedad y decidió
encontrar la causa. Su terapeuta nos explica brevemente cómo pudo ayudarla a
ella (y, nos aclara, a bastantes más personas con este problema de las que
imaginaríamos): «El primer paso fue localizar el origen de esa ansiedad
que sufría. No fue difícil. Pronto se reveló que era la obsesión por quedar
bien con la gente la que estaba afectándole profundamente».
El segundo paso llegó con la reformulación del término
'egoísmo'. «La idea de ser egoísta tiene una connotación negativa en la
sociedad, y puede serlo en ocasiones, pero también es necesario.
El egoísmo,
como forma de poner nuestras necesidades por delante de las de los demás y,
sobre todo, aprender a decir que no, es necesario»
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