martes, 18 de agosto de 2020

Recuerdos Del Pasado


Sensaciones y sentidos evocan, de forma enérgica y emotiva, recuerdos de nuestro pasado. Las emociones liberadas pueden ser positivas (placer y felicidad) o negativas (miedos y aversiones). El sabor o el gusto de un dulce desencadenan una respuesta muy intensa que nos devuelve a la infancia; una balada que creíamos olvidada nos transporta a la adolescencia. Los recuerdos sensoriales afectan a todos los sentidos. Un sonido, un paisaje o un suave rozamiento pueden evocarnos experiencias intensas de nuestra historia vivida.

Hace aproximadamente un siglo, el novelista francés Marcel Proust (1871-1922) describió esas vivencias en su obra A la recherche du temps perdu, donde relata cómo el olor y sabor de una magdalena devuelven a la infancia al protagonista, a sus colores, sabores y sentimientos. Es el hilo que le conduce al pasado. La ciencia se ha interesado también por el «efecto Proust», y estudia las bases neurológicas de la evocación de recuerdos y su aplicación, por ejemplo, en el campo de la recuperación de la memoria. Por efecto Proust se entiende la liberación vívida, emotiva, involuntaria e inducida por los sentidos de acontecimientos del pasado.

No existe, en neurociencia, la memoria como entidad única, sino que poseemos varios sistemas interrelacionados de memoria. Hay memoria a corto plazo y memoria a largo plazo; memoria para los actos automáticos (conducir un coche) y memoria consciente; memoria para las emociones y memoria para nuestra historia personal, y muchas más. Cada tipo de memoria sigue su propia trayectoria en el cerebro. A menudo, esas memorias se entrecruzan. Sucede así, por ejemplo, cuando escuchamos, mientras conducimos, una vieja canción que nos resulta entrañable y nos olvidamos de cambiar la marcha.

¿Pueden los estímulos sensoriales despertar recuerdos distintos de los evocados por las palabras? Medio siglo después del experimento de Nueva York, David Rubin y sus colegas, de la Universidad Duke, se aprestaron a someter a prueba experimental varias hipótesis entonces en boga. Los investigadores presentaron a un grupo de estudiantes quince olores familiares en tres formas: olores que se ofrecían a la olfacción, imágenes que representaban olores y textos escritos que describían olores. A los voluntarios se les preguntó cuán reales les parecían o cuán agradables les resultaban tales estímulos. El análisis estadístico de las descripciones no reveló diferencias notables entre las reacciones ante los olores reales, las representaciones o los textos. La única divergencia estribaba en que los olores reales evocaban con mayor frecuencia un recuerdo que el sujeto pensaba que había perdido para siempre.

A finales de los años noventa, Simon Chu y John Joseph Downes, de la Universidad de Liverpool, descubrieron que el efecto Proust no se hallaba vinculado a una edad determinada. Visitaron a un grupo de ancianos con un promedio de edad de 70 años e investigaron sus recuerdos olfativos. A los probandos se les presentaron dos tipos de estímulos: aromas reales y palabras relacionadas con un aroma; se solicitó de ellos que describieran los recuerdos promovidos por los estímulos en cuestión. Anotaron el año del recuerdo evocado. 

Los análisis mostraron que la olfacción de olores reales evocaba unos recuerdos más antiguos que los evocados por las palabras relacionadas con aromas: los olores despertaban recuerdos que se remontaban a entre los seis y los diez años de edad de los sujetos, mientras que las palabras retrotraían el recuerdo de los once a los veinticinco años. Otros investigadores han sostenido que los recuerdos infantiles emotivos, en particular los traumáticos, son difíciles de evocar a través de los textos (relatos, diarios), pero pueden despertarse utilizando claves situacionales, como las percepciones y sensaciones del entorno.
¿Por qué perdemos los recuerdos de nuestra infancia? Para la mayoría de los adultos, la edad de los primeros recuerdos se reseña en torno a los tres años, aunque hay diferencias muy pronunciadas entre unos individuos y otros. El número de recuerdos de los siete primeros años es menor de lo que cabría suponer de una erosión normal, lo que significa que se produce una tasa acelerada de olvido por lo menos hasta los once años. ¿Difieren de las memorias verbales las memorias sensoriales? Rachel Herz y su equipo, de la Universidad Brown, acometieron, a comienzos de los noventa, una serie de experimentos en los que demostraron que los recuerdos olfativos no eran verbales. Solicitaron a los voluntarios que oliesen diferentes aromas y describieran los recuerdos que estos desencadenaban. En un tercio de los casos, los voluntarios se mostraron incapaces de verbalizar el aroma.
Sensaciones y sentidos evocan, de forma enérgica y emotiva, recuerdos de nuestro pasado. Las emociones liberadas pueden ser positivas (placer y felicidad) o negativas (miedos y aversiones). El sabor o el gusto de un dulce desencadenan una respuesta muy intensa que nos devuelve a la infancia; una balada que creíamos olvidada nos transporta a la adolescencia. Los recuerdos sensoriales afectan a todos los sentidos. Un sonido, un paisaje o un suave rozamiento pueden evocarnos experiencias intensas de nuestra historia vivida.


Extramuros



No hay ni existencia inmortal, ni tiempo infinito, ni eternidad y mucho menos una Paz Perpetua. Acuso el nombre del libro de Kant no para plantear aquí una exégesis de la obra. Lo que me interesa es el sustantivo de perpetua que parece divinizar lo que de otra manera, podría llamarse orden. Si bien la paz es el tiempo de aparente e imaginaria tranquilidad entre una confrontación violenta y otra, cierto es que también nos referimos por paz a un orden perenne, un principio de estabilidad que permanece inquebrantable a costa de disimular las tensiones y disensos propios de las sociedades humanas. 

Se establece el orden como un estado ideal, sin embargo cabe cuestionar si ese “estado ideal” es principio o fin último de la sociedad.

Si es principio, la formación de quienes sostienen la comunidad, ha de ser desde la escuela resuelta desde valores éticos que regulen las manifestaciones agresivas entre individuos, apelando a la aceptación de las diferencias, la creación de una identidad que conlleve a que los infantes reproduzcan los valores externos dados por generaciones que ven en el acuerdo, el diálogo y el entendimiento formas propias para perpetuar la paz.

Si por el contrario, la paz se toma como fin, cabe aplicarse una ética utilitarista en dónde no importan los medios, a quienes haya que sacrificar, despojar o eliminar. Claro que el principio del utilitarismo “la mayor felicidad para el mayor número de personas” también habría que saltárselo si se habla de una democracia donde la mayoría es abstencionista y la minoría que decide ilegítimamente, es la misma que promueve la famosa frase “no importan los medios sino el fin”. 

Como principio o como fin el orden al que apela la paz es solo aparente.

Al intentar un ordenamiento perpetuo se niega el tiempo y el desarrollo. El tiempo que desautoriza la perpetuidad y que presenta la finitud de toda época, el final de todo cambio que implica nuevamente una transformación.

El desarrollo del ser humano como ser humano ha sido agresivo. Nuestra especie es la más violenta, tanto así que si bien no tenemos muchos depredadores naturales, tampoco nos hace falta, la autofagia y el canibalismo a todos los niveles hacen parte de nuestras costumbres.

Un pensador hace un par de siglos escribió “Un pueblo que excluye al tiempo de su metafísica y diviniza la existencia eterna, abstracta, es decir, aislada del tiempo, excluye también lógicamente el tiempo de su política y diviniza el principio de estabilidad contraria al derecho, a la razón y a la historia”. Quizá cuándo se habla de paz no se habla de política pues esta implica una confrontación permanente. 

Aquí, en los entuertos de este territorio cuando se habla de paz se habla de orden. 
Quizá también por eso cuesta tanto atender a los discursillos que oímos desde hace más de tres años.

La paz en Colombia es un orden impuesto, no se dialoga ni se negocia los términos de la paz. De hecho la paz es el resultado de un consenso, de múltiples partes que no discuten solo sobre un principio o un fin, sino sobre las maneras más apropiadas para convivir. La paz no es el resultado de una negociación. se habla de negociaciones en los negocios, lo que afirma que aquí la mal llamada paz es una empresa que será vendida al mejor postor (y mejor si su apuesta es en Euros).

Sin embargo las cuestiones económicas que parecen son el principio de una paz como objetivo político, no son en este escrito mi principal interés. Lo relevante es la paz como orden que condena a los extramuros todo el caos, el desorden, las confrontaciones violentas y pacíficas. No sólo me refiero a los extramuros de las urbes, también me refiero a los extramuros de nuestra conciencia.

La cosificación del individuo condenado a ser un agente de paz para no convivir con el repudio y señalamiento, pretende calar hasta su conciencia. No se trata de un dualismo entre los extramuros de un exterior y un interior. Lo que cabe indicar es que el conflicto y el caos quedan relegados y escondidos tras la fachada de la paz de manera individual y se manifiesta de maneras colectivas. 

Es la persecución de un control social “pro-paz” que no solo repudia sino que disfraza o niega los brotes de caos, confrontación y desacuerdo como ha pasado con los paros, las manifestaciones y la beligerancia que asoma en todas partes.

 El caos en los extramuros del orden social es el grito contra la paz como el velo de un control social más fuerte y más violento. Sin embargo cabe advertir que entre más se controle lo que es natural a la especie, se desatará con más fuerza y reclamará con una mayor violencia que aquella que lo marginó a los extramuros, el control, orden o paz social, es la fachada de la marginación de quienes no aceptan la paz como negocio.

Entendimiento



Filosofía

En filosofía, término que designa el conjunto de facultades intelectuales. Asimismo, puede
 designar la facultad que realiza la actividad discursiva o argumentativa que es propia de la ciencia. 

En la tradición clásica de la filosofía, el entendimiento se ha distinguido de la razón y de la sensación. Así, Platón distinguía entre el entendimiento meramente discursivo y la razón, que permitía conocer las ideas en sí mismas. Gottfried Wilhelm Leibniz diferenció, asimismo, entre el entendimiento y la sensación.

Immanuel Kant distinguió entre sensibilidad, entendimiento y razón. 

El entendimiento, según Kant, organiza los datos de la experiencia empleando las categorías; es, por lo tanto, una actividad intermedia entre la experiencia sensible y la razón, que plantea los argumentos más abstractos y permite elaborar los grandes sistemas de la metafísica clásica.

De manera general, facultad de comprender. En filosofía clásica se opone a la sensación y se distingue de la razón ya que ésta última abarca los objetos más elevados, mientras que para el entendimiento quedan reservados los dominios de la lógica y de las ciencias. 

Para Kant, el entendimiento que no se confunde con la razón tiene como función el elegir los datos de la sensibilidad con la ayuda de las categorías a priori: Todo nuestro conocimiento comienza por los sentidos, allí pasa al entendimiento y concluye en la razón.

"[David Hume] La misma imaginación cuando opera según reglas o principios permanentes: actúa bajo la " fuerza suave " de las propiedades asociativas de las ideas


Nuestro Legado

Los habitantes del mundo de principios del siglo XXI corremos el riesgo de dejar el peor legado en los anales de la civilización, puesto que es posible que nuestros descendientes, en el año 2100, se enfrenten a un calentamiento global acelerado que ya no podrán revertir. En ese caso, seguramente, esas personas se preguntarán por las causas que llevaron a sus bisabuelos a hipotecar las condiciones ambientales de su estancia en el planeta.

La amenaza se detectó con la suficiente antelación, se consiguió identificar a los principales responsables y se logró establecer las medidas que se deberían aplicar para intentar solventar el problema. Sin embargo, la fe en que la tecnología lograse eliminar la emisión de gases de efecto invernadero (GEI) sin mayores sacrificios, para de este modo conservar las condiciones del consumo masivo de bienes y servicios, se convirtió en una quimera de la esperanza tecnológica que se ha terminado constituyendo en nuestra mejor excusa para no asumir los esfuerzos que demanda el intentar solucionar la cuestión de forma efectiva. 

Y es que, finalmente, la gran incógnita sobre la herencia que dejaremos para el futuro reside en vislumbrar si el avance tecnológico acumulado podrá alcanzar a compensar el grave, y es probable que irreversible, desequilibrio infringido al ecosistema.

No obstante, no se puede obviar el beneficio que la explotación masiva de los combustibles fósiles ha supuesto para la mejora de las condiciones de vida de una gran parte de la población mundial y se debe reconocer que, sin ese aporte, hubiera sido imposible sacar de la pobreza a millones de personas en las últimas décadas. Precisamente, el gran dilema en las políticas contra el cambio climático reside en tener que elegir entre resolver el problema, eliminando de forma radical el uso de los hidrocarburos y condenando a una gran crisis energética a la economía y a la sociedad actual, o mantener el disfrute de las energías fósiles y sentenciar a nuestros descendientes a un hipotético gran desastre climático, económico y social.

El acuerdo de París, que se firmó en diciembre de 2015, supuso la mayor oportunidad perdida que se haya dado hasta la fecha para atajar el proceso climático, aunque sirvió para que la mayoría de los habitantes del planeta asumieran, erróneamente, que el combate contra el calentamiento global había alcanzado un punto de inflexión y que ya se comenzaba a implementar una solución eficaz. De tal forma, un acuerdo que fue clasificado previamente por la ONU como deficitario para lograr el objetivo de no superar los 2º C de incremento de temperatura con relación a los niveles preindustriales (ONU, 2015: 4) se convirtió en la mejor coartada, a corto y mediano plazo, para no afrontar una reducción radical en el uso de los combustibles fósiles.

El principal argumento que sustentó la esperanza depositada en el texto de París emanó de la supuesta capacidad para incrementar sus objetivos en el futuro, ya que el acuerdo prevé ajustar la diferencia que se mantiene entre las contribuciones presentadas por los emisores y las necesidades reales de reducción en el periodo que queda hasta su entrada en vigor, en el año 2020. 

Además, se confiaba en que la aparente disminución en el incremento de las emisiones anunciada para 2015 fuese el inicio de una tendencia hacia la estabilización que diera paso a la fase de restricciones posteriores. Sin embargo, dos años después de la firma, el nivel de emisiones globales marcó en 2017 un nuevo récord, con 32,53 Gt de CO2  (IEA, 2017), al tiempo que la acumulación de partículas de CO2 en la atmósfera continuó aumentando, con 410 ppm, y la deserción estadounidense dejó en evidencia la escasa capacidad del acuerdo para obligar a los firmantes a su cumplimiento.

Ante este escenario, una forma correcta de haber presentado el consenso de París hubiera sido reconociendo que, a pesar de tratarse de un convenio que se encuentra muy alejado de lo que se necesita para resolver el problema, se trata de un instrumento para caminar en la dirección de realizar mayores esfuerzos de reducción de emisiones de cara al futuro. Pero en ningún caso se debía anunciar como un gran logro en la lucha efectiva contra el cambio climático, ni como un gran avance en el compromiso real de los diferentes países para aplicar las reducciones de emisiones necesarias. 

Es preciso entender que el clima de la Tierra no responde de forma automática a los estímulos del ser humano, sino que se trata de un sistema que se ha mantenido en un cierto equilibrio desde la última gran glaciación, hace 12.000 años. Por lo tanto, una vez que se vea descompensado, difícilmente retornará a su ajuste original y las consecuencias para el hábitat de nuestros reemplazos en la superficie del planeta pueden resultar irreversibles, por mucho que se puedan reducir las emisiones con posteridad. Además, el peligro que supone el posible colapso de los sumideros y depósitos naturales de GEI incrementa las probabilidades de provocar un efecto de retroalimentación.

Algunos datos científicos ya resultan tan pesimistas que ponen en duda la capacidad para atajar el proceso, debido a la inercia de la concentración de GEI en la atmósfera y a la acumulación térmica desarrollada en los océanos, puesto que estos factores pueden seguir calentando la atmósfera a un ritmo similar al actual, incluso en ausencia de emisiones antropogénicas adicionales (IPCC, 2013: 27).

Así, el acuerdo de París no fue más que una nueva compra de tiempo, por parte de los gobiernos, a fin de aparentar que la situación se estaba solventando de manera efectiva, puesto que el texto se situó muy alejado del objetivo de control radical de emisiones que se requería, ya que dichas políticas implicarían un atentado tan grave contra la economía, asentada en el uso masivo de los combustibles fósiles, que ninguno de los gobiernos de los principales emisores sería capaz de asumir planteamientos de esa naturaleza. Sobre todo en el actual panorama de inestabilidad e incertidumbre internacional, donde las tensiones geopolíticas incentivan el crecimiento de los presupuestos militares y en el que las potencias globales y regionales interpretan las restricciones que puedan mermar sus crecimientos económicos como amenazas a su capacidad para sufragar los gastos en defensa (Wolin, 2008: 136).

Esta situación se puede alargar durante varias décadas, en base a que, según las proyecciones más optimistas de la Agencia Internacional de la Energía, para 2040 el uso de las energías no fósiles tan solo cubriría un 40% del mix energético global (IEAa, 2017). No obstante, incluso llegar a un hipotético porcentaje de empleo de renovables del 99% podría ser inútil para reducir las emisiones de GEI, siempre que ese progreso de las energías limpias se produjera sobre los incrementos de la demanda energética y el 1% en el uso de los combustibles fósiles siguiese representando un volumen neto similar al que se quema en la actualidad. De hecho, la gran ilusión que se fraguó en París fue que se podía luchar contra el cambio climático beneficiándose del gran negocio de la implantación expansiva de las renovables y, a la vez, mantener inalterado el acceso masivo a los combustibles fósiles.

Por supuesto, este horizonte no resultará tan perjudicial para el pequeño porcentaje de la población mundial que logre acceder a los niveles de rentas más elevados, al permitirle habitar en las zonas más seguras y menos expuestas a sufrir eventos climáticos catastróficos. En caso de emergencia, esta élite poseerá los recursos necesarios para poder desplazarse a otros lugares de residencia alternativos en los que, gracias a su alto poder adquisitivo, no suele provocar el rechazo que otro tipo de inmigrantes suelen generar entre la población de acogida. De hecho, las utopías de viajes interplanetarios están destinadas a este tipo de privilegiados, ya que, aun en el caso de que estos periplos espaciales se puedan llevar a cabo, difícilmente servirían para evacuar a la mayoría de los más de 10.000 millones de personas que en el año 2100 se estima poblarán nuestro planeta.

Desde la perspectiva de la equidad, es necesario recordar que, de media, un ciudadano estadounidense emite tanto CO2 como 10 habitantes de la India (BM, 2018) y que ese desequilibrio incentiva el incremento del consumo de energías fósiles, ya que una redistribución más equitativa de la riqueza permitiría reducir las emisiones globales a la vez que proporcionaría unas condiciones de vida dignas a una mayor cantidad de seres humanos.

Gran parte de los aumentos en la generación de GEI que experimentan los países en vías de desarrollo provienen del tejido productivo que los países más desarrollados mantenían en sus propios territorios y que, desde hace varias décadas, fueron deslocalizando hacia los países con menores costes laborales. 

En consecuencia, ahora esas emisiones se contabilizan en los países en desarrollo, independientemente de que una gran parte de los productos se continúen consumiendo en los países desarrollados. De tal forma, los países emergentes se oponen a que sus responsabilidades en el control de emisiones se equiparen a las de los países más desarrollados, a pesar de que, sin su colaboración, el proceso de incremento de las emisiones globales será imparable.

En este contexto, el colectivo de la sociedad civil ha sido señalado de forma repetida como el que debería impulsar el proceso de toma de conciencia y de cambio de actitud con respecto al problema climático. Sin embargo, al contrario de lo que esas esperanzas han planteado, el conjunto de la ciudadanía consumidora global constituye una de las principales barreras a las que se enfrentan los esfuerzos por implementar medidas radicales de reducción de emisiones. Como señala Bauman (2007: 141), la sociedad actual ha adoptado una actitud mayoritariamente depredadora y el interés conservacionista se ve sobrepasado por el deseo de absorber recursos a un ritmo cada vez más acelerado.

El pensamiento competitivo impregna hasta tal punto el tejido social que los tímidos y minoritarios intentos decrecionistas de algunos individuos se perciben como antítesis de lo que la mayoría entiende como un “estilo de vida satisfactorio”. Ese rechazo contra toda persona que se resista a seguir los patrones de adquisición, disfrute y desecho intensivo de recursos no se restringe a las sociedades más acomodadas. 

Por el contrario, la expansión del sistema capitalista a escala global provoca que los deseos energívoros y la crítica negativa contra todos aquellos que se resistan a adoptarlos se consolide en la mayoría de los grupos sociales, con independencia de sus capacidades económicas. Aunque las responsabilidades acumuladas en el agravamiento del proceso climático correlacionen, en gran parte, con los niveles de renta más elevados.

Esta pauta generalizada de derroche se ve instigada continuamente por parte de los intereses empresariales, a través de la omnipresente publicidad. Con lo que la mayoría consumista obtiene una coartada adecuada para sus hábitos. A su vez, el círculo se cierra cuando esa ciudadanía tiende a castigar, en las urnas o en la calle, aquellas políticas que planteen reducir sus capacidades de compra de bienes y servicios (Maravall, 2008: 194). De tal forma, los empresarios a la caza de beneficios, los políticos en busca de aprobación popular y los ciudadanos en pro del último bien de consumo con el que intentar mitigar nuestras insatisfacciones conformamos el enigma de principios del siglo XXI que tendrán que desentrañar nuestros descendientes, cuando en el año 2100 se pregunten por qué no fuimos capaces de evitar convertirnos en esa generación que les privó de disfrutar de las estables condiciones climáticas de las que el ser humano se había beneficiado desde que comenzó el proceso civilizador.


Es importante comprender que el cambio climático acelerado representa, además de una elevación generalizada de las temperaturas medias en el planeta, un incremento de los eventos de lluvias, sequías, calor y frío extremos, con todas las consecuencias perniciosas que esas condiciones catastróficas acarrean y acarrearán para unas sociedades y unas economías que ya sufren todo un abanico de situaciones de inestabilidad. Porque se empieza a tener constancia del quebranto que estamos provocando en la estabilidad climática, pero existe una gran incertidumbre sobre el impacto que esas alteraciones ocasionarán en las vidas de los que han de investigar en el futuro, asombrados y perplejos, lo que probablemente ellos interpretarán como nuestras desaprensivas conductas del presente.

Capital Humano


Podemos definir el capital humano como el conjunto de recursos y capacidades que tiene una persona para desempeñar su actividad dentro de una empresa, es decir, la parte del valor económico de dicha empresa teniendo en cuenta la formación y experiencia del equipo profesional.

Las diferencias entre capital humano y capital físico se engloban principalmente en el derecho de propiedad, puesto que como es lógico la propiedad del capital humano pertenece a la propia persona que posee esa experiencia y conocimiento. Por tanto la valoración de este tipo de capital se realiza de una forma particular, dada su característica intangible, el análisis cuantitativo se limita a tener en cuenta los flujos de renta o remuneraciones hacia el individuo como una forma de valorar el “alquiler por horas” de dichos conocimientos.

Los inicios del concepto Capital humano
El concepto de capital humano aparece en el siglo XVIII cuando varios economistas y teóricos como Adam Smith optan por detenerse no solo en los factores técnicos para establecer las reglas del correcto funcionamiento de una organización, sino también en los factores humanos. Estos teóricos se dieron cuenta que el capital humano es uno de los conceptos más importantes a tener en cuenta en una organización ya que este mismo capital es el que va a ejecutar las tareas de la misa. Por tanto mientas más valioso sea el capital humano de una empresa, más eficiente será su actividad.

La importancia del Capital Humano
Hoy en día las organizaciones se han dado cuenta de que este factor productivo es un componente más que esencial para alcanzar el éxito en una empresa. Los negocios deben de crear ventajas competitivas sostenibles y perdurables en el tiempo, una de estas ventajas y que resulta muy difícil de adquirir o copiar por los competidores es contar con un equipo humano con talento, experiencia y amplios conocimientos.

También es importante tener en cuenta que la calidad del capital humano tiene una estrecha relación con la calidad de la educación. Gracias a una correcta educación es posible generar habilidades o conocimientos capaces de influir de una manera favorable en el funcionamiento de la empresa. Es por ello que muchas empresas están apostando por una formación interna dentro de las propias organizaciones hacia sus nuevos trabajadores para poder dotarles de las aptitudes y habilidades específicas que deben desarrollar acorde con su función dentro de la misma. 


Como Podamos


Cada día, el mercado de consumo se renueva con seductoras ofertas, cada vez son más y variados los servicios y bienes que hay a disposición, especialmente aquellos que se traducen en conseguir un mejor estilo de vida como viajes e inmuebles, entre otros. El aumento de estas ofertas puede convertirse en un problema cuando se entra en un círculo vicioso de sobre endeudamiento para satisfacer deseos de manera impulsiva.

Existe una tendencia creciente hacia el consumo de bienes y servicios relacionados especialmente al disfrute de experiencias y estilos de vida más relajados y saludables, a las cuales el mercado responde ofreciendo productos cada vez más innovadores.

 ¿Por qué o cuándo buscar un mejor estilo de vida podría convertirse en un problema? En realidad, todo esto es sumamente interesante y positivo; sin embargo, si el consumidor no es selectivo y consciente de sus decisiones, podría dejar dejarse llevar por la abundancia de opciones y terminar derrochando su dinero.

En ese sentido, Adriana Bock, directora de Superarte, organización experta en Educación Financiera Integral, explicó que cuando una persona gasta más de lo que ingresa, es decir, genera un faltante o déficit, se endeuda para cubrir lo que ya no puede con sus ingresos.

“El problema es que si la persona no reduce sus gastos, esos que anteriormente ya no podía cubrir, tampoco podrá cubrir los pagos de las deudas, lo cual hará crecer su déficit y por lo tanto deberá contraer más y más deudas que con el tiempo ya no podrá cubrir, llegando a un sobre endeudamiento severo del cual es muy difícil salir (aunque no imposible)” subrayó.

Agregó, además, que el consumo en sí es necesario para el bienestar cuando se trata de satisfacer necesidades reales y de darse gustos dentro de las posibilidades, es decir, un consumo sostenible. “El problema surge cuando se cae en el consumismo, es decir, en un consumo inconsciente, meramente impulsivo.

Esto más temprano que tarde lleva al agotamiento de los ingresos disponibles y ‘obliga’ a la persona a endeudarse para seguir consumiendo.

El riesgo consiste en que esto rápidamente puede convertirse en un hábito pernicioso para la salud financiera”, aseveró.

Sin embargo; según añadió, este tipo de problema es bastante frecuente y siempre revela la existencia de una realidad compleja en la que se mezclan la falta de conocimiento, la falta de metas claras y la falta de equilibrio emocional. Por ello es importante conocer con certeza el ingreso disponible y la capacidad de pago existente luego de haber cubierto los costos  de vida (necesidades y obligaciones) y por lo menos un mínimo de ahorro.


“Todo esto debe proyectarse con base en metas,  de manera que las decisiones sean coherentes con las posibilidades y no interfieran con la calidad de vida presente y futura”, señaló.


La Libre Libertad


El derecho de libertad de conciencia es el derecho fundamental básico de los sistemas democráticos. El resto de derechos fundamentales de la persona se sustentan en él.

Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, las dos primeras acepciones para Conciencia son:

Propiedad del espíritu humano de reconocerse en sus atributos esenciales y en todas las modificaciones que en sí mismo experimenta
.
Conocimiento interior del bien y del mal.

El ser humano es único y diverso a los demás. Su conciencia es su último reducto cuando lo despojan de todo lo demás. Forma parte de la dignidad humana, la cual, según explica el Tribunal Constitucional (STC 53/1985, 11 de abril, fundamento jurídico 8),

“es un valor espiritual y moral inherente a la persona, que se manifiesta singularmente en la autodeterminación consciente y responsable de la propia vida y que lleva consigo la pretensión al respeto por parte de los demás”.

La libertad de conciencia es un fenómeno inicialmente interno que, cuando voluntaria o involuntariamente se exterioriza, alcanza relevancia jurídica y que exige una actitud de respeto por parte de los demás, y de defensa, respeto y promoción por parte del derecho.

Al Derecho secular solo le importa que la norma se cumpla prescindiendo de los motivos internos. En cambio la norma religiosa no se conforma con la manifestación externa, sino que se asuma internamente también.  No debe obrarse bien solo por temor a la coacción o al castigo, sino por amar y aprehender lo que es recto desde el corazón. 

Como indica el profesor Dionisio Llamazares, catedrático de Derecho Eclesiástico del Estado:
“La fe funciona psicológica y sociológicamente como factor coactivo para la manifestación de lo querido en conciencia; los derechos seculares no disponen, en cambio, de ningún instrumento coactivo de eficacia similar”.

Idea, creencia, convicción y opinión
En su obra  “Ideas y creencias” (Espasa Calpe, 5ª ed., Madrid, 1955, p.17), dice José Ortega y Gasset que las ideas “se tienen,” en tanto que en las creencias “se está“. Es decir, a las ideas las tenemos nosotros porque las elaboramos a partir de nuestras percepciones sensibles; son el resultado de nuestro razonamiento. Las creencias, por contra, nos tienen a nosotros; son el suelo en el que nos sustentamos, “las columnas de nuestra existencia”. Condicionan profundamente nuestras actitudes y conductas, de ahí la necesidad de su regulación jurídica (protección y limitación).

La idea es siempre la explicación de algo de manera provisional, que debe ser contrastada, abierta a posible revisión. La creencia, por contra, siempre tiene la pretensión de estar al margen de todo posible error y ser definitiva. Sin embargo, ambas se complementan y llegan a formar una cosmovisión. También se las puede denominar convicciones.

Es preciso distinguir la idea de la mera opinión. La opinión no es solo provisional, sino que tiene también una fundamentación incompleta. Arrastra una carga de mayor inseguridad.

Todo sistema de ideas y creencias, explicativo del universo, puede ser religioso o no; que se trate de la creencia en una fuerza superior trascendente o simplemente la percepción de la realidad desde la experiencia del hombre.

Cultura Y Desarrollo


Amartya Sen sobre cultura, desarrollo económico y universalismo: "Estoy orgulloso de mi humanidad cuando puedo reconocer a los poetas y los artistas de otros países como míos"

Los sociólogos, antropólogos e historiadores han hecho reiterados comentarios sobre la tendencia de los economistas a no prestar suficiente atención a la cultura cuando investigan el funcionamiento de las sociedades en general y el proceso de desarrollo en particular. Aunque podemos pensar en muchos ejemplos que rebaten el supuesto abandono de la cultura por parte de los economistas, comenzando al menos por Adam Smith (1776), John Stuart Mill (1859, 1861) o Alfred Marshall (1891), en tanto una crítica general, empero, la acusación está en gran medida justificada.

Vale la pena remediar este abandono (o tal vez, más precisamente, esta indiferencia comparativa), y los economistas pueden, con resultados ventajosos, poner más atención en la influencia que la cultura tiene en los asuntos económicos y sociales. Es más, los organismos de desarrollo, como el Banco Mundial, también pueden reflejar, al menos hasta cierto punto, este abandono, aunque sea solamente por estar influidos en forma tan predominante por el pensamiento de economistas y expertos financieros. 

El escepticismo de los economistas sobre el papel de la cultura, por tanto, puede reflejarse indirectamente en las perspectivas y los planteamientos de las instituciones como el Banco Mundial. Sin importar qué tan grave sea este abandono (y aquí las apreciaciones pueden diferir), para analizar la dimensión cultural del desarrollo se requiere un escrutinio más detallado. Es importante investigar las distintas formas —y pueden ser muy diversas— en que se debería tomar en cuenta la cultura al examinar los desafíos del desarrollo y al valorar la exigencia de estrategias económicas acertadas.

La cuestión no es si acaso la cultura importa, para aludir al título de un libro relevante y muy exitoso editado en conjunto por Lawrence Harrison y Samuel Huntington. Eso debe ser así, dada la influencia penetrante de la cultura en la vida humana. 

La verdadera cuestión es, más bien, de qué manera —y no si acaso— importa la cultura. ¿Cuáles son las diferentes formas en que la cultura puede influir sobre el desarrollo? ¿Cómo pueden comprenderse mejor sus influencias, y cómo podrían éstas modificar o alterar las políticas de desarrollo que parecen adecuadas? Lo interesante radica en la naturaleza y las formas de relación, y en lo que implican para instrumentar las políticas, y no meramente en la creencia general —difícilmente refutable— de que la cultura, en efecto, importa.

En el presente ensayo, abordo estas preguntas en torno al "de qué manera", pero en el camino también debo referirme a algunas cuestiones sobre el "de qué manera no". Hay indicios, habré de argumentar, de que, en el afán por darle su lugar a la cultura, surge a veces la tentación de optar por perspectivas un tanto formulistas y simplistas sobre el impacto que tiene en el desarrollo. Por ejemplo, parece haber muchos seguidores de la creencia —sostenida de manera explícita o implícita— de que el destino de los países está efectivamente sellado por la naturaleza de su respectiva cultura. 

Ésta no sólo sería una sobre simplificación "heroica", sino que también implicaría imbuir desesperanza a los países de los que se considera que tienen la cultura "errónea". Esto no sólo resulta ética y políticamente repugnante, sino que, de manera más inmediata, diría que es también un sinsentido epistémico. 

Así es como un segundo tema de este ensayo consiste en abordar estas cuestiones sobre el "de qué manera no".

El tercer tema del texto consiste en examinar el papel del aprendizaje mutuo en el campo de la cultura. Si bien tal transmisión y educación puede ser parte integral del proceso de desarrollo, se menosprecia con frecuencia su papel. De hecho, puesto que se considera cada cultura, no de manera improbable, como única, puede haber una tendencia a adoptar un punto de vista algo insular sobre el tema. 

Cuando se trata de comprender el proceso de desarrollo, esto puede resultar particularmente engañoso y sustancialmente contraproducente. 

Una de las funciones en verdad más importantes de la cultura radica en la posibilidad de aprender unos de otros, antes que celebrar o lamentar los compartimentos culturales rígidamente delineados, en los cuales finalmente clasifican.

Por último, al abordar la importancia de la comunicación intercultural e internacional, debo tomar en cuenta asimismo la amenaza —real, o percibida como tal— de la globalización y de la asimetría de poder en el mundo contemporáneo. La opinión según la cual las culturas locales están en peligro de desaparición se ha expresado con insistencia, y la creencia en que se debe actuar para resistir la destrucción puede resultar muy atendible. 

De qué manera debe entenderse esta posible amenaza y qué puede hacerse para enfrentarla —y, de ser necesario, combatirla— son también temas importantes para el análisis del desarrollo.



Un Narrador

Educador, narrador, ensayista y crítico literario son parte de los oficios que acompañan a José Alcántara Almánzar, sociólogo y director del Departamento Cultural del Banco Central de la República Dominicana desde 1996.


Para Alcántara, la lectura no solo es importante en el aprendizaje y la adquisición de conocimientos de los jóvenes, sino que también es imprescindible para su formación. “Leer es un modo de ampliar nuestra visión de los seres y las cosas, y sobre todo, el método más efectivo para conocernos. Estoy convencido de que la buena lectura nos hace mejores personas”, agrega.

Al conversar sobre el valor que se le debe otorgar a los concursos y proyectos que tengan como objetivo incentivar a los jóvenes a la lectura, afirma: “Acercan a los jóvenes a un universo nuevo donde la lectura se convierte en cómplice de un viaje interminable, y al mismo tiempo permite desarrollar destrezas a veces desconocidas por el propio sujeto, como su imaginación y su capacidad creativa”.

Cuatro autores dominicanos que recomienda Alcántara a los jóvenes son: Juan Bosch, autor de unos cuentos estremecedores que siguen encantando a quienes los leen; Franklin Mieses Burgos, un paradigma de la poesía contemporánea que deslumbra por la perfección de sus versos; Pedro Henríquez Ureña, un artífice del ensayo y la crítica, y Manuel Rueda, un renovador de la poesía, maestro de la narrativa, el teatro y el ensayo.

Alcántara considera que los maestros de centros educativos deben motivar a los estudiantes a la lectura.

“En lugar de asignar lecturas y poner tareas, recomiendo trabajar la práctica en el aula. Leer en voz alta a cargo de los educadores y también de los alumnos, hacer comentarios sobre lo que leen e intercambios entre condiscípulos acerca de las lecturas. Nada hay mejor que la lectura de viva voz para asimilar y recordar siempre lo enseñado”.

Conocer si cada libro tiene una edad e identificarlo es un misterio. La explicación que da Alcántara es que hay libros antiguos que se mantienen lozanos y son leídos generación tras generación, con mirada distinta pero con parecido entusiasmo. Sin embargo, señala que hay libros que se olvidan muy pronto y nadie lee, aunque hayan sido publicados ayer. “El Quijote es buen ejemplo de lo primero. Tiene cuatrocientos años de edad y sigue apasionando a los lectores de todas las edades y latitudes. Esto se debe a las verdades eternas que proclama su héroe, su sabiduría y su humanidad, así como la belleza de la escritura tallada por un artífice del idioma como Miguel de Cervantes y Saavedra”, argumenta.

Trayectoria
José Alcántara Almánzar fue profesor de idiomas, literatura e historia en su natal Santo Domingo. Enseñó sociología en varias universidades del país.
Entre 1987 y 1988 fue profesor Fulbright en el Stillman College, Tuscaloosa (Alabama), Estados Unidos.


Algunas de sus publicaciones más trascendentales son: “Viaje al otro mundo”, “Callejón sin salida”, “Testimonios y profanaciones”, “Las máscaras de la seducción”, “El lector apasionado”, y su más reciente “Cuentos para jóvenes”.


Trabajo Y Esfuerzo

Es lo principal que se requiere para todo tipo de labor, no hay mejor momento que ver el fruto de tu esfuerzo, que tanto trabajo finalmente te sirva para algo. 

Normalmente las personas si no tienen un buen motivo no trabajan al 100%, si es algo que te impusieron “haz esto” seguro lo hará de mala gana y porque se lo dijeron, no porque realmente haya querido, mientras si se tratase de algo propio, algo que realmente quieras hacer, lo tomas con más entusiasmo y le dedicas mucho más.

Lo cierto es que debemos dedicarle al máximo a toda tarea que hagamos, demostrar que podemos con todo y aunque nuestro esfuerzo o trabajo no sea valorado por los demás, hay que tomar en cuenta que lo debemos hacer es por y para nosotros mismos, no para que los demás nos tomen en cuenta.

Si alguna tarea se hace muy pesada o complicada, algo que tu solo no puedes hacer, ya sea que no te dará tiempo de hacer tantas cosas a la vez, siempre es bueno contar con personas capaces, que te brinden una mano, así sea de aliento, siempre es bueno contar con alguien.

El trabajo en equipo es algo que difícilmente se da, a veces es casi imposible que varias personas se pongan de acuerdo para hacer algo, así sea para bien común, para evitar conflictos las personas prefieren hacer las cosas solos, así se trabaja más y se pelea menos.

También el trabajo de equipo conlleva a una serie de problemas, pero lo más importante es que nunca dejes que alguien más haga tu trabajo, no puedes contar con que alguien más haga exactamente las cosas como tú, además si se trata de un trabajo escolar, en la escuela, liceo o universidad, la persona que haga el trabajo es quién más aprenderá, al dejarle el trabajo a alguien más te perjudica a ti mismo.

Muy importante:
“Si quieres un trabajo bien hecho mejor hazlo tú mismo.”

No hacer nada y esperar buenos resultados, eso es lo que hacen la mayoría de las personas, pero no puedes quejarte, sino hiciste nada para ayudar, no esperes que el trabajo este perfectamente como tu querías y no esperes que la próxima vez alguien te ayude.

Esfuerzo: Haz las cosas con ganas y todo te quedara perfecto, no importa que no lo tomen en cuenta, estarás orgulloso por tu gran desempeño.

Constancia y dedicación: Piensa, nada se hará solo si tu no lo haces, y debes dedicarle su tiempo a cada uno, nunca debes desistir, si quieres buenos resultados haz un esfuerzo para conseguirlos, si todo sale mal vuelve a intentar! Al final de tanto tiempo tendrás tu recompensa.

Todo en esta vida requiere de esfuerzo, todo trabajo requiere de gran capacidad tuya sino no sería trabajo, si todo en la vida fuese fácil y sencillo no sería vida. Si quieres algo consíguelo! pero consíguelo con tu propio trabajo.



lunes, 17 de agosto de 2020

El Hábito De Posponer


Posponer es dejar para otro momento, algo que puedes o necesitas hacer ahora.

Cuando posponer se vuelve un hábito, provoca estrés, puede causarnos problemas con los demás y nos impide desarrollarnos plenamente.

Posponemos, esperando que "mágicamente" se realice sola la tarea o actividad que tenemos que pendiente o que algo suceda y ya no sea necesario llevarla a cabo.

¿Por qué posponemos?

Entre las principales causas encontramos que:
Ya se volvió un hábito.
Independientemente del motivo inicial, cuando posponemos constantemente, se vuelve una conducta automática.
Posponemos cualquier situación molesta, desagradable, estresante, etc., aunque podamos solucionarla con relativa facilidad.
Por aprendizaje.
Si de pequeños, vimos a nuestros padres posponer constantemente, muy probablemente, nosotros también tendemos a hacerlo.
Nos falta motivación.
Podemos estar desmotivados por varias razones:

Se trata de algo que no es importante para nosotros, por lo que siempre le damos prioridad a otras cosas, no nos gusta lo que tenemos que hacer, aunque sabemos que es importante, no estamos convencidos de sus beneficios, es una actividad que nos es impuesta y la posponemos como una forma de rebelarnos, nos sentimos abrumados por:

La falta de tiempo, la magnitud del proyecto.
Queremos evitar algunas emociones negativas.
Por ejemplo:

La ansiedad producida por:

No obtener los resultados obtenidos (a partir del perfeccionismo o de expectativas inalcanzables), no tener los conocimientos necesarios, el temor a ser criticados por otras personas.

El miedo a:

Sentirnos autodevaluados, rechazados por los demás, los resultados que podemos obtener.
Esto se da, sobre todo, en las situaciones en las que están involucradas otras personas. 

Cuando posponemos, tenemos la disculpa, ante nosotros mismos y ante los demás, de que nuestros "fracasos" o errores no se deben a nuestra incapacidad personal, sino al hecho de no haber podido llevar a cabo la actividad que teníamos pendiente.


Nuestra Mente




mente consiste en los pensamientos conscientes de los que la persona se percata. Por lo general, antes de practicar meditación, la mente salta con rapidez de un pensamiento a otro.

Los pensamientos conscientes pueden ser tanto positivos como negativos. Sea como fuere, esos pensamientos harán surgir las correspondientes emociones. Por ejemplo, si empiezo a «pensar» pensamientos furiosos, entonces me «siento» furioso.

Pensar de forma negativa de manera prolongada durante un largo período de tiempo es un despilfarro, resulta repetitivo y agota la energía física, mental y emocional de las personas.

Una mente sana alberga pensamientos positivos.
Intelecto
El intelecto es la parte de la conciencia que evalúa los pensamientos conscientes de la mente. Por ejemplo, si albergo pensamientos furiosos respecto a algo, mi intelecto podría decir «No te pongas furioso con esa persona, no es culpa suya». Sin embargo, si mi intelecto es débil, no podrá controlar la mente y los pensamientos y las emociones furiosas no cesarán.

Un intelecto fuerte será capaz de controlar la mente y las emociones, por lo que podré cambiar mi pensamiento a voluntad. El intelecto también puede ser claro o turbio en su percepción. Por ejemplo, mi intelecto puede decirme que tengo razón al echar la culpa a alguien de mis problemas y que por lo tanto está bien sentirse furioso. No obstante, es posible que mi percepción esté equivocada y que no tenga justificación para echar la culpa a otros.

El intelecto también es el responsable a la hora de decidir si pondré mis pensamientos en práctica. Un intelecto débil puede decir «no», por ejemplo, en el momento de llevar a cabo mis pensamientos furiosos, pero puede que no sea capaz de evitarlo. Con un intelecto fuerte nunca perderé el control ni haré cosas de las que luego me arrepienta.

Un intelecto saludable cuenta con fuerza, claridad y buen discernimiento.

Subconsciente
El pensamiento y el comportamiento tienden a convertirse en pautas, hábitos y tendencias de la personalidad. Estos hábitos, tendencias o rasgos de la personalidad se asientan en el subconsciente, listos para ser convertidos en pensamientos por circunstancias o sucesos externos. Por ejemplo, si ante las malas noticias siempre he reaccionado con ansiedad, exasperación y estrés, y ahora me entero de que tengo problemas de salud o de que un miembro de mi familia tiene problemas de salud, entonces reaccionaré de la misma manera. Esta pauta de reacción se ha convertido en habitual.

El subconsciente cuenta con un almacén lleno de mis cualidades positivas y negativas. Por ejemplo, todas las personas cuentan con la cualidad de la paz, porque pueden recordar que la experimentaron en alguna ocasión, en algún momento de sus vidas. Pero tal vez no he usado esa cualidad de manera regular desde hace mucho tiempo y me he ido acostumbrando a extraer de mi subconsciente las cualidades negativas de miedo, rabia y preocupación.

En un subconsciente saludable las cualidades positivas dominan y son fácilmente transferidas a la mente en forma de pensamientos positivos, incluso cuando las circunstancias externas son «adversas».


La meditación me ayudará a experimentar y reforzar las cualidades positivas de mi subconsciente, a controlar y guiar los pensamientos de la mente hacia lo positivo y a reforzar el intelecto de manera que disponga de más claridad y control. 

Al principio puede que me resulte más fácil controlar y cambiar la negatividad de mis acciones en lugar de la negatividad de mi pensamiento y experiencia. No obstante, al dejar de poner en práctica los pensamientos negativos y los hábitos subconscientes, éstos empezarán a debilitarse.