El valor moral de la laboriosidad conlleva que trabajemos con esmero todas aquellas cosas que requieren nuestras circunstancias personales y profesionales.
Hablamos de un valor que debe enseñarse desde la niñez, asignando tareas en el hogar a los niños que requieran algún mínimo de esfuerzo, que ellos puedan afrontar e inculcando que lo trabajen hasta terminarlo, ya sea por rutina o por una asignación dentro de un término especifico de tiempo. Esto puede aplicarse en el cumplimiento de sus tareas escolares, así como en otras nuevas que se les asignen. Evidentemente, se cultivará mejor este valor si lo hacemos con experiencias que disfrutemos, porque se nos hace fácil gracias a un talento emergente, porque queremos aprender o porque simplemente tenemos la capacidad para hacerlo.
Vivimos
tiempos en que cada vez hay menos espacio para el derroche o para esperar que
sean otros los que hagan lo que nos corresponde. Por eso, ahora nos toca
ejecutar tareas en el hogar por las que antes pagábamos a otro.
Además, la
reducción en la fuerza laboral nos tiene a todos trabajando mucho más que
antes, pues se eliminan plazas y se nos asignan más responsabilidades que antes
le tocaban al que ya no está. Por eso, para desarrollar laboriosidad
entre nosotros mismos, tenemos que hacer planes rutinarios que se cumplan, que
se terminen. Eso implica planificación y orden y no dejarnos dominar por la
flojera, el desánimo o el cansancio. En muchos casos, basta con empezar un
proyecto para que suba la adrenalina y con ésta la fuerza para terminar.
La
laboriosidad necesita que estemos motivados para poner interés y esmero
en hacer bien nuestra labor y en perfeccionarla, algo que al final nos beneficia
pues aumenta nuestro valor y auto-estima.
Una
peculiaridad de estos tiempos es que son muchos los individuos que están
trabajando en profesiones o trabajos diferentes a lo que estudiaron o para lo
que se prepararon. Que nadie diga que eso no produce frustración. Tan real es
esto que hubo tiempos en que el abanico estaba lleno de oportunidades y todos
intentaban hacer de todo con entusiasmo, pero hoy piensan en mudarse. Son
muchos los que hoy emigran y terminan haciendo doble trabajo y hasta algunos
que nunca hubieran realizado en su país.
La
pereza, la falta de motivación y el negativismo son enemigos de la
laboriosidad. El hombre necesita y debe trabajar para sentirse productivo y
positivo. El esfuerzo convierte a las personas en capaces de lograr objetivos y
de esta forma se fortalece la percepción de que todo es posible de realizar o
alcanzar.
En su
aspecto más interesante, cuando se contempla la laboriosidad desde una
perspectiva de conjunto, el empleador logra que su personal esté lo suficientemente
motivado como para trabajar en equipo y que todos avancen con las fortalezas de
cada uno, logrando mayor rendimiento.
Sin
embargo, desde la perspectiva humana, el hecho de que una persone labore con
detalle y esmerándose en hacer las cosas bien, representa que habrá de obtener
mejores resultados personales, mayor satisfacción y un mejor
auto-reconocimiento que redunda en un sentimiento de plenitud y felicidad
.
Al
final, la laboriosidad es un valor que propicia éxito… uno que genera más
satisfacción que el que se logra con astucia, por herencia o con malos manejos.
Los frutos que se logran a través de la laboriosidad no caducan y no dependen
de nadie, por eso, no son efímeros, ni transitorios, sino los mejores. Frutos
capaces de representar alimento para que otros muchos aprendan a ser mejores.
De ahí que la laboriosidad de convierta en un valor moral.