Llevas una temporadita bastante mala, las preocupaciones y
problemas se acumulan y te sientes como una olla a presión. Notas como tu
paciencia se va agotando día tras día, no sabes hasta cuando aguantarás; y un
día cae la gota que colma el vaso, un acontecimiento carente de importancia
detona una explosión emocional sin precedentes. De repente estás gritando,
totalmente desatado, te hierve la sangre y un torbellino desordenado de
pensamientos inconexos recorre tu cabeza. Tienes la sensación de estar
perdiendo el control de tu mente y de tu cuerpo, estás siendo víctima de un
“secuestro emocional”.
Una oleada de emociones intensas se apodera de ti antes de que
puedas razonar, pierdes literalmente el control. Cuando pasa la
tormenta te preguntas, ¿pero qué me ha pasado? Empiezas a razonar y a valorar
las consecuencias de tus actos…la culpa y la vergüenza te saludan desde la
puerta. Desde luego, el estallido emocional que acabas de tener, no ha traído
nada bueno.
Detrás de un secuestro emocional se esconden muchas causas
ocultas, negadas, apiladas sin orden en nuestro interior. La mayoría de
las explosiones de ira o ataques de ansiedad suelen darse por una acumulación
de estrés y demás emociones negativas. Llevas tanto tiempo
siendo fuerte, o intentando serlo, que tus sentimientos acaban aplastándote. Te
vas ahogando en un vaso cada vez más lleno de problemas, sin dar una salida
efectiva a las presiones ni poner solución a los problemas, pero por algún lado
tenía que salir todo eso. A veces, se trata de una mala época, todos pasamos
épocas malas; el problema es más grave cuando esos asuntos pendientes se
acumulan durante años, se cronifica el estado de alerta y malestar y los
estallidos emocionales parecen formar parte de tu propia personalidad.
¿Qué le pasa a nuestro cerebro durante un secuestro emocional?
Cuando somos víctimas de un secuestro emocional, lo que
sucede es que los centros
emocionales del cerebro toman el control, “secuestrando” a la parte racional. Nuestro cerebro guarda
muchos vestigios de épocas primitivas, en las que la vida o la muerte dependían
de una rápida reacción.
Por ello, cuando se rebasa el límite de nuestro aguante
y nuestros recursos se colapsan, nuestro cerebro interpreta que estamos en
peligro y que debemos reaccionar; la parte emocional toma el control para que
nuestra razón no pierda el tiempo evaluando lo que está sucediendo y tomando
complicadas decisiones. Por ello, reaccionamos
de esa manera instintiva, impulsiva y desprovista de razón. Nuestros pensamientos
se vuelven inoperantes frente a la arrasadora fuerza de las emociones.
La amígdala es una de las estructuras más importantes de
nuestro sistema límbico o emocional. Cuando experimentamos algo, la amígdala va a ser la encargada de
procesar la información emocional y activar una emoción. De ahí, esa
información debería pasar a nuestra corteza cerebral, encargada de dotar a la
experiencia de un significado racional, de sentido y significado, de tomar
decisiones lógicas en base a nuestras emociones, es ahí donde tenemos el
control.
El caso es que toda información pasa primero por nuestro sistema
emocional, por ello es tan importante conocernos y saber gestionar nuestras
emociones. No podemos
controlar qué emoción vamos a sentir, pero sí nuestra reacción a esa emoción,
así como nuestro estado de ánimo posterior (Goleman, 1996). Ojo,
que estamos hablando de emociones negativas, pero también nos pueden secuestrar
las emociones positivas, en los momentos de euforia, con un ataque de risa
incontrolable, por ejemplo.
A veces, la gota que colma el vaso no es un
acontecimiento al azar; a veces, es algo que, de algún modo, nos transporta
emocionalmente a un momento de nuestro pasado que despierta alguna emoción (positiva o negativa).
Nuestros recuerdos están coloreados por nuestras emociones, memoria biográfica
y memoria emocional están íntimamente conectadas. Esto es así por que ciertas
estructuras del sistema límbico juegan un papel esencial en la adquisición de
recuerdos, razón por la cual recordamos mejor los hechos autobiográficos con
carga emocional que los neutros.
¿Qué podemos hacer para evitar un secuestro emocional?
Es de vital importancia que te conozcas a
ti mismo, que sepas qué situaciones te alteran y te llevan al límite;
que sepas cuáles te traen recuerdos y qué cosas tienes que trabajar y superar.
Autoconocimiento y más autoconocimiento.
Parece que no todas nuestras explosiones tienen la misma
intensidad, por lo que el secuestro emocional es una cuestión de niveles; a un
nivel bajo, es manejable, a un nivel alto, se vuelve incontrolable. Piensa que
las emociones son impulsos rápidos a la acción que duran apenas unos segundos.
Una de las mejores estrategias para cortar un estallido emocional es dejar que
la emoción se enfríe. Puede parecer demasiado simple pero, a veces, contar
hasta 10 antes de reaccionar, da tiempo a que nuestra razón se active y no nos
dejemos llevar por el torrente de emociones desbocadas que está a punto de
arrastrarnos. Entrena tu
lado más racional y conéctalo con el emocional, somos un todo razón y emoción.
Si aprendes a detectar cuándo estás llegando a tu límite, a
conectar con tus emociones y a darles salida, a expresar lo que sientes a
tiempo, a hablar si es necesario, podrás tomar las riendas de tu vida, de tus
actos, de tus pensamientos y de tus emociones.
Recuerda, expresa lo que sientes o esos silencios harán ruido toda
tu vida.