En un reciente
trabajo se planteó una serie de preguntas a sujetos con lesiones en la corteza
prefrontal ventromedial. Estas preguntas estaban referidas a dilemas morales
como “dejar morir” a un individuo con la finalidad de salvar a un grupo mayor
de personas (Koenigs y cols., 2007). Los resultados evidenciaron respuestas muy
racionales en las que se prefería salvar a la mayoría mediante el sacrificio de
uno.
¿Qué pensaríamos de
alguien que es capaz de tomar una decisión de este tipo sin apenas dudar?
Seguramente que es poco de fiar, y esto resulta paradójico, ya que la
racionalidad en una persona es, en principio, un rasgo que todos esperamos de
alguien confiable. Pero lo cierto es que nuestra capacidad de percibir la
emoción en los demás como un motivador de la conducta humana nos hace ser más
confiados ante las personas que son empáticas, ante aquéllos que son capaces de
sonreírnos o emocionarse frente a nuestro dolor.
Volviendo al
principio, ¿quiere decir todo esto que enamorarse es como si te atravesara una
barra de hierro por el cráneo? Muchas veces resulta igual de doloroso, pero no
es exactamente eso. Cuando nos enamoramos las emociones adquieren un peso
mayor, lo que sin duda, condiciona nuestras decisiones.
Diversos autores
(p.ej., Adolphs, 2004) proponen que las emociones se pueden controlar, pero
esta autorregulación depende de la maduración de la corteza prefrontal, lugar
donde se ubica la mencionada corteza orbitofrontal.
Esta región madura de
manera tardía (Gogtay y cols., 2004), y en la adolescencia todavía no se habría
conformado totalmente, lo que estaría explicando el comportamiento propio de
esta etapa de la vida (Oliva, 2007), donde la toma de decisiones es un proceso
muy complicado y de especial preocupación para los padres. El proceso de
maduración de esta región se basa principalmente en la interacción que el
sujeto tiene con su entorno, que se almacena como experiencias que nos permiten
afrontar las dificultades futuras.
Pero ¿qué papel
juega la emoción en este proceso de aprendizaje, y en concreto a la hora de
tomar una decisión? No siempre las opciones están claras, y en este caso, el
concepto de Marcador Somático (Damasio, 1994) nos permite, por fin, dar entidad
a la emoción como guía de nuestra decisiones.
Los marcadores somáticos son
sentimientos que pueden presentarse a modo de intuiciones cuando nos sentimos
indecisos (p.ej., no sabes por qué, pero tienes una “sensación” extraña justo
antes de pasar por una calle y decides tomar la siguiente), y que nos ayudan a
decidir qué opción será la más beneficiosa para nuestros intereses.
Esta
intuición se ha generado a partir de situaciones similares acontecidas en el
pasado y de su conexión, no siempre de manera consciente, con las consecuencias
que nos depararon, y que ahora afloran para “advertirnos“ del camino a seguir
(quizá hace unos años sufriste un atraco en una calle parecida a esa, pero
apenas lo recordabas ya, salvo por la sensación o intuición que te sobrevino
justo al verla).
Es tranquilizador
pensar que disponemos de un mecanismo que en último término nos “advertirá” de
lo que es más adecuado para nosotros. Pero no siempre es fiable esta
advertencia, e incluso hay trastornos psiquiátricos en los que se ha
desvirtuado tal función hasta el punto de advertirnos de peligros inexistentes,
como en fobias y ansiedad.
Por suerte, junto a esta intuición siempre hay un
proceso racional que nos permite sopesar los pros y los contras, y en esta
dualidad es en la que nos movemos a diario, entre lo que dice el corazón y lo
que dice la mente.
Quizá sea esto lo que hace la vida interesante y lo que
convierte al ser humano en dueño de su propio destino, capaz de equivocarse y,
aun con todo, seguir adelante y mantener la esperanza.