jueves, 13 de septiembre de 2018

La Vida De Todos Nosotros


Si no “vivo” la vida que deseo, sólo me queda pedirla porque me siento incapaz de crearla. La vida que deseamos sólo la podemos desarrollar dentro de nosotros, para luego regalarla y compartirla, ya que nos es imposible comprarla porque nace de la “comunión gratuita del disfrute de cada una de las vidas individuales”.

Por tanto, la vida es un reflejo de nosotros mismos y no podemos percibir más allá de lo que nos sentimos. Una autopercepción reducida nos hace ver una vida minimizada, mientras que una autopercepción amplia, fruto de la comprensión personal a todos los niveles, nos hace contemplar la vida llena de oportunidades.

En definitiva, la sociedad no es más que una enorme comunión de autopercepciones. Sin embargo, por desgracia, sólo intentamos igualar los objetivos vitales, actualmente enfocados al “TENER” como identidad social y prototipo del éxito (nacimientos idénticos, enseñanza idéntica, conocimientos idénticos, títulos idénticos, trabajos idénticos, casas idénticas, coches idénticos, diversiones-huidas idénticas, intereses-consumo idénticos, muertes idénticas…), de manera que cualquiera que se salga de estos “intereses sociales” será excluido y rechazado por raro.

Los maestros y profesores somos simples espejos de una sociedad del “TENER” y lo reflejamos a los alumnos, tal y como lo hacen todos los estamentos públicos de nuestra sociedad (medios de comunicación, políticos, iglesias…).

Si queremos cambiar la enseñanza, hay que cambiar la luz que emana de la sociedad y, por tanto, el espejo de nuestra “AUTOPERCEPCIÓN”. Sólo empezando por un cambio personal íntimo, sereno, comprensivo, respetuoso… podremos cambiar el espejo donde me reflejo, es decir, todo aquello que me rodea en cada uno de los contextos donde yo aparezco.

Refléjate alegre y cambiarás el espejo que te rodea, no sin experimentar rechazo por parte de los que muestran una “autopercepción solemne”.

Refléjate comprensivo, sin ideas ni creencias que te hagan rígido, y aclararás el espejo enseñando a mirarse con una mayor ternura, no sin ser rechazado por utópico y soñador y, sobre todo, por “ingenuo”.

Refléjate humilde y paciente, es decir, abierto a aprender de todo y especialmente del fracaso, para darte siempre una nueva oportunidad para empezar a caminar.

Refléjate confiado e ingenuo. Esto es en nuestra sociedad lo más difícil porque requiere no tener miedos ni apegos y sólo en este caso te puedes abrir con “Fe” a cualquier “SUEÑO”, sin ninguna duda de conseguirlo.

Todo lo dicho hasta el momento no sólo tiene un interés psicosocial para nosotros, sino también psicobiológico, ya que desde hace unos años se ha empezado a hablar de un soporte neuronal, las “neuronas espejo”, a las que se les supone responsables en gran medida de nuestro aprendizaje por imitación, así como de nuestro sentir solidario.

El descubrimiento de las “neuronas espejo” ha revitalizado la importancia del ejemplo en aquello que deseamos transmitir a los demás, sobre todo y especialmente a los niños y adolescentes que aprenden por imitación de sus figuras más referenciales, como ya nos indicaba Bandura en su Aprendizaje vicario.

Las “neuronas espejo” se descubrieron en monos y se ha comprobado que están también presentes en la especie humana, como grupos de neuronas motoras o de asociación que aparecen en áreas de los lóbulos prefrontales o en zonas de descodificación sonora y gramatical como el área de Wernicke o de Broca. Se ha comprobado que estas neuronas no sólo se activan, por ejemplo, cuando el mono mueve el brazo, sino cuando ve que otro mono mueve el brazo. Por esta razón, se les llama “neuronas espejo”, ya que se activan tanto por la acción propia, como por la percepción de esos mismos actos por los demás.

Desde este conocimiento inicial se ha empezado a pensar en la existencia de diferentes tipos de “neuronas espejo”, que podrían ser responsables, no sólo del aprendizaje por imitación, sino de nuestra capacidad empática, de nuestra impronta solidaria, de nuestra capacidad para percibir el sentir ajeno y ponernos en el lugar del otro, es decir, que estas neuronas podrían ser el asiento físico de nuestro sufrimiento ante el de los demás -aunque sea ficticio en una pantalla de cine-, así como de las alegrías compartidas con los éxitos de nuestros seres queridos o admirados.

Incluso se ha llegado a pensar en la posibilidad de que ciertos tipos de autismo puedan deberse al mal funcionamiento de las neuronas espejo, algo que sólo es una hipótesis por el momento y que carece de pruebas concluyentes. Aunque estos estudios nos indican que las “neuronas espejo”, que nos unen a los demás, están mucho más ampliamente distribuidas de lo que se pensaba en un principio y están implicadas en nuestras comunicaciones no verbales y verbales interpersonales, en definitiva, en la comprensión del hacer y sentir de los demás, es decir, de la empatía.

Por todo esto, queremos poner un especial énfasis en que la enseñanza y la educación, como espejos de la sociedad, no se construyen queriendo cambiar a los demás, sino trabajando sobre el cambio personal para ofrecernos como regalo de lo que deseamos que sea nuestra sociedad, primero creándolo dentro de nosotros, para luego compartirlo con ilusión (“no me hables porque lo que tú haces se oye tan fuerte que no me deja escuchar lo que tú dices”).






Los Paradigmas



La palabra Paradigma proviene del griego Paradigma y el latín paradigma La palabra Paradigma proviene del griego paradeigma y el latín paradigma, cuyo significado es ejemplo o modelo. 

Es empleado para indicar un patrón, modelo, ejemplo o arquetipo. Alude aquellos aspectos relevantes de una situación que pueden ser tomados como un ejemplo, inclusive, la etimología de la palabra nos indica que esta puede ser sinónimo de Ejemplo, sin embargo, Paradigma es usado en otro tipo de contextos no tan simples como los usados con la palabra Ejemplo. Lo curioso de este término es su procedencia, pues de ahí es que se toma la idea que un paradigma no es más que un conjunto de acciones que seguir o ejecutar para concluir con un bien común o de fortaleza social. 

Derivada de la filosofía griega, fue Platón quien le dio la forma de “Ejemplo a seguir” y no como simple ejemplo como se cree al usarla en un contexto sin ningún tipo de aspiración.

Esto nos da a entender que la palabra Paradigma es usada para denotar aquellos actos los cuales son la mejor referencia para un camino a seguir, una buena educación con valores morales genuinos y dignos de la aceptación de los maestros, no es más que un paradigma social para la integración de alguien notable

Por lo general, cumplir con los paradigmas impuestos por una sociedad indica la superación de las expectativas del grupo, como consecuencia se procede a promociones o cadenas de ascendencia. Organizaciones de lucro activo como una empresa, usan ejemplos paradigmáticos para que sus empleados fortalezcan el valor de la misma y así poder optar por un puesto de más rango y prestigio en el orden colocado.

Dicho concepto fue utilizado en teoría de la ciencia por primera vez por Ch. Lichtenberg (1742-1799). A finales de los 60, el filósofo Thomas Kuhn dio a la palabra el significado que tiene en la actualidad al emplearla para referirse al conjunto de prácticas que definen una disciplina científica durante un período específico de tiempo.

La ciencia aplica los paradigmas desde otro punto de vista más práctico, orientados al descubrimiento de nuevos caminos de investigación, la constante persecución de datos que colaboren con la resolución de sus problemas, suponen un paradigma científico, el cual con métodos de investigación y deducción serán comprendidos y resueltos. Los paradigmas trazan líneas a seguir en cualquier campo en el que se aplique el termino, pues, a pesar de no ser clásico para ser usado en cada caso, no deja de ser genérico, por lo que puede ser empleado ante cualquier situación en la que se amerite un buen ejemplo que seguir en las acciones cualesquiera que sean que se realicen.

Ejemplos de paradigmas científicos serían el análisis aristotélico del movimiento de los cuerpos, la revolución copernicana, la mecánica de Newton, la teoría química de Lavoisier, la teoría einsteniana de la relatividad, y muchos otros, cuya delimitación en la historia de la ciencia sería el objetivo principal, a fin de evitar estudios históricos basados exclusivamente en la acumulación de datos, hechos y descubrimientos.

En las ciencias sociales, paradigma se describe como el conjunto de experiencias, creencias y valores que determinan la forma en la cual el individuo ve e interpreta la realidad, su realidad; y la forma en que responden a esa percepción. Es un patrón o modelo de conducta heredada o aprendida.

Muchas veces hablamos de romper paradigmas, de algo que está establecido. 

Generalmente, los paradigmas personales se llevan como dogmas: algunos son herencia recibida de nuestros padres. Son creencias que nos mantienen atrapados y no nos permiten ver otras posibilidades, convirtiéndose a veces en obstáculos que nos impiden avanzar y conseguir la ruta del éxito.

Es preciso romper, desterrar y superar estos paradigmas, de modo que se pueda asumir una mentalidad y actitud positiva y, como consecuencia de ello cambiar y crecer.


El Saber Estar A La Altura


Unas veces vamos de listos, otras de tontos y otras no sabemos muy bien de qué vamos. Y el asunto no es ir de listos o de tontos, sino saber estar a la altura de las circunstancias en cada momento, que cuando hablemos con alguien lleguemos donde queremos llegar utilizando la simple técnica de saber estar.

¿Qué significa esto? Pues que no es lo mismo hablar con un ministro que con un obrero de la construcción, por ejemplo. A cada uno hay que tratarle de una forma diferente, a todos con respeto pero de manera distinta.

Por ejemplo, si queremos mantener una conversación o que un ministro nos preste atención en una reunión de grupo, no podemos parecer superiores a él. El ministro, por definición, sea del partido que sea y del Gobierno que sea, es un ser engreído que se considera por encima del bien y del mal y a quien le molesta que otros estén a su altura o sean superiores a él. Bueno, como siempre, hay una excepción que confirma la regla. Que dada uno busque su propia excepción.

Cuando tratamos con un ministro debemos situarnos un poco por debajo de él, no mucho, pero sí lo suficiente para que el pobre se sienta superior a nosotros. 

He dicho que se sienta, no que lo sea. ¡Podrecito! Él se lo cree. Con esto lograremos lo que queremos de él, que no es otra cosa que nos escuche con atención en una conferencia, que admita un proyecto para que legisle sobre él o que su ministerio nos firme un contrato.

Repito, ministro por definición, y salvo la honrosa excepción que no voy a citar, es un ser engreído, que está por encima del bien y del mal. Esto ha pasado siempre, tanto ahora como con Franco o Felipe II. La diferencia quizá sea que ahora, supuestamente, te llama el presidente para cesarte y en tiempos de Franco te mandaba un chofer.

Pero si en vez de estar tratando con un ministro lo estamos haciendo con un obrero de la construcción, un carpintero o un cerrajero (que nadie se enfade que mi padre ha sido cerrajero toda su vida y estoy muy orgulloso de él), entonces la cosa cambia. Tenemos que situarnos un poco por encima de su nivel, pero solo un poco. Lo suficiente para que si nos está escuchando en una conferencia o estamos conversando con él sienta que estamos prácticamente al mismo nivel. 

Y que nos ponemos en su piel. Es lo que llaman empatizar. Así lograremos crear un puente de confianza.

La diferencia entre el ministro y el obrero es que con el obrero el puente de confianza es real y duradero mientras que con el ministro es ficticio, y durará lo que duren los intereses de él sobre nosotros. Ni un minuto más. Y ahora que hemos visto al ministro y al obrero, vamos al punto intermedio.

Imaginemos que estamos en una reunión de negocios donde hay un director general, varios subdirectores y algunas personas más. Nuestra referencia siempre deberá ser la persona que decida, generalmente el director generalDebemos ponernos a su altura demostrando que tenemos tanto o casi tanto poder como él, que somos iguales, que ambos estamos por encima del resto de los presentes. Si no lo logramos esa persona nos ninguneará y es muy posible que no consigamos lo que queremos, que no es otra cosa que firmar ese sustancioso contrato.

Por eso, lógicamente, para ir a esa reunión hay que preparársela. Y para esa preparación hay que tener en cuenta otras circunstancias como su comunicación no verbal. Por ejemplo, cómo va vestido ese director general, para no desentonar.  Si es un director general con vaqueros nosotros deberíamos desechar la corbata. Si es un director general con corbata, que es lo habitual, ni se nos ocurrirá ir en vaqueros.

Puede que estemos acostumbrados a ir en vaqueros, porque es lo más acorde con nuestra personalidad,  y puede que no queramos renunciar a llevarlos porque tenemos nuestras propias convicciones y no nos vendemos a nadie. 

Pero también puede que queramos perder el contrato si mantenemos nuestra postura por encima de todo.


Allá cada uno.

Superar Obstáculos


Conseguir los objetivos que queremos supone pasar por obstáculos con los que nos iremos encontrando a lo largo de nuestra vida.  Vencerlos sin rendirnos dependerá de la actitud con la que nos enfrentemos a ellos. Y es que, los obstáculos aparecerán siempre para dificultarnos aquello que deseemos hacer y, claro está, también para impedirnos ser completamente realizados. 

Una situación de desempleo, la pérdida de un ser querido, la falta de dinero, una enfermedad o cualquier otra situación que venga sin previo aviso, forma parte de los obstáculos por los que podemos pasar.

Cada persona afrontará de una manera diferente los obstáculos que lleguen a su vida, pero lo importante es saber encontrar la mejor forma de superarlos así como adquirir las habilidades necesarias para afrontar cualquier problema. Tener una actitud resolutiva y positiva será la clave para superar cualquier obstáculo.

Todas aquellas personas de éxito que conozcas pasaron primero por cientos de obstáculos, algún que otro fracaso pero nunca se dejaron derrotar.  No es casualidad que hayan llegado a donde están, ellos no se dieron por vencidos, lucharon por superar los obstáculos que aparecieron mientras caminaban hacia sus metas. Si aprendes a vencer todas las dificultades que aparezcan en tu camino, tendrás una vida más plena y llena de éxitos.

Mucha gente tiene ideas brillantes, proyectos que podrían ayudar a los demás o simplemente sueños que cambiarían la vida de muchos pero, al primer obstáculo que encuentran se detienen y no intentan superarlo para seguir adelante.

No abandones antes de ver hecho realidad tu sueño. Las personas que piensan en cómo pueden superar los obstáculos son las que realmente consiguen el éxito, ya que no se rinden a la primera de cambio y perseveran para superar los problemas.

Claro, sería todo mucho más sencillo si no tuviésemos que asumir la presencia de adversidades que nos pongan un poco más difícil la consecución de nuestros objetivos, pero, sin ellas ni aprenderíamos ni nos superaríamos a nosotros mismos.


 Los obstáculos los tenemos que tomar como oportunidades para crecer, aprender y ser más fuertes. Solo de esa forma se consigue el éxito. Con un poco de tenacidad y tranquilidad para afrontar los obstáculos podrás lograr lo que te hayas propuesto. Y, por supuesto, será fundamental conseguir una actitud positiva en la que no viertas tus energías en hablar de los problemas, donde no veas los obstáculos como “eso” que te impide alcanzar tu meta y, una actitud en la que no te paralices ante las adversidades. 

El mundo necesita individuos que tengan intención de hacer cosas diferentes, que arriesguen, que acaben triunfando o que cometan errores, pero que hagan algo por sí mismos.

La Vida Interior


La vida interior representa, actualmente, una de las dimensiones más olvidadas de la humanidad. Urge rescatarla, pues en ella se encuentra la serenidad, y el sentimiento sagrado de la dignidad.

En primer lugar, es importante aclarar la palabra interior. Es el reverso de exterior. La vida posee una dimensión exterior. Es nuestra corporalidad. La cultura moderna ha inflacionado la exterioridad a través de todos los medios de comunicación. El mundo de las personas ha sido totalmente divulgado.

Pero existe también lo interior. Generalmente lo interior es aquello que no se ve directamente. Podemos conocer y hasta fascinarnos por el exterior de una persona, por su belleza e inteligencia. Pero para conocerla necesitamos considerar su interior, su corazón, su modo de ser y su visión del mundo. Sólo entonces podemos hacer juicios más adecuados y justos sobre ella.

La vida Interior tiene además el significado de calidad de vida. Así decimos que la vida «en el interior» (del país) es más tranquila, más integrada en la comunidad y en la naturaleza, en el fondo, con más posibilidad de hacernos felices. Es que la vida «en el interior» no está sujeta a la lógica de la ciudad, con el ir y venir de las personas, la parafernalia técnica y burocrática, y las amenazas de violencia.

Por último, interior significa la profundidad humana. Este interior, lo profundo, emerge cuando el ser humano se detiene, calla, comienza a mirar dentro de sí y a pensar seriamente. Cuando se plantea cuestiones decisivas como: ¿qué sentido tiene mi vida, todo ese universo de cosas, de aparatos, de trabajos, de sufrimientos, de luchas y de placeres? ¿Hay vida más allá de la vida, ya que tantos amigos murieron, a veces de forma absurda, en accidentes de automóvil o por una bala perdida? ¿Por qué estoy en este planeta pequeño, tan hermoso, pero tan maltratado?

¿Quién ofrece respuestas? Por lo general son las religiones y las filosofías, pues siempre se ocupan de estas cuestiones. Pero es ilusorio pensar que con asistir a los cultos o con adherirse a alguna visión del mundo se garantiza una vida interior. Todo eso importa, pero sólo en la medida en que produce una experiencia de sentido, una conmoción nueva y un cambio vital.

La vida interior no es monopolio de las religiones. Éstas vienen después. La vida interior es una dimensión de lo humano. Por eso es universal. Está en todos los tiempos y en todas las culturas.

Las religiones cumplen su misión cuando suscitan y alimentan la vida interior de sus seguidores, cuando les ayudan a hacer el viaje a su interior, rumbo al corazón, donde habita el Misterio. Vida interior supone escuchar las voces y los movimientos que vienen de dentro. Hay un yo profundo, cargado de anhelos, búsquedas y utopías. Sentimos una exigencia ética que nos invita al bien, no sólo personalmente, para uno mismo, sino también para los otros.

Hay una Presencia que se impone, mayor que nuestra conciencia. Presencia que habla de aquello que realmente cuenta en nuestra vida, de aquello que es decisivo y que no puede ser delegado en nadie. Dios es otro nombre para esta experiencia que satisface nuestra búsqueda insaciable.

Cultivar ese espacio es tener vida interior. El efecto más inmediato de esta vida interior es una energía que permite encarar los problemas cotidianos sin excesiva agitación. Quien posee vida interior irradia una atmósfera benéfica y transmite paz a quienes les rodean.

Alimentar la vida interior, como repite siempre Arthur da Távola en su programa de televisión «Quién tiene miedo de la música clásica», es no tener soledad nunca más. La soledad es uno de los mayores enemigos del ser humano, porque lo desenraiza de la conexión universal. La vida interior lo religa al Todo del cual es parte.

miércoles, 12 de septiembre de 2018

La Vida Humana


La vida es uno de los grandes misterios para el ser humano que se hace un montón de preguntas vinculadas con este tema. Una persona puede preguntarse por qué ha nacido en este siglo y no en otro momento histórico, por qué ha nacido en un lugar concreto y no en otro punto geográfico o incluso, por qué existe cuando podría no haber nacido nunca. Este tipo de preguntas muestra una realidad: la trascendencia de la vida misma que desde el punto de vista intelectual no puede analizarse únicamente como un hecho experimental, el ser humano convive con preguntas que no tienen respuesta.

Pero además, aunque existen otros tipos de vida en La Tierra, por ejemplo, la vida animal, una de las grandes diferencias entre el ser humano y los animales es que la persona tiene inteligencia, voluntad y también, conciencia. Una persona tiene cualidades que le permiten hacerse preguntas, reflexionar sobre sí misma y meditar sobre su destino.


La vida humana tampoco es una propiedad en el sentido estricto de la palabra, es decir, la vida humana le es dada a una persona pero sin que ésta haya hecho nada por tenerla. Un ser humano es dueño y poseedor de distintos objetos materiales, sin embargo, la vida en sí misma es un hecho trascendente. Una persona no decide cuándo nace, ni tampoco, cuándo muere.

Valorar, aprovechar y disfrutar de la vida
La vida es un regalo en sí mismo, un regalo que tiene fecha de caducidad. Esta es una de las razones por las que es muy importante aprender a vivir el momento presente y no hacer hipótesis de futuro a partir de hechos del ahora. Todo de ser humano también se siente más realizado en su vida cuando comparte su existencia con compañeros de vida (amigos y familia). El ser humano necesita sentirse reconocido. Este es otro de los puntos que diferencia a una persona de un objeto. Además, el ser humano tiene una inmensa dignidad, una cualidad que es inherente a todas las personas en cualquier edad.

La vida humana y la interpretación que cada persona hace de aquello que es la vida también pueden dar lugar a debates éticos como muestra la oposición entre aquellos que defienden el derecho a la vida frente a quienes defienden el aborto.



El Valor De La Gratitud


“La gratitud es un valor que se nutre y se fortalece al practicarlo constantemente”.

Estar siempre agradecidos es definitivamente muy saludable, pero mejor aún si expresamos nuestro agradecimiento, no guardarnos las “gracias”, sino más bien aprovechar cada oportunidad para hacerle saber a las personas nuestra gratitud por haber contribuido a sobrellevar, de alguna manera, nuestro diario existir.

Decir gracias no nos quita nada, ni tiempo ni espacio, mucho menos dinero, aun así y a pesar de ser algo tan fácil de dar, muchas veces nos dejamos invadir por la arrogancia y la indiferencia o absorber por las preocupaciones y los afanes del día a día. La palabra ‘gracias’ es muy sencilla de pronunciar o de escribir, y acompañada con una sonrisa o de un emoticón sonriente, alegra el alma de todo ser humano, porque el corazón siendo tan complicado se satisface con lo elemental de esta apreciable expresión.

El agradecimiento es algo que debe estar presente en cada momento, en cada instante de nuestra vida. En la medida que aprendamos a ser agradecidos nos estamos ayudando a nosotros mismos a valorar lo que tenemos, lo que somos y, en cierta medida, a ser más felices, y mucho más si lo hacemos de buena gana, porque hasta para decir gracias hay que tener gracia.

El valor de la gratitud se ejerce cuando una persona experimenta aprecio y reconocimiento por alguien que le prestó ayuda. No quiere decir que gratitud es ‘pagar’ un favor, sino por el contrario, es demostrar afecto y corresponder con una actitud amable y positiva.


Dar las gracias es algo que cuesta poco, tal vez nada, pero trae grandes recompensas. No hay nada mejor que ser agradecidos y manifestar ese agradecimiento a nuestros amigos, familiares, quizás a algún desconocido, pero más importante aún, no olvidarnos de dar gracias a Dios.

Contener Las Emociones

La contención emocional es sostener las emociones de los niños a través del acompañamiento y ofreciendo vías adecuadas para la expresión de los sentimientos.

Por ejemplo, un abrazo puede ser una buena forma de contener a un niño que está sintiendo una fuerte emoción. Le ofrecerá apoyo, amor y relajación gracias al contacto físico. Contención emocional no significa no permitir que el niño exprese sus emociones o negarlas, significa ayudar al niño a liberar su emoción de una manera canalizada, a través de vías aceptables que no lastimen a los demás.

Los niños necesitan aprender a limitar sus conductas, y con la expresión de los sentimientos ocurre lo mismo (bueno, en realidad van muy relacionados teniendo en cuenta que los niños tienen conductas poco apropiadas porque se están sintiendo mal). Hay lugares, ocasiones o personas con las que no podemos expresar nuestros sentimientos de un modo abierto o no podemos ofrecer al niño una “vía de escape” adecuada.

Ante esas situaciones lo que si podemos hacer es contener la emoción del niño, reconocer su sentimiento y tener empatía con él, expresarle que nos gustaría poder ayudarle a sacar afuera lo que siente pero que no es el momento ni el lugar (con mucha amabilidad sobretodo) y ofrecerle un tiempo posterior para ello. 

Es importante ser concreto en esto y hacerlo con un lenguaje que el niño entienda. Por ejemplo, “cuando lleguemos a casa”, o  “después de comer”. Mientras que el niño sepa que va a tener una salida para su emoción, será capaz de controlarse temporalmente.

Muy importante será cumplir ese momento que le hemos prometido, y si hemos quedado con nuestro hijo que al llegar a casa nos ocuparemos de su conflicto, tenemos que hacerlo. Limitar la expresión de las emociones de los niños según qué momentos, lugres y personas es muy importante para enseñarles a gestionarlas de una manera realista y respetuosa con todo el mundo. Por ejemplo, no pueden escribir en un papel lo muy enfadados que están con una persona delante de ella o comenzar a dar golpes en un restaurante para desahogar su enfado o chutar un balón con toda su fuerza en un salón. Está claro que cuando son más pequeñitos necesitamos tener en cuenta que no tienen tanta capacidad de contención pero que a medida que van creciendo sí podemos pedirles que esperen al lugar y al momento adecuado para expresar su emoción.

Los niños más pequeños irán aprendiendo poco a poco a expresar sus emociones, pero mientras tanto, necesitarán aprender de nosotros. Además de ser un modelo de expresión de sentimientos, podemos traducir su lenguaje corporal en palabras. Por ejemplo, cuando están enfadados: “Ui! Veo que no quieres que te de la mano….y eso te hace enfadar mucho”. Aunque evidentemente no puedes soltarle la mano en la calle por mucho que se enfade, de este modo estás validando sus sentimientos y mostrando que entiendes que se enfade. Podrías añadir con respeto: “Mamá te quiere mucho y no quiere que te hagas daño, así que no voy a soltarte la mano. Entiendo tu enfado”.

Como hemos dicho, contener las emociones de los niños no significa reprimir. Siempre es necesario que dispongan de un espacio para liberarlos. Cuando sean más mayores podrán aprender técnicas para liberar las emociones en tan solo un minuto y en cualquier lugar, como la meditación, pero si creo que puedes intuir cuáles son los beneficios de la liberación de los sentimientos….uno de ellos es la sana autoestima. La aceptación de los sentimientos produce alivio emocional, evita la represión, enseña al niño que sus sentimientos no le hacen perder valor.

Además, al permitir la expresión de los sentimientos el niño estará menos “cargado emocionalmente” y no estallará ante cualquier cosa, ni verá las equivocaciones como grandes obstáculos o perderá su sentido de la pertenencia.

Nadie se entiende con los demás si está en constante batalla consigo mismo”.
Dorothy Corkille.

 Si estamos acostumbrados a reprimir los sentimientos, y nuestros niños están acostumbrados a que neguemos los suyos, cuando empecemos a aceptar sus sentimientos y a validarlos, el niño durante unos minutos aumentará la intensidad de su emoción, durante las primeras veces que nosotros lo animemos a expresarlas. Esto no significa que haya empeorado, significa que tenía mucho sentimiento acumulado.


Cuando las tensiones están acumuladas, darles salida cuesta tiempo. Imagina que hasta ahora le decías a tu peque “no llores” cuando perdía un juguete y ahora comienzas a decirle, “estás triste, ¿te doy un abrazo?“, él o ella aprovechará esa válvula de escape que le ofreces para llorar más y durante más rato. Puede parecerte que ha sido peor, pero no es así. Lo que está ocurriendo es que está aprovechando esa ventana abierta para sacar tristeza contenida, así que en ese momento no estará llorando sólo por ese juguete si no por otras cosas también. Ocurrirá lo mismo con las demás emociones. 

Aprovechan la comprensión para “descargar”.

El Preciado Don De La Inteligencia

En tiempos en que pareciera que solo importa lo superficial, la belleza, la juventud eterna y el dinero, todos -o casi- queremos ser más inteligentes de lo que somos.

Se sabe que la inteligencia es un bien preciado desde siempre. Abre puertas hacia diversos caminos, si se sabe usar. Pero, si la naturaleza no nos dotó con una mente brillante... ¿Podemos hacer algo para remediarlo?

“No hay una definición universal sobre la inteligencia. Una definición desde la neurociencia es que la inteligencia está formada por las habilidades cognitivas (atención, funciones ejecutivas, memoria, pensamiento abstracto, razonamiento, etc.) de un ser humano. De una manera más amplia abarcaría también la inteligencia emocional y social de un individuo”, define el doctor Flavio Mercado, médico neurólogo de la Sección de Deterioro Cognitivo de la División de Neurología del Hospital de Clínicas.

“Los individuos diferimos unos de otros en nuestra habilidad para pensar de forma abstracta, para resolver problemas, para adaptarnos al medio social, para aprender de la experiencia, para sobrepasar obstáculos, etc.”, añade la licenciada Clara Pinasco, neuropsicóloga de INECO. Y agrega que los distintos conceptos de “inteligencia” se han desarrollado como intentos de clarificar y organizar este set complejo de fenómenos. “Más allá de que se han realizado grandes aportes en el último tiempo al campo del estudio de la inteligencia, no existe un consenso universal sobre qué se considera 'ser inteligente'”, afirma.

Pero la obsesión por medir que tiene la humanidad no descansa y, aunque se acepte que no hay una sola manera de ser inteligente, se sigue insistiendo en comparar y ponerla en números o en grados.

“Desde que se propuso la idea de medir la inteligencia con un número, el coeficiente intelectual, existe un gran debate, incluso entre científicos, sobre los límites y alcances de esta medida. Se han propuesto, de hecho, decenas de formas de medir la inteligencia, explica Andrés Rieznik, que es doctor en Física e investigador del CONICET y de la Universidad Torcuato Di Tella y además autor del libro Atletismo Mental (Sudamericana).

Pero más allá de la medición de la capacidad intelectual, hay un descubrimiento que reafirma las exclamaciones de las abuelas frente a los logros y frases de sus nietitos. “Cualquiera sea la forma en que midamos la inteligencia, su valor promedio aumentó sostenidamente desde que se empezó a medir en 1930 hasta los días de hoy. En otras palabras, una persona de 20 años hoy es, en promedio, más inteligente que una persona de 20 años en los 70, que a su vez es más inteligente que una de 20 en los 50 y así por delante. A este hecho se lo llama efecto Flynn, en homenaje al primer investigador que lo descubrió”, destaca Rieznik.

Una de las más importantes herramientas de pensamiento es preguntarse, ante cualquier afirmación, cuál es la evidencia que la sustenta. La mayor parte de los errores que comentemos a la hora de analizar cómo es el mundo es por no detectar correctamente estas falacias. Hay que instalarse una APP en el cerebro que trate de detectarlas automáticamente.

Nada es verdad porque las diga alguien con autoridad, ni porque sea una tradición, ni porque se le haya revelado a alguien privadamente.


Los estudios muestran que las personas que mejor resisten el deterioro cognitivo natural que llega con el paso de los años tienen dos cosas en común: intensa vida intelectual en el día a día, y una vida social rodeadas de afecto, amor y cuidado.

Envejecer No Es Sinónimo De Caducar

La edad siempre es motivo de reflexiones, sobre todo de quienes enlazan objetivos con fechas y toman como referencia el cumpleaños para pasar revista a su historia de vida. Es una realidad que, mientras envejecemos, somos más propensos a sacar cuentas, mirar hacia atrás para comprobar, e intentar hacerlo hacia delante, para avizorar. Eso sí, recordando que al pasado no debemos regresar para luchar, sino solo para aprender. Y que en muchos sentidos podemos preparar el futuro, pero sin una anticipación obsesiva y siempre dejando margen para abrazar la incertidumbre.

Envejecer no es sinónimo de caducidad. De hecho, la gran psicóloga chilena Pilar Sordo siempre dice, y con razón, que la vejez solo comienza cuando los recuerdos se imponen a los proyectos.

Por ejemplo, la vejez quizás no ha comenzado para Liudmila Járeva, una abuela rusa de 86 años, nombrada “la voluntaria más anciana del Mundial de Fútbol 2018”. La señora Járeva había sido profesora de español, pero deseaba volver a practicar nuestro idioma y sentirse útil entre los aficionados asistentes al evento. Y lo consiguió.

En Tailandia, el año pasado, el propio rey entregó a Kimlan Jinakul, de 91 años, su título de Licenciada en Humanidades. Si no es un récord, pues se acerca bastante. Jinakul no es la excepción en ese país: la Universidad de Sukhothai ofrece clases para adultos mayores y ha llegado a matricular a casi 200 estudiantes de más de 60 años.

En el proceso de introspección que rodea a cualquier aniversario o celebración, debemos mantener vivo a nuestro niño interior: ese ser que habita dentro de nosotros, nos conecta con nuestra infancia y con los sueños más genuinos que alguna vez tuvimos. Al decir de Paulo Coelho, “debemos escuchar al niño que llevamos dentro”, porque nadie mejor que él “entiende de instantes mágicos”.


Modernidad


La Modernidad es una categoría que hace referencia a los procesos sociales e históricos que tienen sus orígenes en Europa Occidental a partir de la emergencia ocasionada desde el Renacimiento. El movimiento propone que cada ciudadano tenga sus metas según su propia voluntad. Esta se alcanza de una manera lógica y racional, es decir, sistemáticamente dándole sentido a la vida. Por cuestiones de manejo político y de poder se trata de imponer la lógica y la razón, negándose a la práctica de los valores tradicionales o impuestos por la autoridad.

La Modernidad es un periodo que principalmente antepone la razón sobre la religión. Se crean instituciones estatales que buscan que el control social esté limitado por una constitución y la vez se garantizan y protegen las libertades y derechos de todos como ciudadanos. Surgen nuevas clases sociales que permiten la prosperidad de cierto grupo poblacional y de la marginalidad de otro. Se industrializa la producción para aumentar la productividad y su economía; y, finalmente, es una etapa de actualización y cambio permanente.

Para comprender los axiomas de la Modernidad, se la debe enunciar la característica principal del Renacimiento, ya que este período es un puente de enlace entre las dos épocas. El Renacimiento marca al ser humano como un individuo simbólico, es decir, su propia base de creencias y que proviene la palabra derivada del significado cognitivo textual mayor o bien dicho comprensión del mundo está basada en la religión. En cambio, en la Modernidad se abandona la creencia de que todo puede ser explicado mediante la religión, se procede a elaborar explicaciones científicas de los fenómenos.

El significado de Modernidad básicamente reside en un nuevo comportamiento (un ethos) del hombre frente la reproducción de su vida. Este nuevo ethos reside en la confianza que tiene el ser humano para apropiarse de la naturaleza por medios productivos científico-tecnológicos; es decir, los medios productivos dejaran de aparecer como dados y sagrados, ahora serán reconocidos como producidos por los hombres mismos.

Analizada la contraposición entre Renacimiento y Modernidad se puede dar paso a definir y explicar esta etapa. La Modernidad es entendida como un proceso de cambios que buscan homogeneizar a la sociedad. Da paso a la creación de individualidades y permite que los hechos y objetos se hagan de conocimiento y apropiación universal. Se la considera como un proceso que necesita una actualización permanente.

La Modernidad es similar al concepto kantiano de Ilustración (la «mayoría de edad» del individuo, que ejerce su razón de forma autónoma: el Sapere aude), y antes que éste al antropocentrismo humanista del Renacimiento (por ejemplo la Oratio de hominis dignitate de Pico della Mirandola). Fue muy significativo, para entender la diferente concepción de lo nuevo entre la Edad Media y la Edad Moderna, y el debate de los antiguos y los modernos.

La modernidad es un cambio ontológico del modo de regulación de la reproducción social basado en una transformación del sentido temporal de la legitimidad. En la modernidad el porvenir reemplaza al pasado y racionaliza el juicio de la acción asociada a los hombres. 

La modernidad es la posibilidad política reflexiva de cambiar las reglas del juego de la vida social.

martes, 11 de septiembre de 2018

La Vejentud

“Por comodidad estadística desde hace más de un siglo se trabaja con la idea de que la vejez empieza a los 65 años porque ese umbral fijo coincidía con la edad de jubilación, pero la realidad es que no dejamos de ganar esperanza y calidad de vida y las personas de 65 años de hoy no tienen que ver con las de antes porque llegan mucho mejor a esa edad y uno diría que los de 65-70 años actuales son como los de 55-60 años de generaciones anteriores”, afirma Antonio Abellán, investigador del departamento de Población del CSIC y director del portal Envejecimiento en Red.

De ahí que tanto él como otros investigadores del CSIC hayan decidido abrir un debate sobre la necesidad de redefinir el concepto de viejo o, como mínimo, la edad de inicio de la vejez. Y una de las propuestas que plantean es que la entrada en la vejez la marque un umbral móvil vinculado a la esperanza de vida restante, de modo que ser o no ser viejo no dependa de los años que figuren en el carnet de identidad sino de los que a uno le queden por vivir.

“Es cierto que a título individual nadie sabe cuándo se va a morir, pero la Administración y las aseguradoras sí que tienen tablas de mortalidad que nos permiten calcular la esperanza de vida restante a cada edad, y a partir de estos datos podríamos fijar que la vejez comienza a una edad prospectiva de, por ejemplo, 15 años antes de la muerte”, comenta Abellán.

Según este criterio, uno sería viejo en el momento en que su esperanza de vida, o vida restante, fuera de 15 años. Las estadísticas dicen que actualmente ese momento llega a una edad de entre 72 y 73 años, porque aunque la esperanza de vida al nacer es de 83 años, eso no significa que a los 80 sea de 3 años, sino que realmente es de 9,8. “Cada edad tiene una esperanza de vida concreta que va variando con el tiempo en función de cómo evoluciona la mortalidad, de modo que si establecemos un umbral de vejez ligado a ella, la edad de inicio será móvil pero la duración de la vejez será fija, desde ese umbral hasta la muerte”, explica el investigador.

Y agrega que la propuesta –lanzada ya otros expertos europeos– pretende corregir los inconvenientes que plantea la edad cronológica en una sociedad en la que cada vez llega más gente y en mejores condiciones a los 65 años y ese umbral no refleja ya la realidad de la vejez, mientras que la edad prospectiva o umbral que fluctúa, es una forma de considerar los avances y progresos en las condiciones de vida, de salud y también económicas de las personas, y da una imagen más optimista del envejecimiento. Porque cambiar la forma de medir la vejez reduciría automáticamente las estadísticas de población y la imagen de sociedad envejecida, aunque también podría tener consecuencias económicas y políticas debido a que muchos servicios y prestaciones, desde los relacionados con la salud hasta los financieros, van ligados al actual umbral de 65 años.
España es uno de los países con más viejos del mundo porque más de 8,5 millones de personas, el 18,4% de su población, tiene más de 65 años. Pero ¿es correcto decir que alguien de 65 años es viejo? ¿A qué edad se entra realmente en la ­vejez?

“Por comodidad estadística desde hace más de un siglo se trabaja con la idea de que la vejez empieza a los 65 años porque ese umbral fijo coincidía con la edad de jubilación, pero la realidad es que no dejamos de ganar esperanza y calidad de vida y las personas de 65 años de hoy no tienen que ver con las de antes porque llegan mucho mejor a esa edad y uno diría que los de 65-70 años actuales son como los de 55-60 años de generaciones anteriores”, afirma Antonio Abellán, investigador del departamento de Población del CSIC y director del portal Envejecimiento en Red.
De ahí que tanto él como otros investigadores del CSIC hayan decidido abrir un debate sobre la necesidad de redefinir el concepto de viejo o, como mínimo, la edad de inicio de la vejez. Y una de las propuestas que plantean es que la entrada en la vejez la marque un umbral móvil vinculado a la esperanza de vida restante, de modo que ser o no ser viejo no dependa de los años que figuren en el carnet de identidad sino de los que a uno le queden por vivir.

“Es cierto que a título individual nadie sabe cuándo se va a morir, pero la Administración y las aseguradoras sí que tienen tablas de mortalidad que nos permiten calcular la esperanza de vida restante a cada edad, y a partir de estos datos podríamos fijar que la vejez comienza a una edad prospectiva de, por ejemplo, 15 años antes de la muerte”, comenta Abellán.

Según este criterio, uno sería viejo en el momento en que su esperanza de vida, o vida restante, fuera de 15 años. Las estadísticas dicen que actualmente ese momento llega a una edad de entre 72 y 73 años, porque aunque la esperanza de vida al nacer es de 83 años, eso no significa que a los 80 sea de 3 años, sino que realmente es de 9,8. “Cada edad tiene una esperanza de vida concreta que va variando con el tiempo en función de cómo evoluciona la mortalidad, de modo que si establecemos un umbral de vejez ligado a ella, la edad de inicio será móvil pero la duración de la vejez será fija, desde ese umbral hasta la muerte”, explica el investigador.

Y agrega que la propuesta –lanzada ya otros expertos europeos– pretende corregir los inconvenientes que plantea la edad cronológica en una sociedad en la que cada vez llega más gente y en mejores condiciones a los 65 años y ese umbral no refleja ya la realidad de la vejez, mientras que la edad prospectiva o umbral que fluctúa, es una forma de considerar los avances y progresos en las condiciones de vida, de salud y también económicas de las personas, y da una imagen más optimista del envejecimiento. Porque cambiar la forma de medir la vejez reduciría automáticamente las estadísticas de población y la imagen de sociedad envejecida, aunque también podría tener consecuencias económicas y políticas debido a que muchos servicios y prestaciones, desde los relacionados con la salud hasta los financieros, van ligados al actual umbral de 65 años.
A ello se añade un tercer criterio, el de la percepción social. 

Un barómetro realizado en el año 2009 por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) sobre esta cuestión mostraba que el 28,7% de la población española sitúa la entrada en la vejez pasados los 70 años, mientras que el 25,3% lo hace pasados los 65, y el 17,3% entiende que el ser una persona mayor no depende de los años. Pero esta percepción varía mucho en función de la edad del encuestado.  

Abellán apunta que esta percepción puede verse afectada en el futuro por la evolución de la esperanza de vida. “Nos parece que cada vez seremos más y más longevos pero hay todo tipo de teorías y no faltan las que apuntan que los avances médicos provocan que estén llegando a edades avanzadas personas más frágiles”, lo que sumado a accidentes y nuevas enfermedades podría provocar cambios en las tasas de mortalidad. En Francia, por ejemplo, ha causado un gran revuelo saber que en el 2015 se redujo la esperanza de vida por primera vez en 46 años.

Uno de los problemas que comporta una vida cada vez más larga y con buena salud es el de las etiquetas para referir las franjas de edad. Como una buena parte de la población llega pletórica a la jubilación, ahora la tercera edad es la tercera juventud, y sólo a partir de la pérdida de facultades físicas y mentales podemos hablar de cuarta edad. A un joven le puede parecer evidente que si alguien tiene más de 65 o 70 años se le puede calificar de viejo o anciano, pero la persona que tiene esa edad no se siente identificada con tales denominaciones. 

Los diccionarios se curan en salud y dicen que un anciano es una persona “de mucha edad”. ¿Cuánto es “mucha edad”? La subjetividad está servida. Por ello los libros de estilo de los medios de comunicación acostumbran a ser un poco más precisos, sobre todo para que nadie se sienta innecesariamente incómodo. Así, los medios delimitan el uso de estas dos palabras (viejo y anciano) a los casos de personas mayores con las facultades físicas y mentales mermadas. 

De este modo, el título “Un anciano se ha perdido en el bosque” nos da una información clara sobre las facultades del protagonista de la noticia, mientras que “Un hombre de 65 años se ha perdido en el bosque” nos dice que tiene 65 como podría tener 25: se ha perdido por circunstancias ajenas a su estado de salud.


Saber Y Conocer

El conocimiento es el producto de la acción intencionada del sujeto por saber más de los objetos que lo rodean y de los hechos y situaciones de su entorno.
Conocer, es una facultad del ser humano; desde su origen etimológico, cognoscere refiere al uso del intelecto para aprehender las características y estructura de los objetos de conocimiento.

En resumen, la acción de conocer es una intención del sujeto para dirigir su interés hacia un objeto o hecho determinado.

Entre el sujeto y el objeto se da una relación de implicación mutua; por una parte, en el proceso de aprehensión que hace el sujeto del objeto, el primero se transforma; es decir, se ve influenciado por las características del objeto; es decir, el objeto determina al sujeto a través de la experiencia.

Así, por ejemplo, un libro, como objeto, puede transformar la conciencia del sujeto(1), cuando éste, de manera intencionada se interesa en su lectura y aprehensión.
El sujeto cambió su estado original de conciencia frente al objeto; y éste ha quedado intacto en su esencia.
En el proceso de adquisición de experiencia, el sujeto se confronta con los objetos; el sujeto se moviliza y se activa frente al objeto, que permanece pasivo; y al aprehender las propiedades del objeto lo hace de manera receptiva.

El objeto de conocimiento no siempre es un objeto inanimado y físico; el objeto de conocimiento también puede ser un sujeto o sujetos en situación; de igual manera, el objeto de conocimiento también puede ser abstracto, como por ejemplo lo referido a conceptos y sus relaciones con la dinámica social y las formas de pensamiento de los sujetos sociales.

En la ya clásica relación sujeto-objeto de la teoría del conocimiento, el sujeto aprehende las características y cualidades del objeto; más allá de su apariencia. Es decir, el sujeto actúa con intención ante el objeto; su objeto de conocimiento.
La información que el sujeto obtiene del objeto, en ese proceso intencionado de conocer, es el conocimiento.

Y su organización lógica, sistematizada y convergente en torno a una guía analítica de integración lo convierte en un saber; un nuevo saber sobre el objeto de estudio.
Y en ese momento pasa a formar parte del elemento pasivo del proceso; al cúmulo de saber existente sobre un tema u objeto de interés.

¿Qué es el saber?
El saber en sí mismo es un conjunto de conocimientos desarrollados y acumulados en torno a un objeto de interés. Pero también el saber ayuda a explicar un proceso o un conjunto de situaciones que comparten elementos comunes; que se determinan o se complementan entre sí.

El saber también es información existente en torno a un interés u objeto de estudio; referido a procesos y situaciones donde interactúan los sujetos.

El saber es conocimiento lógicamente ordenado por los sujetos que lo producen; y reutilizado por los usuarios de conocimientos. Lo cual suele suceder cuando se estudia un campo profesional o se realiza alguna actividad productiva material o intelectual.

El saber es un instrumento que utiliza el sujeto para sustentar un discurso sobre un tema particular. Y cuando se utiliza en este sentido, el saber, genera frecuentemente saberes, no planteados originalmente. Por lo que se puede concluir que la herramienta básica para crear un conocimiento es el propio saber utilizado.

El interés por el saber parte de la premisa de la ignorancia activa; es decir, cuando se asume que no se sabe o que se es ignorante de las partes que constituyen o explican los procesos, los hechos o las situaciones, a partir de ese momento se inicia el proceso de saber para conocer.

En el contexto de las ciencias sociales un mismo saber puede tener o generar diversos sentidos; según sea el enfoque con que se maneje dicho saber.

Empero, en las ciencias naturales, lo que determina la cientificidad del saber generado justo es el criterio de la uniformidad en el significado.
Pues no hay que olvidar que "la ciencia observa, explica, interpreta y formula enunciados y secuencias de enunciados".

Saber y conocimiento
Como ya planteó al principio, el conocimiento es producto de una acción intencionada por saber más de los procesos, de los hechos o de las situaciones que ocurren en contextos sociales.
En la búsqueda del conocimiento se aplican saberes que ya existen sobre el tema u objeto de interés.
Y si el conocimiento encontrado es producto de una intención del sujeto, es porque se pretende darle una aplicación; se pretende satisfacer la intención inicial.
Y en la aplicación intencionada entra en juego el marco valórico, producto de la cultura y de la experiencia de cada sujeto.

Desde la perspectiva del capital humano, la adquisición de conocimiento profesional es una inversión.
Es una inversión en conocimiento que el sujeto pretende recuperar en el corto plazo con la venta de sus servicios profesionales.
De tal manera que la intención es económica; aunque, en el proceso de formación profesional es necesario, y recomendable, que la intención estrictamente pragmática del conocimiento, sea matizada por otras intenciones, es decir, motivaciones de carácter cultural; valores que formen el espíritu científico y cultural; pues el ser humano es sensible, por excelencia, a los valores humanos universales como, el servicio a los demás, la cooperación, la solidaridad y el respeto a la vida.

Pero entonces, ¿qué diferencias conceptuales existen entre saber y conocimiento?
En primera instancia cabe señalar que los dos conceptos se utilizan como sinónimos. Y hay que apuntar que no falta razón para hacerlo así. No obstante, sí existen diferencias cualitativas.
Tomemos como ejemplo el saber pedagógico y la investigación educativa; o el saber de la física y la investigación de los fenómenos físicos.

El saber es, en efecto, un conjunto de conocimientos sistematizado, lógicamente ordenados en libros, revistas, archivos, disquetes o manuscritos; referidos todos ellos a un campo específico del conocimiento. Puede incluso afirmarse que es un conocimiento pasivo; ya es historia.

En cuanto al conocimiento, éste constituye el elemento activo o el propósito de la investigación que emprende el sujeto.

Uno de los productos que obtiene el sujeto en el proceso de conocer es la experiencia; otro es la transformación de su estructura cognoscitiva; y después de ese proceso de aprehensión de las características del objeto, el sujeto ya no es el mismo.

Saber y conocer para saber hacer
En toda acción que realiza el sujeto está presente su cultura y su experiencia; y estos dos elementos diferenciadores son los que determinan el grado de significatividad y el sentido que toma el saber utilizado en la docencia.

Para saber hacer, es imprescindible saber y conocer; es decir, la tercera función intelectual importante en los procesos de aplicación de conocimiento es el dominio de procesos para la concreción de elaboraciones teóricas y abstractas.


Saber hacer es la demostración de congruencia entre lo que se dice que se sabe y lo que se hace.

La Esencia Del Hombre


Filosofía
Existencialismo
La Esencia Del Hombre
En general, el concepto de "existencia" se contrapone a esencia y no es, en principio, un término que pueda ser definido ya que la definición se refiere a la esencia. Pero para los existencialistas, este término tiene un significado restringido, es el modo de ser propio del hombre.

Así solo el hombre "existe" propiamente, puesto que "hombre" y "existencia" son tenidas por sinónimos. Y en este sentido, la existencia implica libertad y conciencia, en palabras de Jaspers:

Existencia es lo que nunca es objeto; es el origen a partir del cual yo pienso y actúa, sobre el cual hablo en pensamientos que no son conocimiento de algo: 'existencia' es lo que se refiere y relaciona con signo mismo y, en ello, con su propia trascendencia. Jaspers, Filosofía

Así entonces, el hombre existe en la medida en que es origen de sí  mismo y se hace a sí mismo por medio de sus elecciones libres. Sartre dirá que en el hombre, la existencia precede la esencia... o en otras palabras, que el hombre es libertad:

Lo que llamamos 'libertad' no puede, por tanto, ser distinguido del ser de la 'realidad humana' Sartre, El ser y la nada.

De modo diferente en Heidegger, la existencia del hombre no es anterior a su esencia porque su esencia consiste en la misma existencia.

Las consecuencias de identificar la existencia con el ser humano son que las cosas "son" pero no "existen" en un sentido estricto y por otra parte, la existencia del hombre puede ser inauténtica si renuncia a su libertad.

Para el existencialismo, existir es estar en el mundo y relacionarse con las cosas y otros seres existentes. Pero no se trata simplemente de estar entre las cosas, sino en dirigirse hacia ellas. Esta actitud se entiende como trascendencia, esto es, salir de la propia conciencia para dirigirse hacia el Mundo.

Estar en el Mundo es algo plenamente activo. El hombre está entre las otras cosas, andando entre ellas de una manera interesada (práctica): cuida las cosas, se ocupa de ellas. Así, el hombre crea lo único que constituye su 'verdadero' mundo. un conjunto de relaciones de los últiles entre sí y respecto al hombre. Así se constituye el espacio humano del Mundo.

Para el existencialismo, existir es estar en el mundo y relacionarse con las cosas y otros seres existentes. Pero no se trata simplemente de estar entre las cosas, sino en dirigirse hacia ellas. Esta actitud se entiende como trascendencia, esto es, salir de la propia conciencia para dirigirse hacia el Mundo.

Estar en el Mundo es algo plenamente activo. El hombre está entre las otras cosas, andando entre ellas de una manera interesada (práctica): cuida las cosas, se ocupa de ellas. Así, el hombre crea lo único que constituye su 'verdadero' mundo. un conjunto de relaciones de los útiles entre sí y respecto al hombre. Así se constituye el espacio humano del Mundo.

No solo la razón descubre la realidad, sentimientos básicos como la angustia nos hace experimentar mejor lo que es la existencia. Kierkegaard se refiere a esta sensación y la distingue del temor porque a diferencia de este, la angustia no posee un objeto definido y nace justamente de las posibilidades sin garantías que ofrece la existencia.

Lo Que La Mente Almacena

Si todo lo que hacemos habitualmente lo tuviésemos que hacer conscientemente, es decir, pensando en ello y decidiéndolo voluntariamente, es posible que fuésemos un desastre, pues continuamente cometeríamos errores y equivocaciones. 

Las máquinas y los artilugios técnicos automáticos, que trabajan todos ellos sin ningún atisbo de consciencia, son capaces de ejecutar funciones con un grado extraordinario de eficacia. No sólo lo hacen muy bien, sino que además no se equivocan nunca, salvo cuando se averían. Afortunadamente, casi todo lo que hace el cerebro lo hace también de ese modo, como un automatismo inconsciente. Nuestro organismo, como el de todos los animales, incluye una gran cantidad de conducta refleja y automática, controlada por el cerebro, de la que apenas nos percatamos. No obstante, nadie debería imaginar esa actividad inconsciente como un algo interior e independiente que controla misteriosamente nuestra conducta.

Los reflejos que tenemos y de los que nos valemos continuamente para sobrevivir y comportarnos son automatismos biológicos, es decir, automatismos que resultan de los abundantísimos y complicados circuitos neuronales que tenemos en el cerebro y que son el resultado de millones de años de historia evolutiva de los seres vivos. Nada hay pues de misterio en su existencia.

El cerebro humano, además de crear y controlar los procesos mentales y el comportamiento, se encarga también de controlar y regular el funcionamiento del cuerpo. Durante 24 horas al día, 365 días al año y durante toda la vida el cerebro se comporta como una audiencia cautiva de todo lo que pasa en el interior del organismo. 

Gracias al sistema nervioso autónomo y vegetativo, el cerebro controla el funcionamiento de órganos y vísceras, como el páncreas, el corazón o los riñones, lo que le permite regular funciones como las digestivas y metabólicas de manera absolutamente inconsciente, es decir, sin que nos demos cuenta de que lo hace.

El cerebro, entiéndase bien, no es quien hace la digestión, ni quien distribuye la energía extraída de la alimentación a los diferentes órganos del cuerpo, pero sí es quien, gracias a la información que tiene sobre si falta o sobra energía en el cuerpo, envía señales reguladoras a los diferentes órganos para activar o desactivar los diferentes procesos de la digestión a conveniencia en momentos y situaciones diferentes. Controla, de ese modo, el metabolismo energético. 

Así, cuando hemos comido y estamos en reposo la digestión activa su fase de absorción de nutrientes para recuperar energía, pero cuando corremos huyendo de un peligro la digestión se desactiva para derivar la energía corporal a los músculos que utilizamos para la carrera. Igualmente, cuando caminamos o corremos el cerebro regula la contracción que debe tener cada músculo en cada momento para asegurar su correcta secuencia de activación haciendo que el ejercicio sea correcto sin que perdamos el equilibrio y caigamos.

Del mismo modo, aunque podemos conducir, montar en bicicleta, nadar, vestirnos o hablar una lengua, no somos conscientes de la información almacenada en nuestro cerebro para poder hacerlo. Es cierto que podemos explicar lo que hacemos para montar en bicicleta, es decir, tomando el manillar, poniendo los pies en los pedales, etc. Pero esa información no la usamos para hacerlo de verdad, cuando basta con montarnos y empezar a circular de modo automático, sin ni siquiera pensar en ello. Son muchas las rutinas y los hábitos de movimiento que podemos aprender y recordar de modo automático e inconsciente, hasta el punto de que todas las cosas que hacemos o repetimos con frecuencia acaban formando parte de nuestro acervo de procesamiento inconsciente.

Además, muchas respuestas emocionales se adquieren de modo inconsciente. Es por eso que en una determinada situación puede cambiar inesperadamente nuestro estado de ánimo sin que sepamos por qué. La razón puede estar en que esa situación fue anteriormente asociada de modo inconsciente a algo negativo. Ese tipo de asociaciones inconscientes pueden influir también, sin que nos demos cuenta, en nuestras decisiones y, aunque nos parezca extraño, en nuestra manera de pensar y razonar. Más aún, cuando nos emocionamos el cerebro ordena también cambios en el cuerpo de los que no nos percatamos, como la liberación de adrenalina a la sangre desde las glándulas suprarrenales, o un mayor flujo de sangre a los músculos esqueléticos. Eso hace que el organismo se active para responder a la circunstancia que nos emociona, potenciando además su recuerdo. Sorprendentemente también, y como veremos más adelante con mayor detalle, durante el sueño el cerebro sigue trabajando inconscientemente para fortalecer las memorias y reorganizar la información adquirida durante la vigilia, extrayendo reglas y regularidades ocultas y haciendo inferencias, todo lo cual podría estar en la base de los inexplicados fenómenos de la intuición y la creatividad. Hasta podemos tener deseos y aspiraciones inconscientes, o poco conscientes, pero eso ya es materia más especulativa.


Todo ello indica que el conocimiento almacenado en el cerebro y sus mecanismos inconscientes influyen en nuestro comportamiento más de lo que imaginamos.

lunes, 10 de septiembre de 2018

Ilusos

Del término ilusión, procedente de la palabra latina illusio (engaño), se deriva el concepto de iluso, que viene a ser utilizado para definir a toda aquella persona que tiene tendencia a ser soñador.

Así, cuando se dice que alguien es iluso lo que se pretende es dejar claro que no está apegado a la realidad sino todo lo contrario. Es decir, es propenso a dejar volar su imaginación y a pensar que todo aquello que le gustaría que sucedería en su vida va a tener lugar tal y como desea.

Una definición la anterior que viene a ampliarse o a matizarse, mejor dicho, en el diccionario de la Lengua Española donde al iluso se le añaden unos matices de bondad. Y es que se establece que también se define de esta manera a toda aquella persona que se deja engañar con cierta facilidad pues cree que todo el mundo actúa siempre de muy buena fe.

De esta forma, es frecuente que se puedan realizar oraciones como la siguiente que sirvan para describir a ciertos hombres y mujeres que tienen dicha seña de identidad “es tan iluso que se dejó engañar por el estafador”.


El problema de la actual sociedad es que perdemos la perspectiva del otro; la panorámica de la pluralidad. Existe un proceso de ceguera social. Nos agrupamos y nos encerramos en nosotros mismos. Las redes sociales, los periódicos, las emisoras que consumimos; los amigos y circuitos sociales que elegimos reproducen nuestro yo y minusvaloran lo ajeno. Evitamos mezclarnos con aquellos que no son como nosotros. Como no los queremos ver, no nos damos cuenta de que existen. Sin embargo, a la hora de votar nos tenemos que mezclar en las urnas. Uno de los pocos espacios públicos comunes que existen. Cuando éstas se abren, nos damos cuenta de que también existen personas que piensan diferente a nosotros. Personas que tienen otra lógica social, otros valores sociales. 

Como diría el poeta: “Tu verdad no; la verdad y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela.”