sábado, 10 de marzo de 2018

Gustos Y Disgustos


“El egoísmo es medir a los otros por nuestros gustos y disgustos, no por sus necesidades, sino por nuestras preferencias” (A.Orange)

El egoísmo es otro de los “pecados” capitales, un pecado que igualmente viene de lejos. Según Sófocles, “siempre se repite la misma historia: cada individuo no piensa más que en sí mismo”. En parte puede que sea algo incluso genético, vinculado al instinto de supervivencia, porque no puede negarse que el egoísmo puede resultar a veces conveniente (Alexis Karrel sostenía que si estuviésemos completamente desprovistos de egoísmo, seríamos incapaces de vivir), 
y Flaubert lo elevaba a una de las tres condiciones necesarias para ser feliz (junto con la estupidez y el estar bien de salud). 

Por contra, George Sand era de la opinión de que no hay verdadera felicidad en el egoísmo. Tal vez ambos tenían razón. Lo que es seguro es que la acertaba Jaime Tenorio al concluir que “si las personas fueran menos egoístas, yo sería más feliz”... Ni que fuera sólo por eso, vale la pena combatir esta enfermedad del espíritu.

Todos resultamos contagiados por ella en alguna ocasión,  pero cuando el egoísmo se convierte en un rasgo definitorio de la personalidad, acaba resultando disfuncional socialmente -sin altruismo y sin cooperación, la sociedad naufragaría- y perjudicial a nivel personal -la gente rechaza a los egoístas sistemáticos-.  Y eso que sería mucho más razonable practicar un egoísmo cívico e inteligente, del tipo que animaba Jacinto Benavente: el egoísmo de procurar que todos estén bien para estar uno mejor. Efectivamente, es difícil sentirse bien o seguro si los que nos rodean lo pasan mal.

A pesar de esto, demasiado a menudo nos comportamos egoístamente. 

Quizás porque es fácil detectar al egoísta que se esconde detrás del vecino y no ver la biga en el ojo propio. Jean Cocteau hacía broma al respecto: “Egoísta es el sujeto que se empeña en hablarte de sí mismo cuando tú te estás muriendo de ganas por hablarle de ti”. Y algunos confunden el egoísmo “bien entendido” con la filantropía “bien aplicada” (C.Vigil).

En cualquier caso, el egoísmo puede expresarse de diferentes maneras. Por ejemplo, a través de los celos. Honoré de Balzac definió el ser celoso como el colmo del egoísmo, como amor propio en defecto, como la irritación de una falsa vanidad.


Egoísmo, celos, ingratitud… nos alejan de las personas de nuestro entorno, y determinan que malgastemos una gran cantidad de energía que podríamos utilizar en labores más positivas. 

Démosles la vuelta, pues. Aprendamos a agradecer todo aquello que nos viene dado –que es casi todo-. Dejemos los celos para las películas y la literatura, cual muestra de una época en que el hombre aún era un analfabeto emocional. 

Y convirtamos el egoísmo en una sana autoestima: es sólo cuestión de grado.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario