martes, 6 de marzo de 2018

Opinar Con Criterio


Todo el mundo tiene opinión, pero, ¿cuántos criterio?, es el planteamiento de base que me acomete desde hace muchísimos años, cuestión nada fácil de explicar y menos aún de entender, pues hacerlo implica trascender los esquemas tradicionales a los que estamos acostumbrados, es decir, el sentir general.

Si recurrimos a nuestro DRAE, nos define la opinión como juicio que se forma de algo cuestionable, o concepto en que se tiene a alguien o algo. Más nos podría valer lo que se dice de opinión pública: estimación en que coincide la generalidad de las personas acerca de asuntos determinados, definición que, en general, se asemeja más al concepto propio del término, ya que es compartido por una pluralidad de individuos que refuerzan, así, las opiniones de cada sujeto.

Podríamos considerar ya aquí un primer nivel de diferenciación entre ambos conceptos, quizá imperceptible para muchos pero en cambio tan sólido que marca una importante categorización. 

Mientras que la opinión se establece como reacción primera y básica ante un hecho determinado, y es por tanto deudora de una multiplicidad de factores, la mayor parte de ellos tan subjetivos como el individuo que opina, el criterio atiende, para su consideración, al conocimiento de la verdad en que pueda incurrir ese hecho, es decir, precisa, necesariamente, de una profundización en la realidad circunstancial del hecho, por encima, desde luego, de la engañosa apariencia o la simple subjetividad.

No entraremos en debates de mayor calado –innecesarios en esta ocasión y, además, fuera del alcance de nuestras profanas limitaciones–, como sería desentrañar el significado filosófico de ambos conceptos, es decir, profundizar en la doxa, o conocimiento fenoménico engañoso, que es tanto como decir opinión, y la episteme, o conocimiento científico metodológicamente establecido.

De modo que, según supongo y si no estoy equivocado, que podría perfectamente ser, hay una apreciable diferencia entre opinar y conocer qué se está diciendo. Sé, también, que lo más usual entre nosotros, pobres bípedos peludos sometidos al imperio de los sentidos, que son lo más a mano que tenemos, y algunos lo único, es hablar, aunque no se sepa de qué ni se espere siquiera a dejar explicarse al otro antes de echar la lengua a paseo.

Es verdad igualmente que si sólo habláramos de lo que en realidad conocemos deberíamos enmudecer por decreto-ley, de modo que toda esta argumentación que acabo de escribir quizá solamente sean palabras, opiniones, en suma, sin más sustento que mi propia subjetividad, y aunque podría traer aquí infinidad de ejemplos para tratar de defender estos puntos de vista, no lo haré, ya que no es mi cometido formar opinión, y mucho menos conocimiento epistemológico.


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