A medida que avanzamos por nuestra vida, todos
experimentamos distintos tipos de situaciones.
Y para cada una de estas
singulares experiencias hemos aprendido a sacar nuestros propios significados:
siendo buenos, malos o indiferentes.
Si cualquiera de estas situaciones se repite, tendemos a
generalizar ciertos aspectos sobre ellas empezando a creer en ello como si
fueran siempre verdad.
Por ejemplo, si a alguien le muerde por primera vez un perro,
puede pensar a partir de esa experiencia que “todos" los perros son
siempre peligrosos. Incluso el cachorrito más cariñoso y juguetón.
Entonces, ¿cuál es la función que sirve este mecanismo mental?
Verás, al desarrollar este tipo de generalizaciones nos
ahorramos tiempo y energía. Son como pequeños atajos mentales que usa nuestro
cerebro para tomar futuras decisiones con mayor velocidad. Esto nos permite
realizar nuestras actividades automáticamente sin tener que reaprenderlas cada
vez que aparecen de nuevo: bien
sea cómo respondemos ante una persona, un perro, cómo abrimos una puerta,
conducimos un vehículo o nos abrochamos el pantalón.
Adquirimos nuestras creencias no sólo a través de nuestra propia
experiencia sino también por medio de gente que se encuentra en posiciones de
poder dentro de las distintas áreas de nuestra vida. Y, sobre todo, esto ocurre
mayormente cuando somos niños. Estas figuras de autoridad suelen ser
tanto nuestros padres como también profesores del colegio.
Y puesto que estas personas representan figuras de autoridad
para nosotros, adoptamos sus convicciones como si fueran siempre verdad. Este
proceso es a menudo útil para nuestra vida, aunque a veces, estos mismos
individuos bien intencionados nos presentan creencias que no son tan
beneficiosas. Ahora bien, cuando llegamos a ser adultos, podemos empezar a
darnos cuenta de que existe una forma mejor de pensar.
Podemos decidir, conscientemente, adoptar un modo de procesar el mundo que esté
basado en su funcionalidad. Y en cómo nos puede servir en cada instante de la
mejor manera para ser felices y sacarle así el máximo jugo a nuestra vida.
Simplemente pregúntate: ¿Cuán útil es este pensamiento? ¿Me
sirve realmente para lograr lo que deseo? Si ése es el caso, mantenlo. Si esa
forma de pensar te mantiene atrapado en una realidad mediocre, cámbialo
rápidamente por otro que sea más beneficioso para ti.
Además, puedes aprender en esta vida de todas y cada una de
las personas con las que hables, y cuando descubres que alguien tiene creencias
potenciadoras en un área concreta de su vida, puedes entonces importarlas a tu
propia realidad. De igual modo, asegúrate de que bloqueas en todo momento
cualquier pensamiento limitante que alguien intente en vano inculcarte.
Desarrolla pues el hábito de eliminar aquellas convicciones
que ya no tienen utilidad para ti mientras las reemplazas rápidamente por otras
que iluminen mejor tu actual realidad. Y acostúmbrate, a partir de hoy, a
potenciar cada día todas aquellas creencias que aún te aportan gran valor
y beneficio, ayudándote no
sólo a disfrutar
todavía más de tu propia existencia sino a mejorar y enriquecer también la vida
de los demás.