Diversos autores claves de la psicología humanista -Sidney
Jourard, Fritz Perls, Carl Rogers- coinciden en describir en forma similar el
modo como los individuos se conducen en términos de la postura en que se
muestran frente a la otra persona.
Frecuentemente, se ha utilizado una analogía
de “capas” en cada persona, en donde las que se ubican más externamente y que
corresponden a sus datos más superficiales se hallan más accesibles a los
otros. En esta analogía -que también puede describirse como las capas de una
cebolla-, las capas externas se refieren a datos biográficos generales,
percepciones generales acerca del mundo, estudios y gustos. Las capas más
internas corresponderían a lo que la persona considera más íntimo y, por algún
motivo, “secreto”.
Resultado
de esto es que las relaciones interpersonales comunes, donde existe una
prescripción de “lo socialmente adecuado” son, por lo general, formales, más
bien frías y distantes, centradas en la apariencia y en la tarea -cuando son de
tipo laboral-, o bien de aparente cordialidad pero superficiales -cuando son
relaciones sociales-.
Esto es, naturalmente, producto de un condicionamiento
social en donde introyectamos los valores y preferencias del entorno donde nos
toca vivir y que, lamentablemente, tiende a alejarnos del contacto con nuestro
sentir más íntimo (Rogers 1964). Según Sidney Jourard (1980), “La sociedad
busca entrenar en vez de educar. En el entrenamiento se estimula más la
conformidad que la originalidad. Al buscar continuamente la conformidad, nos
perdemos a nosotros mismos. Para ingresar a la sociedad debemos conformarnos, y
cuando nos hacemos adultos nos volvemos parte de un sistema en que generamos la
conformidad en otros. En nuestra sociedad hemos desarrollado una habilidad
excepcional para entrenar, engañar y volver cada vez más estúpidas a grandes
cantidades de personas.
Y así, al estar enajenados de nuestras claves internas más
confiables para guiar nuestra vida de un modo íntegro, ésta se caracteriza por
un sentimiento continuo de inseguridad y la búsqueda de la aprobación y la
valoración en los demás.
Quisiera examinar a continuación el fenómeno de la
congruencia e incongruencia a nivel de la sociedad entera, discutiendo ejemplos
e implicancias. A mi modo de ver, los grandes ideales políticos, sociales y
religiosos a los que solía dedicarse la vida en los años sesenta han sido
sofocados por un ambiente de cinismo y escepticismo.
En estos días abundan los
ejemplos de deshonestidad, oportunismo, egoísmo, superficialidad y simple
desprecio por cualquier cosa que no sean los propios y mezquinos intereses.
Es
muchísimo lo que durante la niñez aprendemos del ejemplo de los otros: muy
pronto nos damos cuenta que los discursos de los adultos no necesariamente
tienen que ver con la realidad, así que aprendemos observando e imitando lo que
los adultos hacen. Y, ¿qué es lo que vemos? Que la verdad se idolatra en el
discurso pero no se respeta en los hechos, que los adultos se traicionan a sí
mismos y a su verdad, a los que quieren, a los principios que dicen tener, a
sus propios sueños; que nos piden que cuidemos nuestra salud mientras se
intoxican con todo tipo de sustancias extrañas, que critican a sus propios
amigos a sus espaldas, etcétera.
Concluimos entonces que la forma reina, pero no el fondo: lo
que importa es parecer honesto y decente, no serlo. El dinero y el poder lo
permiten todo, y son los nuevos fundamentos de la sociedad en que vivimos; la
codicia ciega y criminal está destruyendo al planeta, la naturaleza es arrasada sin freno, poniendo al planeta en
una situación extremadamente peligrosa.
Comenzamos entonces a desconfiar
-muchas veces, en forma totalmente justificada-, de las autoridades políticas,
gubernamentales, económicas, eclesiásticas y, en general, de todo aquel que
detente poder. La mayoría de las figuras públicas tiene doble discurso: no
practican lo que predican, y a veces hacen todo lo contrario
Quisiera examinar a
continuación el fenómeno de la congruencia e incongruencia a nivel de la
sociedad entera, discutiendo ejemplos e implicancias.
A mi modo de ver, los
grandes ideales políticos, sociales y religiosos a los que solía dedicarse la
vida en los años sesenta han sido sofocados por un ambiente de cinismo y
escepticismo.
En estos días abundan los ejemplos de deshonestidad, oportunismo,
egoísmo, superficialidad y simple desprecio por cualquier cosa que no sean los
propios y mezquinos intereses. Es muchísimo lo que durante la niñez aprendemos
del ejemplo de los otros: muy pronto nos damos cuenta que los discursos de los
adultos no necesariamente tienen que ver con la realidad, así que aprendemos
observando e imitando lo que los adultos hacen.
Y, ¿qué es lo que vemos? Que la
verdad se idolatra en el discurso pero no se respeta en los hechos, que los
adultos se traicionan a sí mismos y a su verdad, a los que quieren, a los
principios que dicen tener, a sus propios sueños; que nos piden que cuidemos
nuestra salud mientras se intoxican con todo tipo de sustancias extrañas, que
critican a sus propios amigos a sus espaldas, etc., etc.
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