La tolerancia vista como actitud, capacidad o valor es un
concepto que comporta muchos matices. Para algunos es un acto de sumisión y
para otros se trata de respeto, pero ¿Hasta qué punto debemos ser tolerantes?
¿Existe un límite sano entre lo que debemos aceptar sin entrar en conflicto y
lo que debemos resistir de manera activa?
La palabra Tolerancia deriva del vocablo latín tolerantia que significa soportar o
aguantar, por lo que, en su origen, venía a significar que,
aunque algo no nos encaje mental o emocionalmente, no hay otra solución más que
admitirlo y aceptarlo. Sin embargo, en los últimos años este concepto se acerca
más al de consideración
y al de aceptación.
Tolerancia e intolerancia son dos caras de una misma moneda
que, aunque son necesariamente opuestas, no siempre comportan una connotación
absolutamente negativa o positiva.
No hay un blanco y un negro definido (aunque si socialmente
aceptado) ambos conceptos se mueven en una escala de grises basadas en la
cultura y sobre todo en las emociones. Grises que, como en todos los ámbitos de
la mente humana dependen de la subjetividad individual y el momento histórico o
generacional.
¿Por qué toleramos?
La razón predominante es eludir un conflicto.
Tanto si hablamos de tolerancia social como de tolerancia
individual, es la forma que hemos encontrado de decir “No lo entiendo o no lo
comparto, pero lo acepto” y dicho así, parece ser el Jaque Mate de una negociación de
nuestros valores en un juego de ajedrez mental que no llegó a producirse,
porque parece que al tolerar no le pedimos al otro que mueva su pieza, nos
rendimos. De una u otra manera asociamos la tolerancia a perder.
Pero ser verdaderamente tolerante no es ser apático y
resignarse a aceptar.
Cuando profundizamos en entender las razones que nos llevan
a ese movimiento, podemos comprender de manera consciente nuestro pensamiento y
nuestros límites, y esto nos lleva a un análisis profundo de las situaciones o
acciones que en un primer momento producen rechazo.
Esta reflexión activa, emocional y cognitiva nos hace
individuos más equilibrados, menos impulsivos y mas comprensivos, ergo hemos
ganado.
¿Por qué no toleramos?
Imagina por un momento al hombre (o a la mujer) de las
cavernas: una tarde después de haber pasado frío y hambre consigue cazar, ahora
está calentándose junto al fuego llevándose a la boca probablemente el único
bocado del día. Imagina ahora que en ese instante entra un desconocido a la
cueva ¿Crees que ser tolerante le habría servido para sobrevivir?
La intolerancia no es solo una postura enmarcada por
nuestros conocimientos o la falta de ellos, también existe un componente más
visceral: el miedo a lo desconocido.
Se trata de nuestro instinto intentando conservar nuestros
principios o nuestras creencias arquetípicas.
Ese acto reflejo es el mismo que nos lleva a rechazar
atrocidades, por lo que podría decirse que ser intolerante no es siempre
sinónimo a ser terco o testarudo.
¿Cuál es el límite?
Tolerar puede estar ligado a coexistir y a tener
flexibilidad, pero también podría verse como sumisión y pasividad.
Por eso, aunque nuestra sociedad ha aprendido a reconocer en
la diversidad la riqueza, como individuos todos tenemos un punto en el que podemos
ser inflexibles por derecho.
No somos ya seres de las cavernas, pero nuestra evolución
nos ha hecho mantener una alerta por si hay peligro, desgraciadamente esa misma
alerta a lo largo de la historia a generado segregación, discriminación y
fobias.
Salir de una postura o creencia, o intentar entender otra
diferente, es un proceso por el cual nuestro cerebro reptil debe ceder espacio
a la crítica y el razonamiento, y donde nuestras emociones primarias como el
miedo deben dar paso a la aceptación y la comprensión.
Para que este proceso sea equilibrado debe existir una
relación de igualdad entre las partes, si alguna de ellas simplemente se somete
entonces no es tolerancia.
Las costumbres, los estereotipos o los hábitos nos aportan
los límites de la rigidez mental y emocional, y es ahí donde debe producirse la
introspección sincera, en ese espacio donde ambas partes pueden conocer su
sistema de valores y comprender a la otra en igualdad de condiciones.
Nunca existirá un lado bueno o uno malo o un límite preciso,
porque siempre dependerá desde que lado lo mires.
Parece que ahora ser tolerante es sinónimo de ser culto o
tener la mente abierta, pero lo cierto es que la mayoría de los seres humanos
(incluso los civilizados) no estamos dispuestos a flexibilizar todo lo que
tenemos construido mental y emocionalmente, de ser así seriamos personas sin
convicciones e individuos vulnerables.
No somos todo lo tolerantes que decimos ser, porque todos
pertenecemos a una creencia que ha nacido del instinto cavernario y ha evolucionado
nutriéndose de todo lo que nos conforma como individuos.
Todos enarbolamos la bandera de la igualdad, la
equidad y el respeto, pero no olvidemos que visto desde otro prisma el blanco
se puede convertir en negro. El respeto a la diferencia fomenta la
convivencia pacífica, pero no por evitar un conflicto debemos agachar la cabeza
ante situaciones que nos produzcan sufrimiento.
El sufrimiento (propio y ajeno) podría ser el punto de
partida para encontrar el límite sano de la tolerancia y la intolerancia.
Podríamos generar un espacio donde reflexionamos acerca de
las razones que nos lleven a aceptar o no una situación, una acción o una
creencia.