Sinopsis: El valor de la amistad, el heroísmo como meta y la
responsabilidad como motor de la conducta moral encuentran su plasmación
definitiva en el mundo que descubre El principito , añorado planeta del que
todos los hombres han sido exiliados y al que sólo mediante la fabulación cabe
regresar.
Pido perdón a los
niños por haber dedicado este libro a una persona grande. Tengo una seria
excusa: esta persona grande es el mejor amigo que tengo en el mundo.
Todas las
personas grandes han sido niños antes. (Pero pocas lo recuerdan.)
CUANDO yo tenía
seis años vi una vez una lámina magnífica en un libro sobre el Bosque Virgen
que se llamaba «Historias Vividas».
Las personas
grandes nunca comprenden nada por sí solas, y es agotador para los niños tener
que darles siempre y siempre explicaciones.
Estaba
más aislado que un náufrago sobre una balsa en medio del océano.
Cuando el
misterio es demasiado impresionante no es posible desobedecer.
—Pero ¿adónde
quieres que vaya?
—A cualquier parte. Derecho, siempre adelante...
Las personas
grandes aman las cifras. Cuando les habláis de un nuevo amigo, no os interrogan
jamás sobre lo esencial. Jamás os dicen: «¿Cómo es el timbre de su voz? ¿Cuáles
son los juegos que prefiere? ¿Colecciona mariposas?».
«La prueba de que el
principito existió es que era encantador, que reía, y que quería un
cordero. Querer un cordero es prueba de que se existe»
Hubiera deseado
comenzar esta historia a la manera de los cuentos de hadas. Hubiera deseado
decir: «Había una vez un principito que habitaba un planeta apenas más
grande que él y que tenía necesidad de un amigo...»
Pero las semillas
son invisibles. Duermen en el secreto de la tierra hasta que a una de ellas se
le ocurre despertarse.
La lección que doy
es digna de tenerse en cuenta.
Cuando uno está
verdaderamente triste son agradables las puestas de sol...
—Un día, vi
ponerse el sol cuarenta y tres veces.
—Las espinas no
sirven para nada. Son pura maldad de las flores.
Se infla de
orgullo. Pero no es un hombre; ¡es un hongo!
—Si alguien ama a
una flor de la que no existe más que un ejemplar entre los millones y millones
de estrellas, es bastante para que sea feliz cuando mira a las estrellas. Se
dice: «Mi flor está allí, en alguna parte...». Y si el cordero come la flor,
para él es como si, bruscamente, todas las estrellas se apagaran.
Lo tomé en mis
brazos. Lo acuné. Le dije: «La flor que amas no corre peligro... Dibujaré un
bozal para tu cordero. Dibujaré una armadura para tu flor... Di...». No sabía
bien qué decir. Me sentía muy torpe. No sabía cómo llegar a él, dónde
encontrarlo... ¡Es tan misterioso el país de las lágrimas!
—¡Ah!, acabo de
despertarme... Perdóname... Todavía estoy toda despeinada...
El principito, entonces, no pudo contener su admiración:
—¡Qué hermosa eres!
—¿Verdad? —respondió suavemente la flor—. Y he nacido al mismo tiempo que el
sol...
—No debí haberla
escuchado —me confió un día—; nunca hay que escuchar a las flores. Hay que
mirarlas y aspirar su aroma.
Debí haberla
juzgado por sus actos y no por sus palabras. Me perfumaba y me iluminaba. ¡No
debí haber huido jamás! Debí haber adivinado su ternura, detrás de sus pobres
astucias. ¡Las flores son tan contradictorias! Pero yo era demasiado
joven para saber amarla.
Evidentemente, en
nuestra tierra, somos demasiado pequeños para deshollinar nuestros volcanes.
Por eso nos causan tantos disgustos.
Procura ser feliz.
El aire fresco de
la noche me hará bien. Soy una flor.
—Pero los animales...
—Es preciso que soporte dos o tres orugas si quiero conocer a las mariposas.
No sabía que para
los reyes el mundo está muy simplificado. Todos los hombres son súbditos.
«Si ordeno —decía
habitualmente—, si ordeno a un general que se transforme en ave marina y si el
general no obedece, no será culpa del general. Será culpa mía.»
Hay que exigir a
cada uno lo que cada uno puede hacer —replicó el rey—. La autoridad reposa, en
primer término, sobre la razón.
—Te juzgarás a
ti mismo —le respondió el rey—. Es lo más difícil. Es mucho más difícil
juzgarse a sí mismo que a los demás. Si logras juzgarte bien a ti mismo eres un
verdadero sabio.
—Admirar significa
reconocer que soy el hombre más hermoso, mejor vestido, más rico y más
inteligente del planeta.
—¡Pero si eres la única persona en el planeta!
—¿Por qué bebes?
—preguntole el principito.
—Para olvidar —respondió el bebedor.
—¿Para olvidar qué? —inquirió el principito, que ya le compadecía.
—Para olvidar que tengo vergüenza —confesó el bebedor bajando la cabeza.
—¿Vergüenza de qué? —indagó el principito, que deseaba socorrerle.
—¡Vergüenza de beber! —terminó el bebedor, que se encerró definitivamente en el
silencio.
—Millones de esas
cositas que se ven a veces en el cielo.
—¿Moscas?
—No, cositas que brillan.
—¿Abejas?
—¡No, no! Cositas doradas que hacen desvariar a los holgazanes. ¡Pero yo soy
serio! No tengo tiempo para desvariar.
—¡Ah! ¡Estrellas!
Cuando encuentras
un diamante que no es de nadie, es tuyo. Cuando encuentras una isla que no es
de nadie, es tuya. Cuando eres el primero en tener una idea, la haces patentar:
es tuya. Yo poseo las estrellas porque jamás nadie antes que yo soñó
con poseerlas.
Cuando enciende el
farol es como si hiciera nacer una estrella más, o una flor. Cuando apaga el
farol, hace dormir a la flor o a la estrella. Es una ocupación muy hermosa. Es
verdaderamente útil porque es hermosa.
Los relatos de los
exploradores se anotan con lápiz al principio.
—Los libros de
geografía —dijo el geógrafo— son los más valiosos de todos los libros. Nunca
pasan de moda. Es muy raro que una montaña cambie de lugar. Es muy raro que un
océano pierda su agua. Escribimos cosas eternas.
Podría
amontonarse a la humanidad sobre la más mínima islita del Pacífico.
Las personas grandes, sin duda, no os creerán. Se imaginan que ocupan mucho
lugar. Se sienten importantes, como los baobabs.
El principito se
sentó sobre una piedra y levantó los ojos hacia el cielo:
—Me pregunto —dijo— si las estrellas están encendidas a fin de que cada uno
pueda encontrar la suya algún día.
—Buenos días —dijo
al azar.
—Buenos días... Buenos días... Buenos días... —respondió el eco.
—¿Quién eres? —dijo el principito.
—Quién eres..., quién eres... —respondió el eco.
—Sed amigos míos, estoy solo —dijo el principito.
—Estoy solo..., estoy solo..., estoy solo —respondió el eco.
Es su único
interés. ¿Buscas gallinas?
—No —dijo el principito—. Busco amigos. ¿Qué significa «domesticar»?
—Es una cosa demasiado olvidada —dijo el zorro—. Significa «crear lazos».
Para mí no eres
todavía más que un muchachito semejante a cien mil muchachitos. Y no te
necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro semejante
a cien mil zorros. Pero, si me domesticas, tendremos necesidad el uno del otro.
Serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo...
si me domesticas,
mi vida se llenará de sol.
Los campos de
trigo no me recuerdan nada. ¡Es bien triste! Pero tú tienes cabellos color de
oro. Cuando me hayas domesticado, ¡será maravilloso! El trigo dorado será un
recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo...
Si quieres un
amigo, ¡domestícame!
—¿Qué hay que hacer? —dijo el principito.
—Hay que ser paciente —respondió el zorro—.
Si vienes, por
ejemplo, a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres. Cuanto
más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e
inquieto; ¡descubriré el precio de la felicidad!
—Adiós —dijo el
zorro—. He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el
corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.
Sólo los niños
aplastan sus narices contra los vidrios.
—Sólo los niños saben lo que buscan —dijo el principito—.
—El agua puede
también ser buena para el corazón...
—Las estrellas
son bellas, por una flor que no se ve...
Siempre he amado el
desierto. Puede uno sentarse sobre un médano de arena. No se ve nada. No se oye
nada. Y sin embargo, algo resplandece en el silencio...
—Lo que embellece
al desierto —dijo el principito— es que esconde un pozo en cualquier parte...
«Lo que veo aquí
es sólo una corteza. Lo más importante es invisible...».
«Lo que me emociona
tanto en este principito dormido es su fidelidad por una flor, es la imagen de una
rosa que resplandece en él como la llama de una lámpara, aun cuando duerme...».
Y lo sentí más frágil todavía. Es necesario proteger a las lámparas; un golpe
de viento puede apagarlas...
—En tu tierra —dijo
el principito— los hombres cultivan cinco mil rosas en un mismo jardín... Y no
encuentran lo que buscan...
—No lo encuentran... —respondí.
—Y, sin embargo, lo que buscan podría encontrarse en una sola rosa o en un poco
de agua...
—Seguramente —respondí.
Y el principito agregó:
—Pero los ojos están ciegos. Es necesario buscar con el corazón.
Si uno se deja
domesticar, corre el riesgo de llorar un poco...
—Lo que es
importante, eso no se ve.
Si amas a una flor
que se encuentra en una estrella, es agradable mirar el cielo por la noche.
Todas las estrellas están florecidas.