¿Quiénes somos?, ¿por qué somos lo que
somos?, ¿cuál es el significado de nuestras vidas?; son preguntas que nos
hacemos con frecuencia cuando intentamos explicarnos un principio que
rige el sentido del camino, que vamos recorriendo en el transcurrir de
nuestras biografías.
No es fácil proporcionar soluciones a
estos, a veces, temidos y laberínticos interrogantes; acudimos a diferentes
escuelas, teorías, doctrinas y tratamos también, en
meternos dentro de filosofías profundas ambicionando lograr explicaciones que puedan satisfacer o no la curiosidad sobre el perenne
interrogante existencial.
A su vez, acudimos a los temas científicos, a los místicos y a muchas otras lecturas con múltiples doctrinas que nos
ubiquen en el marco de la conciencia, para contactarnos con una realidad que
pretendería explicarnos el conocimiento del devenir humano.
Propondríamos revisar el tema con el propósito de entendernos como
personas que somos, con nuestro fiel y entrelazado universo particular,
respetables ante nosotros mismos y ante los demás; somos
seres únicos e individualmente sujetos a lo que pensamos de nosotros
mismos sin la impaciencia de imponernos propiedades que busquen el ajustar y el
mejoramiento de nuestra autoimagen con el fin de ser aceptados
por los demás; no es el de forzar cambios en los otros para obtener una
satisfactoria reacción y aprobación de nuestro rol en esta vida y así
adaptarnos "más sanamente", frente a la buena y generosa voluntad de
nuestros hermanos y vecinos.
Pero tampoco es apremiar,
inexcusablemente, cambios en nosotros mismos, como de pronto nos lo han
mostrado y enseñado durante casi toda la vida, para lograr una apropiada
acomodación para la aquiescencia de los otros.
Consideramos
como el eje fundamental de nuestro distintivo personal, aquel del que proviene
de la aceptación. La aceptación a nosotros mismos. Es aceptar lo
que somos, libres de imposiciones y de resistencias.
Aprender a aceptarnos a nosotros mismos, es ver
nuestra vida con serena indulgencia, transformando las tensiones en la sobrada
confianza de nuestro espíritu interior.
La aceptación se nutre del amor a lo que somos y a lo que hacemos; es
experimentar con toda luminosidad y reconocer con fidelidad nuestra laboriosidad;
nadie tiene que hacerlo por nosotros; solamente nosotros podemos ejercer ese
don natural.
Aceptación no es
resignación. La aceptación es dinámica y funcional; la
resignación es abandono. La aceptación viene de adentro,
no de afuera; para la aceptación no hay que buscar fórmulas, reglas, normas o
manuales con instrucciones y además, como valor agregado, está
exenta de ordenamientos; aceptar es como es, en sí misma; porque las cosas son
como deben ser.
Es ver la naturaleza con su maleabilidad solemne y su marcha
inmortal.
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