La mayoría de las personas desarrollan a lo largo de su vida
diferentes miedos, a veces relacionados con experiencias traumáticas y en otros
casos sin haberse encontrado nunca, y sin que posiblemente se vayan a encontrar
en la situación que tanto temen.
Uno de los miedos que se da de forma más extendida es el miedo a
la muerte. Resulta sorprendente que personas de distintas creencias tengan este
miedo cuando la mayoría de las religiones hablan de un tránsito a un mundo
mejor, no es difícil imaginarlo, a un paraíso, de hecho, en el idioma español
está la frase “pasar a mejor vida”. Sin embargo, este miedo se ha encontrado
incluso en personas que consideran la reencarnación, es decir que la muerte no
es un final, sino un cambio hacia la siguiente etapa del camino.
Desde la lógica este miedo carece de sentido ya que, si estamos
convencidos de la idea de lo que supone la muerte, ese paso no debería
asustarnos, todo lo contrario, debería suponer una liberación. Sin embargo,
hasta los más creyentes, incluso aquellos que llevan vidas realmente difíciles
y complicadas parecen aferrarse hasta el último momento a esta vida.
¿Por qué sucede esto? El miedo a la muerte está enormemente ligado
al miedo al cambio, si me he empeñado toda mi vida en no cambiar ni un adorno
de su sitio y seguir constantemente en rutina, incluso aceptar y mantener
situaciones que me perjudican con tal de que nada cambie, ¿qué puedo pensar de
la muerte que es el máximo cambio que me puede pasar? La inseguridad ante el
cambio se multiplica al pensar en la muerte, si un cambio de domicilio se
considera que es una de las mayores causas de stress junto con la ruptura de
pareja ¿que puede generar romper con todas las relaciones y no saber
exactamente donde voy a residir? Porque si ya hemos pasado por esa situación lo
cierto es que no la recordamos y no estamos muy seguros de llevar la llave
adecuada encima.
El miedo a la muerte, como todos los miedos, puede llegar a
condicionarnos e impedirnos vivir y disfrutar de lo que queremos, a veces
incluso nos puede llevar adonde no queremos ir. Resistirnos a realizar un
tratamiento o una operación necesaria por miedo a morir en un quirófano puede
acelerar una enfermedad que debería tratarse de ese modo y agravarla hasta que
ya no exista tratamiento posible.
Lo más difícil de la vida no es morirse, eso es algo de lo que no
se puede huir y tarde o temprano atravesaremos todos, lo difícil es vivirla día
a día y superar cada uno de los retos que nos van surgiendo. Lo importante es
valorar lo que tenemos y disfrutarlo no preocupándonos por cuándo o cómo nos
vamos a marchar, no importa como morimos sino como hemos vivido y los recuerdos
positivos que nos queden de todo lo que hemos pasado.
La muerte es un fenómeno que afecta, sobre todo, a los demás. En
realidad, que una persona se sienta triste ante la muerte de un ser querido,
que se sienta transitoriamente deprimido, que altere el curso de su vida en
cuanto a su capacidad de concentración entra dentro de los límites normales.
Otra cosa es cuando esa tristeza dura mucho más de lo habitual y tiene una
intensidad enorme, entonces nos encontramos ante un trastorno que va a depender
de muchas cosas.
Cuando se dan unas circunstancias especiales, como la muerte
de un hijo o el fallecimiento violento, el hecho en sí tiene unas connotaciones
distintas de lo que es una muerte natural y es mucho más difícil de integrar en
la biografía de una persona.