Resulta muy curioso el modo en que las personas reaccionamos
ante ciertos estímulos que sólo son significativos para nosotros mismos.
Imaginemos que caminamos por la calle y, de pronto, el peculiar sonido de una motocicleta
que cruza a lo lejos, nos genera una potente reacción fisiológica, alterando
nuestro ritmo cardíaco, nuestra respiración, y nos hace conectar inmediatamente
con un recuerdo muy personal. Lo mismo puede ocurrir al identificar un perfume
entre la multitud, o al leer una palabra en un muro de la ciudad.
Efectivamente, los humanos generamos un tipo de
aprendizajes, denominados asociativos y que, una vez grabados en nuestro
recuerdo, se comportan de una manera muy parecida a los reflejos. Es decir, nos
provocan respuestas automáticas, involuntarias, e inmediatas, y tienen un
carácter eminentemente emocional. Sin embargo, no somos los únicos en crear
este tipo de asociaciones.
Otros animales, como los perros y los gatos, también
lo hacen.
En el estudio de estos mecanismos primitivos, destacó el
médico norteamericano Paul
MacLean, quien fue el primero en identificar las áreas cerebrales relacionadas
con la regulación de los elementos básicos para la supervivencia y los
instintos básicos. Les llamó cerebro reptiliano y cerebro paleomamífero, y
corresponden al tallo encefálico y al sistema límbico respectivamente.
Mientras
la corteza cerebral, se encarga de funciones superiores, razonamientos
abstractos, cálculos matemáticos y deducciones complejas, existe un núcleo en
nuestro cerebro que procesa los instintos básicos.
Por su parte, y refiriéndonos ya específicamente a aquel
aprendizaje asociativo del que hablábamos al inicio, el fisiólogo ruso ganador
del Premio Nobel Iván
Petróvich Pávlov, designó con el término «condicionamiento clásico» al modo en
el que nuestra mente es capaz de enlazar poderosamente un estímulo cualquiera a
una reacción fisiológica. Para demostrarlo, acostumbró a un perro a recibir
comida pocos segundos después de hacer sonar una campanilla. Posteriormente y,
según cuentan por casualidad, observó que el perro comenzaba a salivar nada más
escuchar el familiar sonido de la campanilla, a pesar de que en aquella ocasión
no se le proporcionara alimento alguno. Y este condicionamiento se mantenía por
algún tiempo.
Las implicaciones de este tipo de asociaciones son
fundamentales en nuestra vida. A la hora de analizar las conductas adictivas,
por ejemplo, observamos que muchas personas experimentan deseos de fumar un
cigarro cuando terminan la jornada laboral. Otros asocian el consumo de cocaína
a estilos musicales específicos. En otras áreas, hay quienes sienten náuseas
ante el olor a gasolina porque lo vinculan a viajes interminables por
carreteras de curvas.
Pese a todo, gracias a la enorme plasticidad de nuestra mente, también podemos reaprender, y generar nuevas asociaciones más sanas.
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